La
prostitución es un viejo y tolerado oficio presente en todas las culturas del
mundo. Y el comercio sexual con mujeres a cambio de dinero o especies era común
también en todo Israel si nos atenemos a los textos bíblicos.
Tanto
es así que la Biblia
menciona a varias meretrices, una de las cuales es considerada una verdadera
heroína por el heroico papel que llegó a desempañar en la conquista de la
tierra de Canaán, pasando incluso a ocupar un lugar preferencial en la
genealogía de Jesús, escrita en el evangelio de San Mateo. Se trata ni más ni
menos que de Rahab, la ramera oriunda de Jericó.
“Josué,
sucesor de Moisés al frente de los israelitas, había enviado a dos espías para
que explorasen el país que se disponían a irrumpir. Los espías llegaron a
Jericó y entraron en la casa de una prostituta llamada Rahab, donde
pernoctaron”.
“Enterado
de la presencia de los forasteros, el rey de Jericó mandó a decir a Rahab que
los hiciera salir de su vivienda. Pero la mujer escondió a sus huéspedes en el
terrado, entre unos haces de lino que tenía amontonados, y respondió al monarca
que en su hogar habían estado, en efecto, unos hombres, cuyas identidades y
procedencia ignoraba, pero al caer la noche se habían marchado con rumbo
desconocido”.
“Conjurado
el peligro, la prostituta subió al terrado y dijo a los dos espías: “Os pido
que me juréis por Yavé que, como yo he tenido misericordia de vosotros, la
tendréis vosotros también de la casa de mi padre, y dejaréis la vida a mi
padre, a mi madre, a mis hermanos y hermanas y a todos los suyos, y que nos
libraréis de la muerte”.
La
historia por supuesto tuvo un final feliz y en el Nuevo Testamento Rahab la
ramera es puesta por ejemplo entre todas las mujeres y en la Epístola del apóstol San
Pablo a los Hebreos dice que “Por la fe, Rahab, la meretriz, no pereció con los
incrédulos, por haber acogido benévolamente a los espías”.
Está
también el caso de Jefté, uno de los jueces más grande de la historia del
pueblo de Israel, que era hijo ni más ni menos que de una prostituta.
“Jefté,
cuyo nombre significa “Dios libera”, nació en el seno de la tribu de Galaad, un
día huyó de la casa después que sus medio hermanos, nacidos posteriormente de
la esposa legítima de sus padres, le manifestaran que él no compartiría la
herencia porque era hijo de “otra mujer”.
El
relato cuenta que convertido en caudillo infligió una humillante derrota a los
ammonitas y durante seis años ejerció el cargo de Juez en todo Israel.
Sansón,
recordado por su fuerza temible y por la traición de Dalila, mantuvo relaciones
también con otras mujeres una de las cuales era una prostituta.
El
texto dice “Fue Sansón a Gaza, donde había una meretriz, a la cual entró. Se dijo
a los de Gaza: “ha venido Sansón”. Y le cercaron, estando toda la noche al
acecho junto a la puerta de la ciudad; y se mantuvieron callados toda la noche
con esta consigna: “Al despuntar la mañana lo mataremos”. Sansón estuvo
acostado hasta la medianoche cuando se levantó, y cogiendo las dos hojas de la
puerta de la ciudad, con las jambas y el cerrojo, se las echó al hombro y las
llevó a la cima del monte que mira hacia Hebrón”.
De
relato de Tamar que sedujo a su suegro Judá disfrazada de prostituta para tener
relaciones con él y asegurar su maternidad podemos apreciar como se ejercía el
oficio más viejo del mundo en aquellos lejanos tiempos.
“Las
meretrices se cubrían con un velo. Solían apostarse en las afueras de los
pueblos, a la vera de los caminos para captar a sus clientes. Sus servicios
podían pagarse en efectivo o en especies, por eso Judá le ofrece a Tamar un
cabrito de su rebaño”.
En
todos los relatos precedentes los autores bíblicos citados no hacen ningún
comentario en tonode reproche o de
censura moral sobre quienes ejercen el oficio carnal.
En
cambio veremos una verdadera repulsa al llamado “salario de perro” referido a
quienes ejercían la prostitución ritual en ofrenda a los ídolos paganos, la que
era fuertemente censurada y castigada.
En
el relato del fallo histórico del rey Salomón ante las dos prostitutas que
aseguraban la maternidad del niño, no se censura moralmente a las mujeres por
ejercer su oficio, ni por el hecho de que sean madres solteras. El rey emite su
fallo sin entrar en consideraciones sobre la actividad de las querellantes.
