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JORGE CASTAÑEDA
Blog de literatura de la Patagonia
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14 de Mayo, 2014    CRÓNICAS

LOS POLITICOS RIONEGRINOS ENTRE DIALOGOS Y REFRANES

LOS POLITICOS RIONEGRINOS

ENTRE DIALOGOS Y REFRANES

 

Jorge Castañeda

Escritor - Valcheta

 

¿Qué se hará con los gastos reservados?

 

-DEJA LA BOLA CORRER QUE SOLA SE VA A PARAR.

 

 

 

¿Cómo ves la interna para el 2015?

 

-AGARRATE CATALINA QUE VAMOS A GALOPAR.

 

 

 

¿Y la situación en el Frente para la Victoria?

 

-ESTA QUE DA ASCO LA SITUACION EN DAMASCO.

 

 

 

¿Por qué para los políticos la traición es una virtud?

 

-QUIEN DE GALLINA NACE, ESCARBA.

 

 

 

¿Hay que presentarse a un nuevo mandato?

 

-SI UNO TIENE CARTAS, JUEGA, Y SI NO SE VA A BARAJAS.

 

 

 

¿Cómo están los tiempos con vistas al 2015?

 

-CORTITOS COMO VIRAJE E LAUCHA.

 

 

 

¿Es necesaria la gobernabilidad de la provincia?

 

-NO VA A SER COSA QUE DE GORDA NO CAMINE Y DE FLACA NO SE NOS CAIGA.

 

 

 

¿Cómo son los rencores en la política?

 

-PELIGROSOS COMO PUCHERO E CABEZA.

 

 

 

¿Cómo ve a algunos funcionarios?

 

-MAS ECHADOS PA TRAS QUE EL QUE INVENTO LA GARGARA.

 

 

 

¿Cómo hacer ante situaciones difíciles que se presentan en la vida política?

 

-HAY QUE VADEAR EL RIO DESPACITO Y POR LAS PIEDRAS.

 

 

 

¿Hay que ensañarse con el dirigente caído en desgracia?

 

-LAS RATAS SE ACERCAN AL LEON CUANDO ESTA MUERTO.

 

 

 

¿Y los que hablan para la gilada?

 

-SE CREEN QUE SON PIOLAS Y SON UNOS PIOLINES.

 

 

 

¿Cómo ve la conformación de frentes y alianzas?

 

-ENTREVERAOS COMO TROTE E PERRO.

 

 

 

¿Cómo están los funcionarios en sus despachos?

 

-PRENDIDOS A LA GRAN UBRE.

 

 

 

¿Hay que hacer una autocrítica de los errores?

 

-DESPUES DEL CONEJO IDO, PALOS A LA MADRIGUERA.

 

 

 

¿Cómo está el debate de las ideas políticas?

 

-MÁS CHATO QUE SUELA DE ALPARGATA.

 

 

 

¿Cómo está la imagen de los políticos?

 

-CON MAS RAJADURAS QUE BALDE DE PLASTICO.

 

 

 

¿Por qué hay que tener cintura para ser político?

 

-EN LA CASA DEL JABONERO EL QUE NO CAE SE REFALA.

 

 

 

¿Cómo hay que andar en política?

 

-DERECHO COMO HACHAZO E ZURDO.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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30 de Abril, 2014    CRÓNICAS

LOS HERMANOS PILQUIMAN


LOS HERMANOS PILQUIMAN

 

Solamente el timorato puede hablar con tanta soltura sobre las cosas que desconoce. Y solamente  los políticos de turno creen que por visitar raudamente algún paraje ante una emergencia conocen la penuria de la gente que vive en la zona rural de la provincia de Río Negro, sobre todo en la meseta de Somuncurá.

 

Hay que vivir en ella poblando campos estériles donde solo se ve la pura piedra, el coirón achaparrado por el viento y en épocas de invierno hasta los alambrados congelados por la helada.

 

Es dura la vida en la meseta para los hombres que la habitan con su puñado de animales, invariablemente unos pocos caprinos o yeguarizos, que es lo que esos campos olvidados de la mano de Dios permiten. Su geografía austera donde nada se regala va templando el alma de estos hombres y mujeres que tienen la osadía de poblarla y hacerla su lugar en el mundo.

 

En pocas ocasiones bajan a los centros o a los pueblos que a veces están a más de 150 kilómetros, por caminos imposibles, casi siempre cortados donde reinan los cañadones, las piedras estorban el paso de cualquier vehículo y las promesas de los funcionarios sobrevuelan en el aire. Generalmente cuando tienen que comercializar el pelo de chivo, vender algún animal para comprar los pocos vicios que serán su única subsistencia durante meses o cuando están enfermos.

 

Leña tampoco hay, la tierra de la meseta es mezquina hasta para eso. Y la temperatura en épocas de invierno baja hasta los 20 grados bajo cero. Se congelan las manos, el combustible, el agua para tomar y hasta el aliento de estos crianceros que siempre esperan tiempos mejores.

