Meseta rocosa, reino de la piedra, de la arcilla, de la arena y de la sal. Con una altura irregular de 130 a 160 metros, con una dimensión aproximada de 1800 metros de frente sobre el mar y una profundidad costa adentro de unos 800 metros promedio, con el mar de la Bahía sin Fondo por un lado y la inmensidad monótona de la estepa patagónica por el otro, se levanta la formación ¿natural? del Fuerte Argentino en el Golfo de San Matías. Centinela legendario, ¿Muelle? ¿Castillo? ¿Fuerte? ¿Otrora una isla rodeada de mar? ¿Lugar de entrada de los caballeros templarios con la reliquia del Santo Grial? Fantasías. Leyendas. Indicios. Teorías. Búsquedas.
“Una vez sobre el Fuerte Argentino, mi espíritu sintió una nostalgia incontenida, una infinita emoción agridulce, como si el pasado humano estuviera concentrado en la entraña misma de la tierra” escribió la historiadora Josefina Gandulfo Arce en su libro sobre Las Grutas.
¿Era una isla el Fuerte Argentino rodeada de mar? ¿O era una isla rodeada de agua dulce por la desembocadura del Río Negro? El historiador Raúl Entraigas en su interesante libro “El fuerte del Río Negro” cita que este río era tan desconocido que Floridablanca expresa que “En la Bahía sin Fondo o Punta San Mathías desagua el río Negro o de los sauces”. Y Entraigas aclara que “Por otra parte, casi todos creían que el río de los sauces desembocaba en San Antonio y que en otras épocas, seguramente el Golfo de San Matías habría sido su boca”.
¿Había en el Fuerte Argentino hombres desconocidos que lo poblaban? El Virrey Juan José de Vértiz le advierte a Juan de la Piedra en su extensa instrucción sita en el Legajo 331 del Archivo de Indias en el General de la Nación que “entre el Negro y el Colorado viven los indos de nación Tegüelchú vaxo el mando del cacique Negro, el cual ya tiene permiso de venir a la Capital, que le den cartas para Buenos Aires. Los emisarios del cacique Negro aseguran que en la isla que hay dentro de la Bahía sin Fondo, están poblados ciertos indios o gentes no conocidas de quienes viven muy recelosas”. Y pide que investiguen eso. Le pide se entere, por medio de los aborígenes, si llegan barcos allá, y si tienen noticia de que haya extranjeros en el interior del país.
¿Quiénes eran estos desconocidos que habitaban la isla del Fuerte? Los osados que buscan en la Patagonia el derrotero del Santo Grial traído por los caballeros templarios para protegerlo citando antiguas zagas mitológicas aseguran que el mismo era una antigua fortaleza habitada por “hombres blancos” y afirman que en los antiguos manuscritos del caballero Perlesvaus, éste al llegar a las costas patagónicas en el Golfo de San Matías muestra su sorpresa porque “El castillo se divisa sobre una ínsula en el mar. El aspecto del fuerte al acercarse desde el mar es el de una isla. Y afirman que en cuanto la nave tomó puerto debajo del castillo, el mar se retiró de modo que la nave quedó en tierra seca”. Un dato más dicen los investigadores sería que se trata de la Bahía sin Fondo porque “la diferencia de mareas toma por sorpresa al piloto de la nave, dado que la diferencia entre pleamar y bajamar delante del Fuerte Argentino suele ser de hasta 10 metros, algo totalmente inusual en el resto del mundo”.
Otro aporte a este misterioso promontorio lo dan las “planches” del Atlas confeccionado por el francés Martín de Moussy (geógrafo y científico contratado por el gobierno de la Confederación) que en el punto geográfico del Fuerte está marcado con dicho símbolo con la leyenda “Ancien Fort Abandonné” o sea antiguo fuerte abandonado.
Destacamos que los precisos estudios geográficos del Dr. Jean Antoine Víctor Martín de Moussy, en especial su “Desccription Geographique et statistique de la Confederatión Argentine” publicada en tres tomos y un atlas fue imprescindible para futuras investigaciones sociales.
Lo notable del caso es que el mismísimo Julio Verne al escribir sus libros ambientados en la Patagonia, la cual no conocía, se valiera del trabajo del médico francés.
Es así que menciona entre los antecedentes de viajeros y exploradores franceses a “Alcides D’ Orbigny y a mi honorable colega el doctor Martín de Moussy”.