Debemos
aclarar que en algunos de los libros sapienciales sobre todo los más tardíos,
sí aparecen palabras de desaprobación, para que el varón no recurra a los
servicios de estas mujeres: “El que ama la sabiduría, alegra su padre, el que
anda con prostitutas dilapida su fortuna”. Y el Eclesiástico agrega en forma
parecida “No te entregues a las meretrices, no vengas a perder tu hacienda”.
Aún
hay un caso donde Dios le ordena a uno de sus profetas llamado Oseas que se
case con una prostituta “pues que se prostituye la tierra”. Es así que el
profeta se casa con Gámer con la que engendra dos hijos.El relato sirve para comparar a Yavé y su
esposa infiel, aludiendo al pueblo de Israel.
Sin
embargo en este relato después que Oseas la repudia diciendo “ni ella es ya mi
mujer ni yo soy su marido” al seguir enamorado de Gámer exclama: “Así, la
atraeré y la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”.
Historias
de mujeres en la Biblia que practicaron el oficio más viejo del mundo. Como
aquella que iba a ser lapidada y el señor Jesús después de escribir en el suelo
le preguntó ¿mujer, donde están los que te acusaban? Al no haber ya piedras en
las manos, le dijo: “Ni yo te condeno. Vete y no peques más”.
El
tema del laberinto en la cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia ha sido ya
estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno
de los indicios según el doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”,
es decir guardas, que ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de
aspecto ornamental. Muy características de este estilo son ciertas figuras de
trazo interminable, que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos
de cierta clase, conocida por los especialistas como “caminos perdidos.”
Pero
mucho tiempo antes (tal vez un par de milenios) era conocido también el “estilo
de pisadas”, figuras grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también
estaban emparentadas con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo
especialmente el de Creta con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso
que se atreva a merodear sus intricados vericuetos.
Se
sabe que en síntesis el laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que
el camino tortuoso que deben recorrer los espíritus de los difuntos para
alcanzar el destino final del “más allá”, el mundo de los muertos que les
permitirá reunirse con sus antepasados.
La
dificultad –escribe Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la
dificultad para alcanzar ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave
riesgo: el de que los portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella.”
Ese
“camino difícil” es reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de
muchas clases. Implica generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a
un juicio y un “Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares,
muchas veces una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una
barca (la barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de
“guardianes del “paso difícil”.
Entre
los tehuelches esa figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que
significaría “la que gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”,
indudablemente femenina.
Por
eso los investigadores afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son
verdaderos laberintos) están vinculados como un salvoconducto para no
extraviarse en el “camino perdido” y así poder acceder al paraíso, porque
quienes no tenían esa señal eran arrojados al mar.
Tanto
el tatuaje, como los estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los
giros en los guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir
“el merodeo” para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por
esto las ofrendas con las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y
aún las mujeres del difunto eran sepultados en los chenquespara acompañarlo en “ese trance difícil”,
rito comparable con otras culturas clásicas como la egipcia.
El
investigador estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder
demostrar que ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o
sea de caminos perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a
“tramas genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el
“espíritu guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa
misma idea laberíntica está presente en las sepulturas (chenques y pirámides)
con una “idea que es universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo
espíritu hubo de remontar la espiral mítica representada por su mole, el “paso
difícil” que habría de llevarlo al Mas Allá.”
En
el ameno libro de Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de
Río Negro, “Apuntes de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea
del laberinto pero esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del
Gualicho, célebre por la descripción de varios viajeros y por haber sido el
hábitat del legendario Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con
todo su misterio y embrujo.
Expresa
Mazzulli al hacer una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una
madeja de hilo bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo
el recorrido que realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la
leyenda nos daba que la salamanca era un complejo de salas, recovecos y
galerías, algunas tan estrechas que era necesario arrastrarse para poder pasar
de un lado al otro.”
¿Otra
vez el significado del laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho?
Era la misma un “pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida
“terminaban por enloquecerse allí adentro?
¡Y
cuántas similitudes con el famoso laberinto de Creta!
Pero
sin duda el dato más llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero
cuando supo afirmar al ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a
entrar en la cueva, te vas a encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar
por entre medio de ellos. Más adelante te vas a encontrar con dos toros
peleando, y también tenes que pasar entre medio de ellos, con decisión y
coraje, che. Y por último –expresaba Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas
peleando. Vos tenés que encarar y pasar entre los dos animales, llegar a una
“sala”, la cual es atendida por unos tipos de aspecto raro que te van a
preguntar cuál es tu deseo de poder salamanquero. Y cuando salís de allí, ya
salís con el poder.”
¡Sorprendente!
No solo aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia
con el clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los
pumas totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde
encontrar la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de coraje.”