 

¿Cómo se puede hacer para conocer el sufrimiento de esta gente que está sola, impotente, olvidada y a la intemperie de toda justicia? ¿Quién se hace cargo de tanta desidia, de tanta negligencia, de tantas postergaciones?

 

La dieta cuando la situación lo permite es algún costillar de carne de potro, unos pedazos de galletas duras, el mate conversado en la intimidad del puesto y algunas tortas fritas de varios días si se tiene la suerte de tener harina.

 

Tampoco hay ropa que pueda abrigar tanto frío. Algunos pellones en los catres y  la compañía de los perros que a veces son los únicos compañeros fieles de la gente de campo. Pero lo más difícil de todo es encontrar un poco de solidaridad que abriga más que muchas cobijas.

 

Los hermanos Pilquimán son viejos pobladores de la meseta, conocidos por hospitalarios y por los turistas que se acercan a su rancho para sacarse algunas fotos con ellos.

 

Saben de las penurias que trae vivir en esas alturas de la meseta. Allí sí que las piedras hablan, las únicas tal vez que como ellos resisten el clima hostil y el abandono que como una espina de tunales se clava en la carne y en el alma.

 

Conocen su hábitat como la palma de su mano. Eso han sido siempre: crianceros. Luchando contra la sequía, contra las crecientes, contra las plagas que hacen desastres en sus pocos animalitos, contra la indiferencia de los que podrían cambiar un poco las cosas y no lo hacen.

Están ahítos de tantos sufrimientos y todo lo viven con una resignación que es de admirar. Hablan muy poco porque como otros habitantes de los parajes rurales tienen la dignidad de soportar en silencio sus propios males.Por, uno se pregunta  ¿de qué serviría quejarse? ¿Y quién como se dice ahora les prestaría la oreja?

 

Dicen que la meseta es linda y es cierto. Pero es una verdad a medias: la meseta también es dura y para habitarla hay que encallecer los sentimientos y curtirse en los mil contratiempos que la vida en la Patagonia presenta. Porque como decía Saint Exupéry: la meseta “resiste el corazón de los hombres”.

 

¿Se puede hablar de justicia cuando hay familias como los Pilquimán poblando algún lugar perdido en la geografía rionegrina? ¿Hay algún programa que contemple tamaña ignominia? ¿Qué estadística puede tabular la situación de estos provincianos que resisten a puro coraje la osadía de vivir en los campos? ¿Qué leyes regulan tanto abandono? ¿Qué inclusión les dará una mejor calidad de vida?

 

Como los hermanos Pilquimán y Teófilo Pazos hay otros muchos más que soportan sus desventuras esperando siempre un tiempo mejor. Son pobladores del infortunio y de la soledad.

 

Esperan con los ojos cansados de ver tantos años malos, tantas encrucijadas, sabiendo que mañana será igual o peor que hoy.

 

Tal vez algún día se haga justicia con ellos. Tal vez algún día se reconozca su sacrificio. Y tal vez algún día amanezca para ellos el sol de un mejor porvenir.

 

 Jorge Castañeda

Valcheta

 

 

 

 

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22 de Abril, 2014    CRÓNICAS

TAL VEZ ALGUN DIA ARROYO LOS BERROS…


 

 

TAL VEZ ALGUN DIA ARROYO LOS BERROS…

 

 

 

Los pobladores del paraje Arroyo Los Berros, ubicado en la Línea Sur rionegrina en las estribaciones de la meseta de Somuncurá, supieron conocer tiempos infinitamente mejores.

Otra era la historia del lugar cuando el agua de su pequeño arroyo regaba las huertas y el pueblito era un vergel. Ya se sabe que desde siempre en la historia de la humanidad el agua es vida. Corre por las acequias, riega los sembrados, irriga las arboledas y transforma hasta los polvorientos eriales en verdaderos oasis. Eso era la comunidad de Arroyo Los Berros. Un oasis en medio del desierto patagónico.

Los vecinos, pequeños productores laneros en su generalidad, vivían con cierta holgura. Tenían buenos vehículos y hasta podían enviar a sus hijos a estudiar en las ciudades.

Allí, en uno de mis viajes por la zona, conocí a don Manuel Cayul, el lonco de la  comunidad mapuche de Los Berros. Hombre cabal y preocupado siempre por la realidad de su lugar en el mundo. Me sabía contar de los esfuerzos por una vida más digna y de los proyectos para que el desarrollo y el progreso llegaran también a ese rincón perdido de la Patagonia.

La vida parecía transcurrir con menos urgencia que en las ciudades y siempre había tiempo para el apretón de manos, para la hospitalidad de puertas abiertas donde el mate y las tortas fritas alegraban el alma de los visitantes. Y casi siempre algún cordero al asador mientras el rasgueo de la guitarra en las manos de algún trovador local cuya voz enhebraba en décimas la vida tranquila del hombre de campo y sus faenas.