Por tradición oral algunos antiguos pobladores del predio aseguran que “tiene el lugar una historia antiquísima y que antiguamente era un fuerte que en la cara que daba al mar tenía cañones emplazados”
Visto desde arriba el Fuerte Argentino se asemeja a un par de alas de un pájaro inmenso dirigiéndose hacia el mar.
Actualmente hay una búsqueda de material relacionada con el Fuerte, los templarios y la gesta del Gríal y empresas de turismo que salen desde Las Grutas para visitarlo y luego entregar a los visitantes de un Certificado de Caballero Templario como recuerdo de la excursión.
¿Otro misterio en plena Patagonia argentina? ¿Otra leyenda? ¿Otra impronta mágica y mística para esta tierra de aventuras?
Macondo “una aldea de veinte casas de
barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se
precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
prehistóricos”.
Valcheta, un pueblo asentando sus
reales a la vera del arroyo homónimo cuyo remoto curso atisbaron los ojos
asombrados de los primeros exploradores describiendo la pureza de sus aguas y
la feracidad de sus pastos y en cuyos parajes aledaños los huevos de titanosaurios
rigen su duermevela entre nidadas y cascarones.
Macondo donde Melquíades “fue de casa
en casa arrastrando don lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver
que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y
las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando
de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían
por donde más se los había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta
detrás de los fierros mágicos”.
Valcheta, donde las mojarras desnudas
son una especie única en el mundo porque están desprovistas de escamas y
escudriñan desde hace más de cien años de soledad las nacientes del arroyo
mesetario, donde el brazo frío y el brazo caliente se unen en “La Horqueta”,
confluencia y derrotero que busca su destino de arena y sal en el gran bajo del
Gualicho.
Macondo cuyas casas “se llenaron de
turpiales, canarios, azulejos y petirrojos” y donde “el concierto de tantos
pájaros distintos llegó a ser tan aturdidor que Ursula se tapó los oídos con
cera de abejas para no perder el sentido de la realidad” y cuando “los gitanos
encontraron aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga confesaron que se
habían orientado por el canto de los pájaros”.
Valcheta donde las loradas parten
inquietas y bulliciosas todas las santas mañanas desde los árboles de las
riberas inquietando a propios y forasteros pero en especial orientando a los
arrutados con alada y móvil precisión de
brújula con forma de bandada.
Macondo donde “las mariposas
amarillas precedían las apariciones de Mauricio Babilonia” y aún “alguna vez
las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine”.
Valcheta, donde un árabe de los mal
llamados turcos hubo pintado las gallinas de verde, rojo furioso, amarillo o
fucsia para que nadie se imaginara que eran hurtadas por la noche de los
gallineros más desaprensivos y para que ningún vecino las reconociera como
propias.
Macondo, donde “el primero de la
estirpe está amarrado a un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas”
y donde “un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera
del huracán bíblico” dejó su huella implacable.
Valcheta, donde el negro Eusebio de
la Santa Federación tuvo más ínfulas que un obispo, sin haber pisado nunca su
suelo.
Macondo, donde “las estirpes
condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la
tierra”.
Valcheta entre la elevación azulada
de la meseta y el bajo salitroso del Gualicho; entre los “pozos que respiran” y
la “piedra de poderes”; entre la “cueva de Curín” y la “puerta del diablo”;
entre los árboles milenarios y la paz mítica de “la gotera”, donde la estirpe
vieja de sus familiares aguarda un destino mejor y más auspicioso a la sombra
de los sauces históricos que reverdecen por sus gajos con cada primavera.
El
Gualicho, soledades de piedra y distancia donde el cloruro de sodio enloquece
los ollares de las bestias y se enseñorea en una de las salinas más grandes del
país. Enorme planicie cuya depresión alcanza los 72 metros bajo el nivel del
mar. Hasta los pájaros carroñeros se arrutan irremediablemente y las huellas se
pierden en la espesura chata de la estepa.
Todo
es silencio y antes fue mar. Por eso los restos del delfín picudo de Cuvier y
del Carcharadón Megalodón. Lugar donde al decir del cacique Casimiro “quedan
los osamentas” de hombres y de bestias.
El
Gualicho, donde está la Puerta del Diablo y la temible Salamanca que evitaban
tehuelches y mapuches. Viejos ritos para reverenciar al Mal. Para tener suerte,
para poder pasar sin inconvenientes, para no morir de sed.