Solo
resta entonces encontrar nuevos indicios sobre el interesante tema del
laberinto en la cultura de los pueblos pre existentes, los cuales al decir de
Manuel Scorza “aún viajan del mito a la realidad.”
Publicada en Tiempo Nuevo Nº 207 -EE UU 19/04/2013
Colaboración del escritor argentino de la
austral localidad de Valcheta, Jorge Castañeda.
El tema del
laberinto en la cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia
ha sido ya estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno de los
indicios según el doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”, es decir
guardas, que ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de aspecto
ornamental. Muy características de este estilo son ciertas figuras de trazo
interminable, que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos de
cierta clase, conocida por los especialistas como “caminos perdidos”.
Pero mucho
tiempo antes (tal vez un par de milenios) era conocido también el “estilo de
pisadas”, figuras grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también
estaban emparentadas con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo
especialmente el de Creta con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso
que se atreva a merodear sus intricados vericuetos.
Se sabe que
en síntesis el laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que el camino
tortuoso que deben recorrer los espíritus de los difuntos para alcanzar el
destino final del “más allá”, el mundo de los muertos que les permitirá
reunirse con sus antepasados.
La dificultad
–escribe Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la dificultad para
alcanzar ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave riesgo: el de que
los portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella”.
Ese “camino
difícil” es reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de muchas
clases. Implica generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a un
juicio y un “Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares,
muchas veces una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una
barca (la barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de
“guardianes del “paso difícil”.
Entre los
tehuelches esa figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que
significaría “la que gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”,
indudablemente femenina.
Por eso los
investigadores afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son
verdaderos laberintos) están vinculados como un salvoconducto para no
extraviarse en el “camino perdido” y así poder acceder al paraíso, porque
quienes no tenían esa señal eran arrojados al mar.
Tanto el
tatuaje, como los estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los
giros en los guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir
“el merodeo” para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por esto las
ofrendas con las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y aún las
mujeres del difunto eran sepultados en los chenquespara acompañarlo en “ese trance difícil”,
rito comparable con otras culturas clásicas como la egipcia.
El
investigador estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder
demostrar que ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o
sea de caminos perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a
“tramas genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el
“espíritu guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa misma
idea laberíntica está presente en las sepulturas (chenques y pirámides) con una
“idea que es universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo espíritu hubo
de remontar la espiral mítica representada por su mole, el “paso difícil” que
habría de llevarlo al Mas Allá”.
En el ameno
libro de Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de Río
Negro, “Apuntes de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea del
laberinto pero esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del Gualicho,
célebre por la descripción de varios viajeros y por haber sido el hábitat del
legendario Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con todo su
misterio y embrujo.
Expresa
Mazzulli al hacer una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una madeja
de hilo bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo el
recorrido que realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la leyenda
nos daba que la salamanca era un complejo de salas, recovecos y galerías,
algunas tan estrechas que era necesario arrastrarse para poder pasar de un lado
al otro”.
¿Otra vez el
significado del laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho? Era la
misma un “pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida “terminaban
por enloquecerse allí adentro?
¡Y cuántas
similitudes con el famoso laberinto de Creta!
Pero sin duda
el dato más llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero cuando
supo afirmar al ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a entrar en la
cueva, te vas a encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar por entre
medio de ellos. Más adelante te vas a encontrar con dos toros peleando, y
también tenes que pasar entre medio de ellos, con decisión y coraje, che. Y por
último –expresaba Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas peleando. Vos tenés
que encarar y pasar entre los dos animales, llegar a una “sala”, la cual es
atendida por unos tipos de aspecto raro que te van a preguntar cuál es tu deseo
de poder salamanquero. Y cuando salís de allí, ya salís con el poder”.
¡Sorprendente!
No solo aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia
con el clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los
pumas totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde
encontrar la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de
coraje”.
Solo resta
entonces encontrar nuevos indicios sobre el interesante tema del laberinto en
la cultura de los pueblos pre existentes, los cuales al decir de Manuel Scorza
“aún viajan del mito a la realidad”.
“El
Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Saavedra, el glorioso Manco de Lepanto, es sin duda la más grande novela
de las letras castellanas y una indiscutida obra maestra.
Al leerla uno tiene la sensación que conjuga preciosidad y justeza de
estilo, una trama rica en aventuras, situaciones risueñas, un venero de
refranes y también verdaderos tratados sobre los más diversos temas,
entre otros aciertos que ha señalado la crítica a lo largo de los
siglos.
Pero realmente admira que mantenga intacta su vigencia y ese es el
milagro mayor de la buena literatura: no importa el tiempo y el
contexto: siempre tiene algo para decirnos. Y en cada relectura nuevas
luces se descubren en su texto.