Pero la vida misma tiene sus cosas. Si bien el refrán dice que no hay mal que dure cien años la buena fortuna tampoco dura para siempre. Así fue y será la existencia de los hombres sobre la tierra.

Y hay acontecimientos que ninguna fecha infausta recuerda pero que de un solo golpe cambia para siempre la vida de pueblos y personas.

Por decisiones siempre ajenas a los lugareños un buen día se comenzó la construcción de un acueducto para llevar agua desde Los Berros hasta la ciudad minera de Sierra Grande.

Nadie consideró el perjuicio y el daño que dicha medida ocasionaría a los vecinos. Todos sabían que se condenaría a muerte al paraje pero nadie dijo nada. Tal vez haya sido sólo una razón numérica, pero ya se sabe que en estos tiempos impiadosos solo prevalece en quienes toman las grandes decisiones un sentido economicista  y las razones de los marginados y excluidos no cuentan para nada porque no dejan dividendos ni votos.

Y lo que era un oasis al perder el agua del cauce del arroyo que lo irrigaba dejó de serlo. El arbolado perdió su verdor, las quintas quedaron ociosas y los frutales a secarse.

Y luego una de las sequías más prolongadas e impiadosas solo trajo aparejado infortunios mayores.

Y así muchos vecinos bajaron los brazos y los jóvenes se fueron del lugar. ¡Qué difícil es vivir en estas regiones olvidadas de la mano de Dios! ¡Cuántos contratiempos hay que soportar!

Pasados los años Arroyo Los Berros nunca fue el mismo. Varios vecinos emigraron, don Manuel Cayul partió para siempre como no queriendo ver tanta desazón.

En estos días ha sido noticia debido a las intensas lluvias que asolaron el paraje. Aislado, con viviendas derribadas y evacuados. La naturaleza también sabe ser implacable y parece poner a prueba el carácter de su gente.

El acueducto ha sufrido también las consecuencias del aluvión y ha quedado fuera de servicio privando de agua a Sierra Grande.

¿Servirá esta experiencia para que los políticos tomen decisiones acertadas y no vuelvan a poner la bandera de remate a una localidad? ¿Para que comiencen a pensar en grande?

Tal vez algún día Arroyo Los Berros como muchos otros parajes patagónicos recupere sus momentos de esplendor. Tal vez sea noticia por las cosas buenas que también pasan. Tal vez algún día vengan tiempos mejores.

 

 

 

Jorge Castañeda

Escritor - Valcheta 

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16 de Abril, 2014    CRÓNICAS

LOS ARABES RIONEGRINOS

 

 LOS ARABES RIONEGRINOS

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

Los taureg supieron trajinar el laberinto del desierto a su antojo.  Con sus camellos y dromedarios soportaron el sol ardiente y la sed implacable. Dejaron la huella de sus caballos –según se dice los mejores del mundo- donde el viento y la arena con formas más cambiantes que las de Proteo las desdibujaban con persistencia y tenacidad.

Sólo el verde espejismo de los oasis les permitía descansar del trajín de sus vidas errantes donde los días y las noches se repetían iguales y recurrentes.

Las caravanas, el comercio de animales, la libertad de sus vidas nómades, las noches frías contrastando con el calor opresivo de los soles calcinantes, los dátiles, las tormentas de arena, la leche de cabra, la cuajada blanca, el redondo pan al rescoldo, los morteros con su almirez, el filo cortante de sus dagas engastados sus mangos de piedras preciosas y sus hojas de fina filigrana.

El desierto fue el protagonista de estos pueblos. Su razón de ser. Su ámbito reservado. Conservando una cultura varias veces milenaria pudiendo llegar a decir que allende fue formada la placenta del mundo y de la civilización. El cuño precioso de la vida. Las primeras ciudades: Baalbek, Biblos…, cargadas de historia y de cultura.

Pueblos y pueblos pasaron por sus arenas ardientes, señores ya del arte de la guerra o del comercio, protegidos sus rostros y sus cuerpos por la túnica blanca como el color de las raras nubes que nunca supieron descargar el milagro del agua.

Sólo la sed y la fatiga, la búsqueda del sol a desierto traviesa, la libertad de vivir sin arraigo, solo las arenas “inconmensurables y abiertas” su lugar en el mundo. Y el pie en el estribo partiendo siempre de ningún lugar para arribar a otra nada igual a la de ayer.

Por eso tal vez la estirpe nueva de esos atrevidos hombres del desierto supo elegir después de bajar de los barcos temibles un  paisaje similar, cambiando cedros por araucarias, pero esta vez para echar raíces y formar familias que habrían de perpetuar los exóticos apelativos de su linaje oriental.

Y cambiaron un desierto por otro, ésta tan nuestro y cercano, que está aquí al alcance de la mano y también cerca de las estrellas de un hemisferio diferente: la región sur de Río Negro, en pleno corazón de la Patagonia, madre tierra de todos los desahuciados.