“Dicen
que una chica se metió al Bajo del Gualicho y se perdió. Ni rastro de ella
encontraron. Nada. Nada. Se perdió cuidando ovejas. Porque antes se cuidaban los
animales a pie. No había caballos. Cuando yo era chica no teníamos caballos.
Después mi padre tuvo capital, y los compró en Río Colorado. Llevó tejido,
sobrepuesto, matra y los cambió. Se perdió la chica. Después dicen que la
encontraron petrificada arriba de un banco de sal. Los que la vieron se
asustaron y escaparon. Fueron a avisar al padre y a la madre, pero cuando
regresaron a verla ya no estaba. Ni rastros hallaron. Dicen que nadie podía
llegar allí. Corría viento y llovía. ¡Un temporal! La chica no apareció más.
Tenía que ser el Gualicho. Eso contaron por ahí. Nosotros sabemos esto por la
conversación de la gente que contaba todo. Se llama bajo del Gualicho porque el
diablo vive allí”.
Historias,
contadas de los paisanos que veces en estas regiones caídas de toda cartografía
“viajan del mito a la realidad”.
“El
13 de Marzo de 1932, en la “Laguna del Pisadero”, se encontraba don Macedonio
Belizán, con un arreo de vacunos, con destino a Viedma; Pío, se acampaba a unos
300 metros del camino que lo conducía a la casa; en lugar de tomar el camino,
Pío salió en dirección a la Laguna del Bagual, en el caballo “El Manchado”.
Este animal apareció tres días después. Observando, Pío lo había cambiado por
un tostado, con este caballo siguió con rumbo al Gualicho Chico, dos o tres
leguas más adelante, dejó, regresando hacia atrás por el paso de la Laguna del
Bagual, rumbo a Mancha Blanca. El conocía bien este paraje; de ahí que los
rastreadores nos confiáramos pensando que estaba en lo seguro; fue todo lo
contrario; el chico siguió para la laguna del Monte, donde su rastro se
confundió con el de tantos animales que andaban por la zona. Ante la
imposibilidad de seguir solos, los familiares, amigos y yo, que anduve día y
noche, a la cabeza del rastreo, pedimos ayuda oficial para la búsqueda a larga
distancia; todo el andar fue inútil. Tuvimos que aceptar que se perdió en la
“Puerta del Diablo”.
Los
estudiosos se preguntan al encontrarse allí “donde se juntan los caminos “en la
Patagonia profunda del Gualicho ¿Quién seguirá los pasos de Bernabé Lucero, el
salamanquero, para enfrentarse contra víboras y toros a cambio del don de tocar
la guitarra?
“Bernabé
Lucero conocía el Gualicho palmo a palmo; se fue encerrando en él, con su
lirismo, con su silencio, su música y los misterios de aquella morada del
diablo, al decir de las gentes. Algo sobrenatural se escondía sin lugar a dudas
en el alma de aquel huraño. Para los ignorantes de la supervivencia, son
brujerías. No para mí… desde un primer momento, presentí que un poderoso, como
rebelde espíritu mapuche había encarnado en esa vida, guiándolo por el secreto
de la música y el idioma de las soledades de piedra y arena. Pocas veces, o
ninguna, Bernabé hablo de su quehacer en las largas ausencias”.
Y
siguen las contadas en la prosa de los que dejaron testimonio del andar de
Bernabé en el Bajo más temible de todos los bajos.
“Bernabé
Lucero, sin escuela ni oficio, despertaba la admiración y el temor de quienes
lo escuchaban. Mariano Villalba fue uno de los que le pidió que le enseñara lo
que él había aprendido; Lucero le manifestó: -Yo te puedo transmitir lo mismo
que aprendí, pero tenés que venirte al cruce de los caminos una noche. Si sos
hombre de coraje… vas a aprender lo mismo que yo. Mariano Villalba, no fue”.
Dicen
que estaba desfalleciente debajo de unas plantas de molle en su Gualicho y que
repetía que los hombres como él debían morir de esa manera. Lo trajeron al
hospital de Valcheta y en ese momento se encontraba internado un nieto del
cacique Huenteleo. Lucero se acercó y le dijo: Vengo pa irme al chenque. Muchos
años después al lado de su sepultura creció una planta de molle, seguramente
para cobijar bajo su sombra la leyenda del salamanquero, que así debe morir.