Pero sin lugar a dudas en todo el libro campea un concepto de la
soberanía de las leyes y su sujeción a las mismas como también sobre el
verdadero sentido de la justicia. Ambos enfoques son hijos de la actitud
ética y de las preocupaciones del autor.
En ese sentido, Cervantes por boca de Don Quijote le dice al ventero:
“Sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden y
vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías; y si halláis
alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decirla, que yo
os prometo, por la orden de caballero que recibí, de haceros satisfecho y
pagado”. Ni más ni menos que un esclarecido concepto de la justicia.
Justicia práctica y a la vista de todos. Cotidiana y llena de sentido
común.
Cuando el “andante caballero de la triste figura” se refiere a las
letras debe entenderse a las leyes que rigen la vida humana en cualquier
comunidad. Lo aclara: “Hablo de las letras humanas, que es su fin poner
en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo que es suyo, y
entender y hacer que las buenas leyes se guarden”. Han pasado
quinientos años y sin embargo todavía se está buscando esa famosa
“justicia distributiva” que señalaba Cervantes y su advertencia de que
“las buenas leyes se guarden”, ante tantos desatinos que cometen
actualmente quienes deberían velar por ellas.
En sus concejos al escudero Sancho Panza cuando debe hacerse cargo de
la ínsula de Barataria, el sabio hidalgo le amonesta que “no hagas
muchas cosas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas, y,
sobre todo, que se guarden y se cumplan; que las pragmáticas que no se
guardan lo mismo es que si no lo fuesen; antes van a entender que el
príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor
para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se
ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio
las espantó, y con el tiempola despreciaron y se subieron sobre ella”.
Y también le supo aconsejar que “no te ciegue la pasión propia de la
causa ajena”. Y cuánta razón tenía para aconsejarle de esa manera.
Con maravillosa clarividencia razona que “la verdad, para impartir
con rectitud la justicia, debe ser buscada sin pausa y desentrañada de
las razones que ante el árbitro expongan las partes, sin que nada, ni
dádivas, promesas o lamentos influyan en la decisión que se tome para
cerrar la causa”.
En el capítulo XI de la primera parte el Quijote refiriéndose a la
edad de oro expresaba: “Dichosa edad y siglos dichosos que los antiguos
pusieron el nombre de dorados. No había la fraude, el engaño ni la
malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en
sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor
que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”.
Hay muchas otras sentencias a lo largo del Quijote que versan sobre
las leyes y la justicia. ¿Seguiremos ante tanto disparate que vemos
cometer hoy en día a los gobernantes y los magistrados, tan ufanos
aplicando la “ley del encaje” que denostaba el caballero, añorando la
edad de los “siglos dorados” como Miguel de Cervantes?
Esperemos que no, porque el apego a las leyes y el ejercicio de la
justicia son la base más sólida de cualquier democracia que se precie.
Jorge Luis Borges, tal vez el mayor escritor que hemos
tenido los argentinos en el siglo XX, ha dejado páginas que sin duda perdurarán
en el tiempo y por ellas ha sido reconocido mundialmente.
En los últimos años se ha escrito demasiado sobre su vida,
su obra, sus frases, sus ideas sobre la política y la cultura e incluso sobre
su vida privada. Y casi ninguno ha defraudado el interés de los lectores porque
Borges siempre atrapa y produce reacciones por doquier. Y para entender a
Borges hay que ubicarlo en su contexto pero sobre todo ir a sus libros para
rescatar la esencia del hombre y sus interrogantes.
No decimos nada nuevo si agregamos que hay muchos Borges
en Borges–el mismo lo sabía: el Borges
del arrabal, del tango con letras procaces, el ensayista de un humilde poeta de
barrio como Evaristo Carriego, de los orilleros, del culto al coraje, el amigo
deNicanor Paredes a quién le dedico una
de sus mejores letras de las “Milongas para las seis cuerdas”, en síntesis el
Borges de la primera época con los almacenes, los portones y las callecitas de
los barrios y del suburbio.
Y está también el Borges posterior de la gran literatura.
El cuentista genial que como su denostado Gracián también se supo perder en las
naderías del idioma con tecnicismos bizantinos,pero que a la vez dio una trascendencia universal a su prosa exquisita.
Es el Borges que jamás olvidó la biblioteca de su padre con libros en inglés.
Su linaje, y el fuerte celo guardián de su madre, doña Leonor Acevedo. Ese
Borges al cual el ensayista y escritor Norberto Galasso calificó como “un
intelectual en el laberinto semicolonial”.