Y como allá en su lejano terruño también trajinaron el desierto nuestro para ejercer el comercio, ese viejo oficio que traían en su sangre. Y parieron en estas soledades de coirón y de basalto sus emprendimientos a los que bautizaron con toda la nostalgia de su corazón: “La Flor de Siria”, “El baratillo del Líbano”, donde nunca faltaba el anís compañero, el plato con aceitunas, la blancura del leven, el kepi crudo con burgol y menta, las fatay con carne de capón picada a cuchillo, los postres con pistacho y almíbar.

Con su castellano a destiempo, algunos con el Corán debajo del brazo (tengo el que era de mi tío), con la delicadeza gris del narguile para ocultar su nostalgia, con la persistencia ante los obstáculos, con la obstinada paciencia de saber que todo se puede.

Cambiaron un  desierto por otro. Se acriollaron, usaron indumentaria paisana, aprendieron las faenas rurales, su hicieron chacareros. Tuvieron hijos, familias con apellidos orientales y siempre el recuerdo de aquel desierto más grande que dejaron en Arabia.

Ese desierto que marcó las cicatrices de su ámbito en el alma de esos inmigrantes y el viento la música permanente que aquí no sólo suele levantar la arenisca de las dunas como allá, sino también las piedras y doblar la copa de los árboles a su antojo.

Porque el desierto es la circunstancia de estos pueblos, la matriz de su memoria genética, su forma de ser, la argamasa que los ha moldeado desde tiempos pretéritos. De allí viene su carácter, su sentido de la hospitalidad, su idiosincrasia, sus costumbres.

El desierto allá y el desierto acá. ¿Importa algo?

En cada patio, en cada casa de estos árabes gauchos y pioneros quedan todavía sus plantaciones de olivos y de viñas. Como allá. Como siempre hicieron. Sacando a la tierra árida y hostil los frutos de la subsistencia.

De esa sangre, de esa herencia, de esa prosapia yo también he nacido al mundo. Amed Ardín, abuelo legendario, tíos Mohamed y Michleb, colectividad del mundo árabe en Río Negro, Neuquén y en el mundo: en el día de la independencia del Líbano mi crónica los recuerda.

 

 Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 La Embajada del Líbano con la firma de su embajador Hicham Hamdan otorgó al autor de la nota “Diploma de Honor” por su obra literaria y el rescate de la cultura árabe.

 

 

 

 

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11 de Junio, 2012    CRÓNICAS

EL CASTILLO DE LOS HOMBRES SELECTOS

 EL CASTILLO DE LOS HOMBRES SELECTOS

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 A determinada edad cuando el cansancio anida en el alma de algunos hombres se siente la tentación de recluirse y resistir aisladamente, sabiendo que no habrá soluciones para los grandes problemas que nos acosan irremediablemente.

 

Martínez Estrada, abandonado en su casona de la avenida Alem en la ciudad de Bahía Blanca supo cabalmente que esa era su suerte porque “para encontrar una salida a las tragedias argentinas deberíamos conocer el mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a llorar”.

 

Mucho antes, el 28 de febrero de 1571, hastiado de desventuras y de desencantos, el señor Miguel de Montaigne, renunciaba a la vida pública dejando una inscripción en latín (tenía otras en griego) que hiciera grabar en una de las paredes de su populosa biblioteca, ubicada en una de las torres de su castillo: “A la edad de treinta y ocho años, en vísperas de las calendas de marzo, aniversario de su nacimiento, Miguel de Montaigne, desde hace ya tiempo fatigado de la servidumbre de la Corte del Parlamento y de las cargas públicas, pero sintiéndose aún alerta, viene a descansar en el seno de las doctas Vírgenes de la paz y la seguridad”.

 

“Había establecido en ella su “abadía de Thelema”, similar a la que se construyera Rabelais cuarenta años antes. Fue el rincón preferido, prohibido “a la comunidad conyugal, filial y civil”, donde escribió los capítulos de sus geniales ensayos”.

 

Era una gran pieza semicircular en el segundo piso de una torre de esquina, con la mesa de trabajo en el centro y un millar de libros a su alrededor.

 

Nietzche, el mayor de los desventurados, escribiendo sobre el espíritu libre en su libro “Más allá del bien y del mal” dijo que “todo hombre selecto aspira instintivamente a tener un castillo y un escondite propios donde quedar redimido de la multitud, de los muchos, de la mayoría; donde tener derecho a olvidar”.

 

Continúa expresando que “puesto que él es una excepción de ella, la regla hombre; a excepción únicamente que un instinto aún más fuerte lo empuje derechamente hacia esa regla, como hombre de conocimiento en el sentido grande y excepcional de la expresión”.  

 

Entre los grandes recluidos podemos mencionar a Marcel Proust, el que después de frecuentar los salones y la vida social parisina se aísla no precisamente en un castillo sino en una habitación con cortinas veladas a la luz natural y sus paredes revestidas de corcho para atenuar los sonidos del mundo exterior.