“De
este modo –dice la escritora Josefina de Ballor- nos dejó el cantor más
misterioso del Gualicho, llevándose los secretos de sus noches, de sus ojos en
la lejanía y de su guitarra de embrujo, seguramente quedará la leyenda”. Y no
se equivocó.
Hoy
hay abundante bibliografía sobre Bernabé y el Gualicho: artículos, notas,
estudios, canciones, obras de teatro, guiones para un largometraje, pero sobre toda la magia incomparable de su leyenda que
persiste en cada viejo poblador que supo tratarlo y que está a la vuelta de la
esquina en cada rincón del pueblo de Valcheta.
Hace ya casi cuarenta años fallecía en mi ciudad natal de Bahía Blanca uno de los más grandes escritores y ensayistas que ha dado nuestro país: Ezequiel Martínez Estrada. Pobre y olvidado pasó sus últimos años recluido y enfermo en su casona de la Avenida Alen. Era tal vez la conciencia de la patria o como a él mismo le gustaba decir “un ídolo en desgracia”.
Siempre que visito Bahía Blanca y que paso por la que fue su casa no puedo menos que emocionarme al pensar que don Ezequiel vivió en ella el desencanto de haber sido una voz en el desierto. Y para el mayor de todos los oprobios “una voz profética”. Pero ya se sabe que los profetas pagan muy caro la osadía de decir las cosas que a nadie le gusta escuchar. Y menos en este país en decadencia. Y menos aún a los dueños del poder y sus aduladores.
Sufrió en carne propia todas las humillaciones imaginables por el solo pecado de decir su verdad, desde “las miserias de preparar las comidas por sí mismo y alimentar a los pájaros”, cosechar los vituperios de sus contemporáneos en el mundo de las letras, el encarnizamiento o lo que es peor del silencio de casi toda la prensa sobre su obra literaria, malvivir económicamente con el cobro de una jubilación miserable que completaba con algunas colaboraciones ocasionales en la revista “Cuadernos Americanos”, que le pagaba dos dólares y medio por cada página, hasta la “sanción artera” que le infligieron cuando lo rebajaron en el servicio en Correos y Telecomunicaciones, “donde se abrieron ante sí meses de pesadillas”.
En un reportaje que le concedió a Tomás Eloy Martínez tres meses antes de fallecer le dijo con voz destemplada que “desde hace años la Argentina está en manos de los usurpadores. A partir de 1930, hemos vivido con tres ruedas sobre los rieles y una cuarta en el aire. La cuarta rueda es el símbolo de aquellos períodos efímeros en que contamos con un gobierno supuestamente legítimo que era de inmediato derrocado”. Y con palabras más lapidarias que las del profeta Ezequiel apostrofó diciendo “¡Pobrecitos, pobrecita gente! Cuando tuvimos un gran hombre como Hipólito Yrigoyen o Juan Perón o era un incapaz o era un canalla”.
Y le dijo a su mujer: “Si tengo que hablar, Agustina, no debo mentir”.
En esa tarde de Bahía Blanca todavía resuenan las palabras del escritor relativas a esta tierra de los argentinos donde nada parece haber cambiado: “Estamos muertos de silencio. Todos en mi país saben tanto o más que yo, pero tienen la sagacidad de callarlo. En la conspiración está comprometido el ochenta por ciento de los argentinos. El único tonto fui yo, porque me atreví a revelar el secreto de nuestra desgracia”.
Y con una clarividencia y lucidez asombrosa desenmascara a “los tratadistas de Derecho que no han señalado con el dedo las usurpaciones políticas; los jueces que han abrazado la corrupción general como si fuera una cruzada patriótica y los profesores de literatura que cuando ven luchar a un hombre como yo, se le arrojan encima para que sus amos le ofrezcan un poco más de carne”.
Escribe Eloy Martínez que “por miedo, el viejo había renunciado a seguir leyendo los periódicos después del asesinato de John Kennedy, había aceptado la inmovilidad y el retiro como un signo místico de su indignación y no encontraba en la vida otro sentido que hablar en nombre de los ofendidos y de los humillados”.
Decepcionado –cuenta Eloy Martínez- “negó toda salida a las tragedias argentinas. Para encontrarla se debería conocer el mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a llorar”.