Pero también está el Borges coloquial, el de entre casa,
descubierto en sus facetas más íntimas por Adolfo Bioy Casares y por
algunasdeclaraciones de sus amigos de
entonces como Homero Manzi, Scalabrini Ortiz y otros.
Y se destaca tambiénel Borges de sus frases irónicas (muchas de ellas de su admirado Carlyle
que las tomó como propias), citado hasta la saciedad en diarios, reportajes y
revistas.
Cuando en 1983 viaja a Francia para recibir la Orden de la Legión de Honor “un francés
amante de la insolencia se permitió insinuar que Borge no era el más adecuado
para opinar sobre la actualidad argentina porque vive encerrado en una torre de
marfil”. Y Borges le contesta: “Solo hay torres de marfil en el ajedrez. Yo soy
muy sensible a cuanto ocurre en mi país y en el mundo. Y lo he probado:
critiqué a Perón en su momento y ahora a los generales y su guerra: (Malvinas).
Sé que hay6 gente en la
Argentina que padece hambre. Y esa situación es inaceptable.
No sé qué porvenir nos espera, pero lo imagino triste porque no hay una
solución.
En los “Diálogos” con Néstor Montenegro se expresa sobre
la guerra por las Islas Malvinas” y dice que “Es típico de la mente militar
hablar de abstracciones, en territorios y no en seres humanos. Estos no fueron
consultados. Me refiero aquí a los dos mil kelpers y a veintitantos millones de
argentinos. Se cambiaron los nombres de ciudades, se bajó una bandera y se
elevó otra, se obró como si se tratara de una conquista. Con derechos jurídicos
o no, los habitantes se sentían británicos. En todo caso, debió hacerse un
plebiscito, o debería hacerse en el porvenir. El epigrama en prosa rimada “Las
Malvinas son argentinas” es culpable de muchas muertes”.
Ante la advertencia del entrevistador al observar que “Si
se hubiera o se hiciera un plebiscito los kelpers elegirían ser ciudadanos
ingleses”, Borges le responde que “Es verosímil presuponerlo. En todo caso,
allá ellos… Adolecemos de un casi inhabitado territorio ¿A qué dilatar el
desierto con dos desiertos más, que nos quedan lejos?”.
Sin embargo en el Borges poeta y escritor la gesta de
Malvinasle inspiró desde su perspectiva
la “Milonga del muerto” y el relato “Juan López y John Ward”, la historia de un
soldado argentino y un soldado británico que “hubieran sido amigos, pero se
vieron una sola vez, cara a cara, en unas islas demasiado famosas y cada uno de
los dos fue Caín y cada uno, Abel. Los enterramos juntos. La nieve y la
corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos
entender”.
En esos mismos diálogos con Montenegro Borges expresa que
“El mundo es vasto. Nadie demorasu
atención en lo que sucede en una de las tantas repúblicas de la América del Sur. Piensan
fugazmente en el tango, en cierta ópera, en los desaparecidos y en la pampa
húmeda. Acaso en ciertas islas de cuyo nombre no quiero acordarme”
Sin embargo han pasado los años y aún a pesar de Borges y
de sus frases nos seguimos acordando de Malvinas y entrevistoplebiscito está por realizarse a iniciativa
del gobierno británico.
Me quedo a veces con el otro Borges, aquel que cuando
joven al ver una tropilla de caballos en una madrugada en sus “perdidos
arrabales” le supo decir gritando a Drieu La Rochelle “Es la Patria, carajo”
Tanto el origen como la etimología del
término “chiripá” ha sido motivo de múltiples controversias por parte de los
estudiosos del folclore argentino.
Se sabe con alguna certeza que “los
primeros en usar chiripá, a fines del siglo XXVIII, fueron los indios guaraníes
catequizados en las misiones jesuíticas, cuyos sacerdotes tuvieron que
improvisar esta prenda para cubrir a los aborígenes acostumbrados a andar
semidesnudos, lo que no comulgaba con la moral católica. Colocado entre las
piernas como un pañal, el chiripá fue en un principio un poncho o medio poncho
de telar, por lo que tenía flecos y era estampado con rayas y varios colores.
El gaucho solía llevar bajo el chiripá un calzoncillo cribado. Finalmente el
chiripá fue suplantado por la más funcional bombacha, cuya vigencia persiste”.
El estudioso de nuestro folclore don
Guillermo Yriarte aporta algunos datos que esclarecen sobre este tema. Expresa
que a su entender “el chiripá es de origen árabe y su antecesor se habría
llamado chiriba o chilaba, y en un viaje a Marruecos pude constatar que aún se
usa en la campaña una prenda similar a esta.