 

Más cercana a nuestros días es harto conocida y fatigosa la reclusión forzada de Salinger. Al igual que el protagonista de su famosa novela se encuentra hambriento de una intimidad que antes no había conocido y en su aparente cinismo, desprecia el mundo y evita tener amigos, tal vez porque intuye que al amor produce dolor.

 

A pesar del suceso editorial de su novela “El guardián entre el centeno”, Salinger “se desilusiona del mundo literario y abandona Manhattan comprándose una casa en New Hampshire en la que vive recluido hasta su muerte, dando una sola entrevista en 1980”.

 

Algunos afirman que no es ningún mérito que los escritores se recluyan en la soledad de sus castillos altos e inexpugnables oponiendo como paradigma a los que “pasean por el parque disfrutando del aire fresco, toman café en una soleada terraza, llevan unos pantalones manchados a la tintorería, discuten con la santa en el rellano de la escalera, se emborrachan hasta perder el tino en un bar de mala muerte o tocan en la puerta de sórdidos burdeles con la intención de reencontrar sus amores perdidos”.  Y yendo aún más lejos consideran que  “pobres de los escritores que se deciden a cruzar el puente que sortea la profunda fosa y giran la llave que activa la inamovible cerradura, porque antes habrán arrojado su humildad a los insaciables cocodrilos y éstos habrán acabado con cualquier atisbo de vida literaria”.

 

Indudablemente no ha sido así con Montaigne, ni con Proust, Salinger y muchos otros que dieron sus mejores obras aislados del mundo tras las piedras de sus amurallados castillos.

 

Cada uno de ellos bien podría decir con Holden: “Estoy solo/ mirando desde la ventana/ las calles abajo/ sobre un manto silencioso/ de nieve recién caída. He construido los muros/ de una fortaleza profunda y poderosa/ que nadie puede penetrar”.

 

 

 

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29 de Mayo, 2012    CRÓNICAS

EL DERRUMBE DE LOS VALORES


EL DERRUMBE DE LOS VALORES

 

 Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta (RN)

 Estamos viviendo tiempos de decadencia. Hay seguramente una frustración y un cansancio en los espíritus libres e inquietos que ven con pesadumbre como se han derribado los viejos paradigmas los que comienzan a ser reemplazados por una serie de políticas rampantes, superficiales y bartoleras que atontan y adormecen la conciencia y pisotean aquellos viejos valores que alguna vez hicieron del nuestro un país generoso, grande, pujante y reconocido en el mundo.

 Eso fue posible gracias al talento de algunas mentes brillantes que a través de la excelencia de la ciencia y de la cultura escribieron las mejores páginas de nuestra historia, dando varios  Premios Nobel, grandes escritores y artistas reconocidos en todos los idiomas y destacados intelectuales que no solo nos prestigiaron ante el mundo sino que dejaron una impronta para las nuevas generaciones de jóvenes que los tomaron como ejemplos a seguir.

 Los claustros y las aulas tenían a principios del siglo pasado un óleo sagrado como el de Samuel, donde abnegados maestros y profesores echaron las bases de una enseñanza humanista que tenía como eje indiscutido la educación integral del individuo.

 

Mucha agua ha corrido bajo los puentes de nuestro país desde aquellos tiempos liminares y hoy es palpable para cualquier observador atento ver como se han degradado aquellas ideas de grandeza, quitando, verbigracia, materias y carreras claves para el desarrollo de la persona, como algunos idiomas y otras como filosofía, privando a los educandos de conocimientos generales, desalentando el pensamiento propio y lo que es más lamentable frustrando vocaciones.

 Se aprecia con estupor como se desalienta el esfuerzo y el estudio por el espejismo mercantilista de ganar todo fácil y rápido entronando un espíritu que se asienta en el consumismo desenfrenado de bienes inútiles y la tendencia a vivir “dejando pasar el tiempo” entretenidos en banalidades sin importancia, seguramente para no pensar.

 Todo esto es parte de una política tendiente a destruir entre los mejores valores que tenemos por ejemplo, al lenguaje, bastardeado por la falta de lectura y la mala utilización del idioma, cuando no mezquino de palabras y de su significado.

 

Es que ya se ha dicho que “si se destruye el lenguaje se destruyen las ideas. Que si se destruyen las ideas se destruyen los conceptos y que si se destruyen los conceptos se destuyen las costumbres”.

 Nos toca vivir desgraciadamente en estos tiempos difíciles tal vez ya vislumbrados por el gran Hesíodo donde el hombre de barro endiosado por sus iguales está pisando el último escalón de su devenir.

 El gran escritor Ezequiel Martínez Estrada, ya anciano en el ostracismo de su casona en Bahía Blanca intuía esta inversión de los valores donde entre otras cosas, -decía- “hasta los jueces han abrazado la corrupción como una cruzada nacional”.

 Los que realmente quieran escuchar, “el que quiera oír que oiga” al decir imperativo de San Juan en la isla de Patmos, tienen en estas épocas de oscuridad en los pocos espíritus selectos que todavía resisten, una oportunidad de redimirse y volver al camino del esfuerzo, de la formación, de la dignidad, de la búsqueda de la excelencia y de una vida con sentido que merezca ser vivida, para ser “lo que se debe ser” como decía el General San Martín y no la que los poderosos quieren que seamos.