Murió Ezequiel Martínez Estrada un 3 de Noviembre de 1964 y al cementerio de Bahía Blanca “no lo siguieron sino unos pocos deudos y los caudalosos pájaros que siempre trae el verano. Los diarios fueron mezquinos al describir su talento y enconados al evocar su rebeldía”.
Pero ha quedado el fruto de su talento y entre su vasta obra tanto en prosa como en verso dos mojones del pensamiento nacional: “Radiografía de la pampa” y “La cabeza de Goliat”. Sería bueno volver a ellos para mirarnos en nuestro propio espejo e interpelarnos todos los argentinos por este bendito país que todavía no supimos conseguir.
La
prostitución es un viejo y tolerado oficio presente en todas las culturas del
mundo. Y el comercio sexual con mujeres a cambio de dinero o especies era común
también en todo Israel si nos atenemos a los textos bíblicos.
Tanto
es así que la Biblia
menciona a varias meretrices, una de las cuales es considerada una verdadera
heroína por el heroico papel que llegó a desempañar en la conquista de la
tierra de Canaán, pasando incluso a ocupar un lugar preferencial en la
genealogía de Jesús, escrita en el evangelio de San Mateo. Se trata ni más ni
menos que de Rahab, la ramera oriunda de Jericó.
“Josué,
sucesor de Moisés al frente de los israelitas, había enviado a dos espías para
que explorasen el país que se disponían a irrumpir. Los espías llegaron a
Jericó y entraron en la casa de una prostituta llamada Rahab, donde
pernoctaron”.
“Enterado
de la presencia de los forasteros, el rey de Jericó mandó a decir a Rahab que
los hiciera salir de su vivienda. Pero la mujer escondió a sus huéspedes en el
terrado, entre unos haces de lino que tenía amontonados, y respondió al monarca
que en su hogar habían estado, en efecto, unos hombres, cuyas identidades y
procedencia ignoraba, pero al caer la noche se habían marchado con rumbo
desconocido”.
“Conjurado
el peligro, la prostituta subió al terrado y dijo a los dos espías: “Os pido
que me juréis por Yavé que, como yo he tenido misericordia de vosotros, la
tendréis vosotros también de la casa de mi padre, y dejaréis la vida a mi
padre, a mi madre, a mis hermanos y hermanas y a todos los suyos, y que nos
libraréis de la muerte”.
La
historia por supuesto tuvo un final feliz y en el Nuevo Testamento Rahab la
ramera es puesta por ejemplo entre todas las mujeres y en la Epístola del apóstol San
Pablo a los Hebreos dice que “Por la fe, Rahab, la meretriz, no pereció con los
incrédulos, por haber acogido benévolamente a los espías”.
Está
también el caso de Jefté, uno de los jueces más grande de la historia del
pueblo de Israel, que era hijo ni más ni menos que de una prostituta.
“Jefté,
cuyo nombre significa “Dios libera”, nació en el seno de la tribu de Galaad, un
día huyó de la casa después que sus medio hermanos, nacidos posteriormente de
la esposa legítima de sus padres, le manifestaran que él no compartiría la
herencia porque era hijo de “otra mujer”.
El
relato cuenta que convertido en caudillo infligió una humillante derrota a los
ammonitas y durante seis años ejerció el cargo de Juez en todo Israel.
Sansón,
recordado por su fuerza temible y por la traición de Dalila, mantuvo relaciones
también con otras mujeres una de las cuales era una prostituta.
El
texto dice “Fue Sansón a Gaza, donde había una meretriz, a la cual entró. Se dijo
a los de Gaza: “ha venido Sansón”. Y le cercaron, estando toda la noche al
acecho junto a la puerta de la ciudad; y se mantuvieron callados toda la noche
con esta consigna: “Al despuntar la mañana lo mataremos”. Sansón estuvo
acostado hasta la medianoche cuando se levantó, y cogiendo las dos hojas de la
puerta de la ciudad, con las jambas y el cerrojo, se las echó al hombro y las
llevó a la cima del monte que mira hacia Hebrón”.
De
relato de Tamar que sedujo a su suegro Judá disfrazada de prostituta para tener
relaciones con él y asegurar su maternidad podemos apreciar como se ejercía el
oficio más viejo del mundo en aquellos lejanos tiempos.
“Las
meretrices se cubrían con un velo. Solían apostarse en las afueras de los
pueblos, a la vera de los caminos para captar a sus clientes. Sus servicios
podían pagarse en efectivo o en especies, por eso Judá le ofrece a Tamar un
cabrito de su rebaño”.