Por su parte el Padre Agustín Entraigas
que visitó y estudió en el Archivo de Indias encontró referencias de su uso
entre los maragatos, cuyo nombre deriva de “marecatum” con que se designaba a
los agricultores magrebíes que en la conquista árabe se instalaron en lo que es
hoy la provincia de León en las costas del Miño desempeñándose en la agricultura.
En una correspondencia particular don
Guillermo me decía que “a mayor abundamiento sobre el tema existe una teoría
“carente de seriedad” que atribuye este vocablo a los Quichuas y estaría
formado por Chiri que significa frio, y pac que significa para. Cabría
preguntarse –acota Yriarte- que si era
solo una prenda para frío, que habrían utilizado cuando hacía calor, además los
aborígenes americanos utilizaron solamente el famoso taparrabos, aun en nuestra
Patagonia, y usado como abrigo el quillango”.
Arsene Isabelle que vivió entre 1795 y
1879 observó que “cuando yo bajé en Paysandú, la indumentaria era la siguiente:
chaqueta marrón, chaleco blanco, chiripá celeste, calzoncillo blanco con flecos
–bajo un pantalón de paño azul- un poncho inglés echado al descuido sobre el
hombro izquierdo; y además el cigarrito de papel en los labios, el cuchillo
atrás, en el cinto y el sombrero”.
En su interesante ensayo “En pos del
Gualicho” del Dr. Rodolfo Casamiquela sobre esta prenda tan particular acota
que ante el interrogante si el chiripá era autóctono y si formaba parte de la
vestimenta de los indígenas pampeano patagónicos la respuesta es negativa.
“Con respecto al origen mismo, absoluto,
del chiripá, acepto su extracción peninsular –por lo menos como etapa para su
venida a América, citando a Julio Carro cuando asegura que “el traje típico
maragato, con sus bragas, dio origen al chiripá y a las bombachas de los
gauchos”.
“Si todo esto es correcto –afirma
Casamiquela- la difusión normal de la aludida prenda ha de haber llevado al
reemplazo del taparrabos, dada seguramente su practicidad, en la vestimenta, y
consecuentemente al atuendo propio de la danza”.
Como prensa gaucha José Hernández los
cita en varias oportunidades; verbigracia: “Me enredé en el chiripá/ y cai
tirado a lo largo”.
Sobre su uso en las danzas rituales de
tehuelches y mapuches, semejando en los bailarines la rabadilla blanca del
avestruz y agregándosele una cola hay mucho material para estudio.
Hemos
tratado en este breve escolio de hacer una aproximación a una prenda que
fue de uso tradicional en nuestras llanuras en el siglo pasado y que hoy solo
persiste en las danzas tradicionales y algunos refranes.
A determinada edad cuando el cansancio anida en el alma de
algunos hombres se siente la tentación de recluirse y resistir aisladamente,
sabiendo que no habrá soluciones para los grandes problemas que nos acosan
irremediablemente.
Martínez Estrada, abandonado en su casona de la avenida
Alem en la ciudad de Bahía Blanca supo cabalmente que esa era su suerte porque
“para encontrar una salida a las tragedias argentinas deberíamos conocer el
mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar
al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que
nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a
llorar”.
Mucho antes, el 28 de febrero de 1571, hastiado de
desventuras y de desencantos, el señor Miguel de Montaigne, renunciaba a la
vida pública dejando una inscripción en latín (tenía otras en griego) que
hiciera grabar en una de las paredes de su populosa biblioteca, ubicada en una
de las torres de su castillo: “A la edad de treinta y ocho años, en vísperas de
las calendas de marzo, aniversario de su nacimiento, Miguel de Montaigne, desde
hace ya tiempo fatigado de la servidumbre de la Corte del Parlamento y de
las cargas públicas, pero sintiéndose aún alerta, viene a descansar en el seno
de las doctas Vírgenes de la paz y la seguridad”.
“Había establecido en ella su “abadía de Thelema”, similar
a la que se construyera Rabelais cuarenta años antes. Fue el rincón preferido,
prohibido “a la comunidad conyugal, filial y civil”, donde escribió los
capítulos de sus geniales ensayos”.
Era una gran pieza semicircular en el segundo piso de una
torre de esquina, con la mesa de trabajo en el centro y un millar de libros a
su alrededor.
Nietzche, el mayor de los desventurados, escribiendo sobre
el espíritu libre en su libro “Más allá del bien y del mal” dijo que “todo
hombre selecto aspira instintivamente a tener un castillo y un escondite
propios donde quedar redimido de la multitud, de los muchos, de la mayoría;
donde tener derecho a olvidar”.
Continúa expresando que “puesto que él es una excepción de
ella, la regla hombre; a excepción únicamente que un instinto aún más fuerte lo
empuje derechamente hacia esa regla, como hombre de conocimiento en el sentido
grande y excepcional de la expresión”.