 Para terminar estas breves reflexiones sería bueno recordar como advertencia para los valientes que se atreven a defender los valores anteriormente señalados que “donde no hay justicia es peligroso tener razón, ya que los imbéciles son mayoría”. Y no debería sorprender que la frase fuese de Francisco de Quevedo. Para pensar.

 

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14 de Diciembre, 2011    CRÓNICAS

RITUAL MORTUORIO DE LOS MAPUCHES

RITUAL MORTUORIO DE LOS MAPUCHES

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

Antes de entrar en el tema que nos interesa debemos comprender que para los mapuches los muertos tienen un espectro, un alma o fantasma llamada “Alhuen” que permanece junto a ellos hasta su disolución.

 

En base a ese concepto –muy común a otras culturas- se solía realizar un ritual funerario antes de sepultar el cadáver, que variaba según el rango que éste hubiese tenido en su vida terrenal y que según algunos investigadores su práctica “era para que los malos espíritus no pudieran llevarse el alma de los difuntos”.

 

Aída Kurteff expresa que consistía en “realizar carreras a rienda suelta alrededor de la persona fallecida, danzar y entonar ciertas salmodias en prueba de la más alta distinción que podía brindársele al ser amado que dejaba esta vida”. 

 

“El “aun” –continúa diciendo- también tenía el propósito de espantar la sombra de los “calcú” que merodeaban por los cementerios para apoderarse del “Alhuen”, el fantasma del muerto, y poder utilizarlo en sus hechizos. Algunos hombres estaban a cargo de cubrir de lajas y mantas el fondo de la huesa donde se apoyaría el cadáver, y una vez colocado en su lugar, los deudos comían y bebían poniendo en la sepultura parte de los víveres para que alma participara del ritual”.

 

“También se sepultaban junto al muerto todas sus pertenencias más preciadas. Así como vasijas con granos de cereal que sirvieran de alimento mientras no abandonase los despojos”.

 

En el funeral propiamente dicho se dispone la ubicación del cuerpo del difunto orientado hacia el Este, mientras los hombres giran en círculo espantando los malos espíritus, siguiendo dicha lógica, de Este a Norte, Oeste y Sur, como su concepción cuaternaria lo indica.

Guevara sobre esto escribió que “finalizada la comida comunitaria, los hombres suben a sus caballos y comienzan a girar en círculos espantando a los espíritus que puedan dañar al difunto, al sonido de las trutrucas, lo que indica que se dará inicio al entierro trasladando los restos hasta el lugar de inhumación definitiva”.

 

Primitivamente eran sepultados en ollas mortuorias de arcilla en las que se introducía el cadáver, pero este material fu sustituido por la utilización de la madera.

 

Grebe como un dato curioso afirma que “durante estos rituales, la comida y la bebida se la pasa a los invitados siguiendo la misma lógica circular de su concepción cuaternaria”.

Dichas sepulturas eran señaladas por grandes palos esculpidos muy toscamente llamados “chemamull” que no eran otra cosa que una figura antropomórfica a veces hasta  de cuerpo entero.

 

Casamiquela supo observar que llama poderosamente la atención que las danzas circulares de dichos ritos involucran “retrocesos parciales o involuciones, y que parecen relacionarse con un camino invisible mucho más complicada que la traducida por el simple círculo en torno del centro; pero es un camino de retrocesos o circunvoluciones que representan como es sabido universalmente una forma de laberinto”.

 

Se trataría acota “de espíritus de antepasados que abandonaron el mundo terrenal por alguna forma de laberinto (el paso difícil de tantos sistemas religiosos) por esa misma danza habrían de retornar a aquel”.

 

Lo que indicaría que más que para espantar los malos espíritus que acecharían al alma de los muertos, sería mas adecuado pensar que las danzas se realizarían para guiarla en su camino a la nueva morada; y las salmodias y cantos no serían otra cosa que las canciones del propio linaje del fallecido, para hacerlo reposar si era meritorio junto a sus antepasados.

 

Abonando esta hipótesis –sostenía Casamiquela- no deberíamos sorprendernos al enterarnos que la “barquera infernal de los mapuches” (al igual que en otras culturas), “trempilcahue”, es traducido “la que gira, la circunvoluciona”. O sea la que conduce al alma de los difuntos al mundo de los muertos.

 

Indudablemente que la cultura de nuestros pueblos originarios es muy rica y diversa y cala en una profundidad pocas veces advertida por los legos en la materia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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03 de Junio, 2011    POEMAS

TRIUNFO “LA VERANADA DE LOS PAISANOS”

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TRIUNFO “LA VERANADA DE LOS PAISANOS”

 

 

Jorge Castañeda

Valcheta (RN)

 

 

Allá van los paisanos

Con su silencio

Con su silencio.