En
todos los relatos precedentes los autores bíblicos citados no hacen ningún
comentario en tonode reproche o de
censura moral sobre quienes ejercen el oficio carnal.
En
cambio veremos una verdadera repulsa al llamado “salario de perro” referido a
quienes ejercían la prostitución ritual en ofrenda a los ídolos paganos, la que
era fuertemente censurada y castigada.
En
el relato del fallo histórico del rey Salomón ante las dos prostitutas que
aseguraban la maternidad del niño, no se censura moralmente a las mujeres por
ejercer su oficio, ni por el hecho de que sean madres solteras. El rey emite su
fallo sin entrar en consideraciones sobre la actividad de las querellantes.
Debemos
aclarar que en algunos de los libros sapienciales sobre todo los más tardíos,
sí aparecen palabras de desaprobación, para que el varón no recurra a los
servicios de estas mujeres: “El que ama la sabiduría, alegra su padre, el que
anda con prostitutas dilapida su fortuna”. Y el Eclesiástico agrega en forma
parecida “No te entregues a las meretrices, no vengas a perder tu hacienda”.
Aún
hay un caso donde Dios le ordena a uno de sus profetas llamado Oseas que se
case con una prostituta “pues que se prostituye la tierra”. Es así que el
profeta se casa con Gámer con la que engendra dos hijos.El relato sirve para comparar a Yavé y su
esposa infiel, aludiendo al pueblo de Israel.
Sin
embargo en este relato después que Oseas la repudia diciendo “ni ella es ya mi
mujer ni yo soy su marido” al seguir enamorado de Gámer exclama: “Así, la
atraeré y la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”.
Historias
de mujeres en la Biblia que practicaron el oficio más viejo del mundo. Como
aquella que iba a ser lapidada y el señor Jesús después de escribir en el suelo
le preguntó ¿mujer, donde están los que te acusaban? Al no haber ya piedras en
las manos, le dijo: “Ni yo te condeno. Vete y no peques más”.
El
tema del laberinto en la cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia ha sido ya
estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno
de los indicios según el doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”,
es decir guardas, que ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de
aspecto ornamental. Muy características de este estilo son ciertas figuras de
trazo interminable, que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos
de cierta clase, conocida por los especialistas como “caminos perdidos.”
Pero
mucho tiempo antes (tal vez un par de milenios) era conocido también el “estilo
de pisadas”, figuras grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también
estaban emparentadas con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo
especialmente el de Creta con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso
que se atreva a merodear sus intricados vericuetos.
Se
sabe que en síntesis el laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que
el camino tortuoso que deben recorrer los espíritus de los difuntos para
alcanzar el destino final del “más allá”, el mundo de los muertos que les
permitirá reunirse con sus antepasados.
La
dificultad –escribe Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la
dificultad para alcanzar ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave
riesgo: el de que los portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella.”
Ese
“camino difícil” es reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de
muchas clases. Implica generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a
un juicio y un “Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares,
muchas veces una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una
barca (la barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de
“guardianes del “paso difícil”.
Entre
los tehuelches esa figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que
significaría “la que gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”,
indudablemente femenina.
Por
eso los investigadores afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son
verdaderos laberintos) están vinculados como un salvoconducto para no
extraviarse en el “camino perdido” y así poder acceder al paraíso, porque
quienes no tenían esa señal eran arrojados al mar.
Tanto
el tatuaje, como los estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los
giros en los guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir
“el merodeo” para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por
esto las ofrendas con las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y
aún las mujeres del difunto eran sepultados en los chenquespara acompañarlo en “ese trance difícil”,
rito comparable con otras culturas clásicas como la egipcia.
El
investigador estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder
demostrar que ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o
sea de caminos perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a
“tramas genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el
“espíritu guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa
misma idea laberíntica está presente en las sepulturas (chenques y pirámides)
con una “idea que es universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo
espíritu hubo de remontar la espiral mítica representada por su mole, el “paso
difícil” que habría de llevarlo al Mas Allá.”
En
el ameno libro de Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de
Río Negro, “Apuntes de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea
del laberinto pero esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del
Gualicho, célebre por la descripción de varios viajeros y por haber sido el
hábitat del legendario Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con
todo su misterio y embrujo.