Entre los grandes recluidos podemos mencionar a Marcel
Proust, el que después de frecuentar los salones y la vida social parisina se
aísla no precisamente en un castillo sino en una habitación con cortinas
veladas a la luz natural y sus paredes revestidas de corcho para atenuar los
sonidos del mundo exterior.
Más cercana a nuestros días es harto conocida y fatigosa la
reclusión forzada de Salinger. Al igual que el protagonista de su famosa novela
se encuentra hambriento de una intimidad que antes no había conocido y en su
aparente cinismo, desprecia el mundo y evita tener amigos, tal vez porque
intuye que al amor produce dolor.
A pesar del suceso editorial de su novela “El guardián
entre el centeno”, Salinger “se desilusiona del mundo literario y abandona
Manhattan comprándose una casa en New Hampshire en la que vive recluido hasta
su muerte, dando una sola entrevista en 1980”.
Algunos afirman que no es ningún mérito que los escritores
se recluyan en la soledad de sus castillos altos e inexpugnables oponiendo como
paradigma a los que “pasean por el parque disfrutando del aire fresco, toman
café en una soleada terraza, llevan unos pantalones manchados a la tintorería,
discuten con la santa en el rellano de la escalera, se emborrachan hasta perder
el tino en un bar de mala muerte o tocan en la puerta de sórdidos burdeles con
la intención de reencontrar sus amores perdidos”.Y yendo aún más lejos consideran que“pobres de los escritores que se deciden a
cruzar el puente que sortea la profunda fosa y giran la llave que activa la
inamovible cerradura, porque antes habrán arrojado su humildad a los
insaciables cocodrilos y éstos habrán acabado con cualquier atisbo de vida
literaria”.
Indudablemente no ha sido así con Montaigne, ni con Proust,
Salinger y muchos otros que dieron sus mejores obras aislados del mundo tras
las piedras de sus amurallados castillos.
Cada uno de ellos bien podría decir con Holden: “Estoy
solo/ mirando desde la ventana/ las calles abajo/ sobre un manto silencioso/ de
nieve recién caída. He construido los muros/ de una fortaleza profunda y
poderosa/ que nadie puede penetrar”.
Estamos viviendo
tiempos de decadencia. Hay seguramente una frustración y un cansancio en los
espíritus libres e inquietos que ven con pesadumbre como se han derribado los
viejos paradigmas los que comienzan a ser reemplazados por una serie de
políticas rampantes, superficiales y bartoleras que atontan y adormecen la
conciencia y pisotean aquellos viejos valores que alguna vez hicieron del
nuestro un país generoso, grande, pujante y reconocido en el mundo.
Eso fue posible
gracias al talento de algunas mentes brillantes que a través de la excelencia
de la ciencia y de la cultura escribieron las mejores páginas de nuestra
historia, dando varios Premios Nobel,
grandes escritores y artistas reconocidos en todos los idiomas y destacados
intelectuales que no solo nos prestigiaron ante el mundo sino que dejaron una
impronta para las nuevas generaciones de jóvenes que los tomaron como ejemplos
a seguir.
Los claustros y
las aulas tenían a principios del siglo pasado un óleo sagrado como el de
Samuel, donde abnegados maestros y profesores echaron las bases de una
enseñanza humanista que tenía como eje indiscutido la educación integral del
individuo.
Mucha agua ha
corrido bajo los puentes de nuestro país desde aquellos tiempos liminares y hoy
es palpable para cualquier observador atento ver como se han degradado aquellas
ideas de grandeza, quitando, verbigracia, materias y carreras claves para el
desarrollo de la persona, como algunos idiomas y otras como filosofía, privando
a los educandos de conocimientos generales, desalentando el pensamiento propio
y lo que es más lamentable frustrando vocaciones.
Se aprecia con
estupor como se desalienta el esfuerzo y el estudio por el espejismo
mercantilista de ganar todo fácil y rápido entronando un espíritu que se
asienta en el consumismo desenfrenado de bienes inútiles y la tendencia a vivir
“dejando pasar el tiempo” entretenidos en banalidades sin importancia,
seguramente para no pensar.
Todo esto es parte
de una política tendiente a destruir entre los mejores valores que tenemos por
ejemplo, al lenguaje, bastardeado por la falta de lectura y la mala utilización
del idioma, cuando no mezquino de palabras y de su significado.
Es que ya se ha
dicho que “si se destruye el lenguaje se destruyen las ideas. Que si se
destruyen las ideas se destruyen los conceptos y que si se destruyen los
conceptos se destuyen las costumbres”.