 

 

Andan de veranada

Con sus arreos

Con sus arreos.

 

 

Llevan lo necesario

En el pilchero

En el pilchero.

 

 

El viento no los frena

Ni en el repecho

Ni en el repecho.

 

 

Saben cuidar la hacienda

Los ovejeros

Los ovejeros.

 

 

Andan por los caminos

Entre los cerros

Entre los cerros.

 

 

Van buscando los valles

De pastos tiernos

De pastos tiernos.

 

 

Si han llegado a destino

Bajan los cueros

Bajan los cueros.

 

 

Arreando sus majadas

Los criollos nuestros

Los criollos nuestros.

 

 

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23 de Noviembre, 2010    CRÓNICAS

LOS PUEBLOS ORIGINARIOS EN LA GRAN LITERATURA

 

 

LOS PUEBLOS ORIGINARIOS EN LA GRAN LITERATURA

 

Jorge Castañeda

Valcheta

 

Casi sin  querer los pueblos originarios mapuches y tehuelches han pasado a integrar la gran literatura destacando las plumas de Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare que han recogido algunos aspectos de estos pueblos en fragmentos de sus obras “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” y “La Tempestad”, pasando casi desapercibidos para los lectores corrientes.

 
En primer lugar el glorioso “Manco de Lepanto” en el Capítulo VII del Quijote en el episodio del “donoso y grande escrutinio” que hacen el Cura y el Barbero en el aposento de la biblioteca del caballero para quemar los libros que tanto lo habían desquiciado y donde hallaron “más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados y otros pequeños” muestra que Cervantes como él mismo lo afirma tenía la costumbre de “leer hasta los papeles tirados en las calles”.

 
En esa selección como un detalle lúdico se salvó del fuego La Galatea del propio autor del Quijote porque al decir del Barbero “muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y se que es más versado en desdichas que en versos”.

Pero lo realmente llamativo es como entra en la lista el célebre poema “La Araucana” de Alonso de Ercilla que narra las peripecias de los pueblos mapuches en la conquista de Chile.

 
“Señor compadre, que me place –respondió el Barbero-. Y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austríada, de don Juan de Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrate, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.

 
“Todos esos tres juntos –Dijo el Cura- son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellana, están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia” y ordena “guardarlos como las más ricas prendas de Poesía que tiene España”.

 
En cuanto a la cita en “La Tempestad” de William Shakespeare se puede apuntar lo escrito en el “Relato de su viaje alrededor del Mundo” de Antonio Pigafetta, cronista de la expedición de Hernando de Magallanes.

 
Dice en su ameno relato al observar al gigante que bailaba y cantaba dándole el nombre de “patagón” (tehuelche por cierto) que “parece que su religión se limita a adorar al Diablo. Pretende que cuando uno de ellos está por espirar se aparecen de diez a doce demonios que bailan y cantan a su derredor. Uno de ellos que hace más ruido que los demás, es el jefe o gran diablo, que llaman Setebos, los inferiores se llaman cheleule…Nuestro Capitán dio a este pueblo en nombre de patagones”.

Como digresión podemos decir que según los modernos historiadores el término no vendría por tener los pies grandes, sino que haría alusión a una obre de teatro de moda en las cortes europeas cuyo protagonista sería un gigante de nombre Pathagón.

 
El doctor Ernesto Livon Grosman escribe al respecto en su libro “Geografías Imaginarias”, donde se refiere al relato de viaje y la construcción del espacio patagónico que “esta referencia al dios Setebos fue traducida por el escritor isabelino Richard Eden quién incluyó una versión abreviada del relato de Pigafetta en The History of Travayle de 1577”.

 
El “Cisne de Avón”  lee la referencia a Setebos en Eden y lo incorpora a “La Tempestad”, cuando Calibán dice, refiriéndose a América: ¡Oh, Setebos! These be brave spirits indeed.”

 
En el relato de Pigafetta esta primera inscripción del nombre de la zona, de los gigantes tehuelches y sus dioses, se presenta enmarcado en el diario de viaje con la potencia de lo testimonial. El uso que Shakespeare hace de la referencia a Setebos indica, en cambio, un desplazamiento de lo particular a lo general, de los tehuelches a una realidad continental.

 
Es así entonces como los araucanos o mejor llamados mapuches y los patagones mejor llamados tehuelches, entran en los años 1.500 a dos de las obras cumbre de la literatura universal.

 

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06 de Agosto, 2010    CRÓNICAS

Los dichos del toro

Los dichos del toro

                            Por JORGE CASTAÑEDA

 

 

Según los eruditos que se han ocupado del tema, el toreo "no es otra cosa que la lucha del hombre inteligente con la fiera, a la que logra vencer en la mayoría de los casos gracias a eso, a su inteligencia, ya que el toro es mucho más fuerte que el hombre".

 

Su origen se remonta a tiempos muy antiguos dado que existen datos de juegos y luchas con toros en las regiones de la cuenca mediterránea, sin embargo pueden haber sido casi seguramente sacrificios rituales o fiestas de caza.