Expresa
Mazzulli al hacer una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una
madeja de hilo bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo
el recorrido que realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la
leyenda nos daba que la salamanca era un complejo de salas, recovecos y
galerías, algunas tan estrechas que era necesario arrastrarse para poder pasar
de un lado al otro.”
¿Otra
vez el significado del laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho?
Era la misma un “pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida
“terminaban por enloquecerse allí adentro?
¡Y
cuántas similitudes con el famoso laberinto de Creta!
Pero
sin duda el dato más llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero
cuando supo afirmar al ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a
entrar en la cueva, te vas a encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar
por entre medio de ellos. Más adelante te vas a encontrar con dos toros
peleando, y también tenes que pasar entre medio de ellos, con decisión y
coraje, che. Y por último –expresaba Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas
peleando. Vos tenés que encarar y pasar entre los dos animales, llegar a una
“sala”, la cual es atendida por unos tipos de aspecto raro que te van a
preguntar cuál es tu deseo de poder salamanquero. Y cuando salís de allí, ya
salís con el poder.”
¡Sorprendente!
No solo aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia
con el clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los
pumas totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde
encontrar la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de coraje.”
Solo
resta entonces encontrar nuevos indicios sobre el interesante tema del
laberinto en la cultura de los pueblos pre existentes, los cuales al decir de
Manuel Scorza “aún viajan del mito a la realidad.”
Publicada en Tiempo Nuevo Nº 207 -EE UU 19/04/2013
Colaboración del escritor argentino de la
austral localidad de Valcheta, Jorge Castañeda.
El tema del
laberinto en la cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia
ha sido ya estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno de los
indicios según el doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”, es decir
guardas, que ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de aspecto
ornamental. Muy características de este estilo son ciertas figuras de trazo
interminable, que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos de
cierta clase, conocida por los especialistas como “caminos perdidos”.
Pero mucho
tiempo antes (tal vez un par de milenios) era conocido también el “estilo de
pisadas”, figuras grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también
estaban emparentadas con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo
especialmente el de Creta con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso
que se atreva a merodear sus intricados vericuetos.
Se sabe que
en síntesis el laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que el camino
tortuoso que deben recorrer los espíritus de los difuntos para alcanzar el
destino final del “más allá”, el mundo de los muertos que les permitirá
reunirse con sus antepasados.
La dificultad
–escribe Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la dificultad para
alcanzar ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave riesgo: el de que
los portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella”.
Ese “camino
difícil” es reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de muchas
clases. Implica generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a un
juicio y un “Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares,
muchas veces una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una
barca (la barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de
“guardianes del “paso difícil”.
Entre los
tehuelches esa figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que
significaría “la que gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”,
indudablemente femenina.
Por eso los
investigadores afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son
verdaderos laberintos) están vinculados como un salvoconducto para no
extraviarse en el “camino perdido” y así poder acceder al paraíso, porque
quienes no tenían esa señal eran arrojados al mar.
Tanto el
tatuaje, como los estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los
giros en los guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir
“el merodeo” para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por esto las
ofrendas con las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y aún las
mujeres del difunto eran sepultados en los chenquespara acompañarlo en “ese trance difícil”,
rito comparable con otras culturas clásicas como la egipcia.
El
investigador estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder
demostrar que ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o
sea de caminos perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a
“tramas genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el
“espíritu guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa misma
idea laberíntica está presente en las sepulturas (chenques y pirámides) con una
“idea que es universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo espíritu hubo
de remontar la espiral mítica representada por su mole, el “paso difícil” que
habría de llevarlo al Mas Allá”.
En el ameno
libro de Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de Río
Negro, “Apuntes de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea del
laberinto pero esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del Gualicho,
célebre por la descripción de varios viajeros y por haber sido el hábitat del
legendario Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con todo su
misterio y embrujo.
Expresa
Mazzulli al hacer una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una madeja
de hilo bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo el
recorrido que realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la leyenda
nos daba que la salamanca era un complejo de salas, recovecos y galerías,
algunas tan estrechas que era necesario arrastrarse para poder pasar de un lado
al otro”.
¿Otra vez el
significado del laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho? Era la
misma un “pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida “terminaban
por enloquecerse allí adentro?
¡Y cuántas
similitudes con el famoso laberinto de Creta!