Nos toca vivir
desgraciadamente en estos tiempos difíciles tal vez ya vislumbrados por el gran
Hesíodo donde el hombre de barro endiosado por sus iguales está pisando el
último escalón de su devenir.
El gran escritor
Ezequiel Martínez Estrada, ya anciano en el ostracismo de su casona en Bahía
Blanca intuía esta inversión de los valores donde entre otras cosas, -decía-
“hasta los jueces han abrazado la corrupción como una cruzada nacional”.
Los que realmente
quieran escuchar, “el que quiera oír que oiga” al decir imperativo de San Juan
en la isla de Patmos, tienen en estas épocas de oscuridad en los pocos espíritus
selectos que todavía resisten, una oportunidad de redimirse y volver al camino
del esfuerzo, de la formación, de la dignidad, de la búsqueda de la excelencia
y de una vida con sentido que merezca ser vivida, para ser “lo que se debe ser”
como decía el General San Martín y no la que los poderosos quieren que seamos.
Para terminar
estas breves reflexiones sería bueno recordar como advertencia para los
valientes que se atreven a defender los valores anteriormente señalados que
“donde no hay justicia es peligroso tener razón, ya que los imbéciles son
mayoría”. Y no debería sorprender que la frase fuese de Francisco de Quevedo.
Para pensar.
El ingeniero
Guillermo White, uno de los primeros egresados con ese título de la Universidad Nacional
de Buenos Aires, es considerado como “uno de los doce apóstoles de la
ingeniería”.
Hijo de don Allien
White y de doña Juana Brunel, nació en la ciudad de Dolores, provincia de
Buenos Aires, un 27 de Junio del año 1844. Su abuelo, don Pío White había
llegado a la Argentina
en el año 1800 procedente de la ciudad de Boston, Estados Unidos, y le cupo una
destacada actuación durante las Invasiones Inglesas participando luego con
dinero y armamento para financiar la escuadra del Almirante Guillermo Brown.
El ingeniero White
ejerció el cargo de presidente del directorio de la empresa Ferrocarril del Sud,
y con el mismo cargo en los ferrocarriles de Buenos Aires y de Rosario, luego
fusionados al formarse el Ferrocarril Central Argentino.
Oportunamente el
entonces Ministro de Interior Dr.Benjamín Zorrilla la expresó la necesidad de la construcción de una vía
férrea al entonces Territorio Nacional del Neuquén, que pese a la posición en
contrario de White se pudo concluir en el término de dos años con una extensión
de 500 kilómetros.
Un hecho destacado
de la vida del ingeniero White fue su iniciativa sumarse junto al Dr.
Estanislao Cevallos y otras personalidades para fundar un centro de estudios
científicos, hoy conocido como la Sociedad Científica
Argentina, de la que fue su vicepresidente.
También supo
ejercer como docente universitario como profesor de cálculo infinitesimal en la Facultad de Matemáticas.
Pero tal vez la
figura destacada del Ingeniero Guillermo White es recordada por ser el
constructor del muelle y los elevadores del Puerto de la ciudad de Bahía
Blanca. Obra avizorada por aquel entonces dentro de un proyecto de desarrollo
para el interior del país.
En oportunidad de
inaugurarse las obras del Ferrocarril por el entonces Presidente de la Nación, General Julio
Argentino Roca, cuyo primer viaje debió interrumpirse en la estación Chimay,
Río Negro, por la crecida del río, al regresar el convoy al Puerto, como se lo
llamaba- durante una cena pronuncian sendos discursos el ingeniero White y el
General Roca donde en un brindis improvisado el Presidente de la Nación expresó que “en
homenaje a don Guillermo White, se cambiaría la denominación de “El puerto” por
la “Ingeniero Guillermo White, y a su regreso a Buenos Aires firma el decreto
respectivo el día 20 de Junio de 1899.
Retirado de la
vida activa fallece en la ciudad de Mar del Plata un 11 de Febrero de 1926.
En una de las
últimas entrevistas periodísticas White supo decir sobre su vida que “¿Qué
habría de contar que fuera interesante? Toda mi existencia fue dedicada a la
labor. He trabajado siempre y de pobre que era en mi juventud, he llegado a
tener una ancianidad holgada”, acotando que “Casi no he tenido tiempo de que me
ocurriera nada extraordinario en mi larga existencia. Ella es una misma línea
recta de labor sin tregua, y si alguna cosa me preocupa ahora, es el carecer de
ocupación”.
A 86 años del
fallecimiento de Guillermo White, uno de los emblemáticos “ingenieros de la Patria” es útil rescatar
aspectos de su vida y proyectarlos al presente como ejemplo de grandeza, de
tesón y de una vida entregada a los grandes objetivos de desarrollo.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.