 

Tenemos por ejemplo las pinturas del palacio de Knossos, en Creta, en el segundo milenio antes de Cristo, representaciones de jóvenes de ambos sexos jugando con un toro. También en Eleusis, según un relato de Artemidoro el Gramático, los jóvenes eran ejercitados en la lucha contra los toros.

 

Debemos a la pluma de Plinio el Viejo un curioso relato referente a Julio César, de quien dice "que alanceó un toro", arte que bien pudo aprender en España.

 

Lo cierto es que el toreo tiene una larga tradición cultural en España y en algunos países americanos que lo han adaptado, como el caso de México y Perú.

 

Un famoso chamamé del conjunto Ivotí ante un hecho de desenlace imprevisible popularizó la frase: "Vamos a ver como se revuelca el toro", apropiada para atisbar lo que pasará en el resto de España con las polémicas corridas, donde lo ideal a mi humilde modo de ver sería que no se sacrifique a la bestia, pues me cuento entre aquellos a los que les desagrada el sufrimiento de los animales.

 

Martín Fierro, "ese gaucho pendenciero y desertor" al decir de Borges, supo alardear: "Yo soy toro en mi rodeo/ y torazo en rodeo ajeno". Bravo el hombre. También por su bravura uno de nuestros más aguerridos boxeadores, Justo Suárez, con justeza fue apodado "El Torito de Mataderos".

 

Si acaso nos referimos al dejar una tarea o abandonarla definitivamente con la expresión de "cortarse la coleta", nos estaremos refiriendo según la tradición torera a "los diestros que se retiran con la intención de no volver a torear más, cortándose precisamente la coleta". También con "hacer un quite" (ayudar a uno con una intervención providencial), "dar un puyaso" (decir algo irónico para zaherir al otro), "mirar los toros desde la barrera" (sin comprometerse), estaremos utilizando giros incorporados al habla coloquial por el mundo del toreo, siendo el más difundido: "Debemos tomar al toro por las astas" o sea enfrentarnos a un peligro sin dilación y sin temor.

 

La mitología recoge a Asterión, el Minotauro, el célebre monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro encerrado en el laberinto de Dédalo, el que por muchos años se alimentó de lo cuerpos de hombres y mujeres ofrendados en sacrificio hasta que su vida terminó a manos del héroe Teseo, gracias al ingenioso hilo de Ariadna que le permitió encontrar la salida.

 

Uno de los mayores novelistas españoles, Vicente Blasco Ibáñez, con su libro "Sangre y arena" supo novelar la tragedia de los toreros. Autor al que los rionegrinos recordamos en la localidad de Cervantes por su gesta de crear una colonia agrícola en el Alto Valle.

 

Si hablamos de "Muerte en la tarde", nos estaremos refiriendo al conocido libro sobre toros de Hemingway, un clásico de la literatura taurina. Y si invocamos a la Guapa, "Nuestra Señora de la Esperanza Macarena", la virgen de los toreros, y ponemos de fondo música flamenca, nos parecerá escuchar la voz del famoso escritor describiendo en algunas casi todas las grandes tragedias taurinas como las de "Manolete", "Joselito" y la del maestro Francisco Rivera "Paquirri" en la plaza de Pozoblanco, calado por el toro "Avispado", a la altura del triángulo de Scarpa, cuando toreaba con el capote.

 

La vida es una lucha de poder a poder, que se hace mejor desde el centro mismo de la plaza que nos toque. Donde pesan más los engaños y las verdades. Las transparencias y las virtudes. Los vicios y las oscuridades humanas, entre las que está la intolerancia, esa que se deja ver de cuerpo y alma, que se soma arremetedora, con ocasión de la "Fiesta Brava". Como bien lo sabría Hemingway después.

 

Y no debemos de olvidar entre otros grandes taurinos a Goya, Picasso, Dalí, Azorín, Valle Inclán, Ortega y Gasset, Papini, los Machado, Baroja, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Unamuno y Bizet.

 

García Lorca, en los inmortales versos dedicados del "Llanto por Ignacio Sánchez Mejía", al ver la sangre derramada del torero adivinó que hasta "los toros de Guisando,/ casi muerte y casi tierra,/ mugieron como dos siglos/ hartos de pisar la tierra".

 

Se refería a las representaciones escultóricas labradas en grandes bloques de granito por los celtíberos, al parecer dicen los estudiosos con la finalidad de proteger al ganado, lugar donde fue jurada heredera al trono de Castilla Isabel la Católica.

 

No en vano un clásico de nuestra música chamamecera rinde homenaje al fuerte animal glosado en esta nota: "El toro", de don Antonio Tarragó Ros. Y aquí, ante el debate de que es motivo por la prohibición de las corridas, lo dejamos bufando.

 

 

 

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SOBRE MÍ
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Jorge Castañeda

Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.

Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.

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Escritor y periodista de Valcheta, localidad ubicada en la Patagonia Argentina
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