Pero sin duda
el dato más llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero cuando
supo afirmar al ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a entrar en la
cueva, te vas a encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar por entre
medio de ellos. Más adelante te vas a encontrar con dos toros peleando, y
también tenes que pasar entre medio de ellos, con decisión y coraje, che. Y por
último –expresaba Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas peleando. Vos tenés
que encarar y pasar entre los dos animales, llegar a una “sala”, la cual es
atendida por unos tipos de aspecto raro que te van a preguntar cuál es tu deseo
de poder salamanquero. Y cuando salís de allí, ya salís con el poder”.
¡Sorprendente!
No solo aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia
con el clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los
pumas totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde
encontrar la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de
coraje”.
Solo resta
entonces encontrar nuevos indicios sobre el interesante tema del laberinto en
la cultura de los pueblos pre existentes, los cuales al decir de Manuel Scorza
“aún viajan del mito a la realidad”.
“El
Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Saavedra, el glorioso Manco de Lepanto, es sin duda la más grande novela
de las letras castellanas y una indiscutida obra maestra.
Al leerla uno tiene la sensación que conjuga preciosidad y justeza de
estilo, una trama rica en aventuras, situaciones risueñas, un venero de
refranes y también verdaderos tratados sobre los más diversos temas,
entre otros aciertos que ha señalado la crítica a lo largo de los
siglos.
Pero realmente admira que mantenga intacta su vigencia y ese es el
milagro mayor de la buena literatura: no importa el tiempo y el
contexto: siempre tiene algo para decirnos. Y en cada relectura nuevas
luces se descubren en su texto.
Pero sin lugar a dudas en todo el libro campea un concepto de la
soberanía de las leyes y su sujeción a las mismas como también sobre el
verdadero sentido de la justicia. Ambos enfoques son hijos de la actitud
ética y de las preocupaciones del autor.
En ese sentido, Cervantes por boca de Don Quijote le dice al ventero:
“Sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden y
vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías; y si halláis
alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decirla, que yo
os prometo, por la orden de caballero que recibí, de haceros satisfecho y
pagado”. Ni más ni menos que un esclarecido concepto de la justicia.
Justicia práctica y a la vista de todos. Cotidiana y llena de sentido
común.
Cuando el “andante caballero de la triste figura” se refiere a las
letras debe entenderse a las leyes que rigen la vida humana en cualquier
comunidad. Lo aclara: “Hablo de las letras humanas, que es su fin poner
en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo que es suyo, y
entender y hacer que las buenas leyes se guarden”. Han pasado
quinientos años y sin embargo todavía se está buscando esa famosa
“justicia distributiva” que señalaba Cervantes y su advertencia de que
“las buenas leyes se guarden”, ante tantos desatinos que cometen
actualmente quienes deberían velar por ellas.
En sus concejos al escudero Sancho Panza cuando debe hacerse cargo de
la ínsula de Barataria, el sabio hidalgo le amonesta que “no hagas
muchas cosas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas, y,
sobre todo, que se guarden y se cumplan; que las pragmáticas que no se
guardan lo mismo es que si no lo fuesen; antes van a entender que el
príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor
para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se
ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio
las espantó, y con el tiempola despreciaron y se subieron sobre ella”.
Y también le supo aconsejar que “no te ciegue la pasión propia de la
causa ajena”. Y cuánta razón tenía para aconsejarle de esa manera.
Con maravillosa clarividencia razona que “la verdad, para impartir
con rectitud la justicia, debe ser buscada sin pausa y desentrañada de
las razones que ante el árbitro expongan las partes, sin que nada, ni
dádivas, promesas o lamentos influyan en la decisión que se tome para
cerrar la causa”.
En el capítulo XI de la primera parte el Quijote refiriéndose a la
edad de oro expresaba: “Dichosa edad y siglos dichosos que los antiguos
pusieron el nombre de dorados. No había la fraude, el engaño ni la
malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en
sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor
que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”.
Hay muchas otras sentencias a lo largo del Quijote que versan sobre
las leyes y la justicia. ¿Seguiremos ante tanto disparate que vemos
cometer hoy en día a los gobernantes y los magistrados, tan ufanos
aplicando la “ley del encaje” que denostaba el caballero, añorando la
edad de los “siglos dorados” como Miguel de Cervantes?
Esperemos que no, porque el apego a las leyes y el ejercicio de la
justicia son la base más sólida de cualquier democracia que se precie.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.