A determinada edad cuando el cansancio anida en el alma de
algunos hombres se siente la tentación de recluirse y resistir aisladamente,
sabiendo que no habrá soluciones para los grandes problemas que nos acosan
irremediablemente.
Martínez Estrada, abandonado en su casona de la avenida
Alem en la ciudad de Bahía Blanca supo cabalmente que esa era su suerte porque
“para encontrar una salida a las tragedias argentinas deberíamos conocer el
mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar
al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que
nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a
llorar”.
Mucho antes, el 28 de febrero de 1571, hastiado de
desventuras y de desencantos, el señor Miguel de Montaigne, renunciaba a la
vida pública dejando una inscripción en latín (tenía otras en griego) que
hiciera grabar en una de las paredes de su populosa biblioteca, ubicada en una
de las torres de su castillo: “A la edad de treinta y ocho años, en vísperas de
las calendas de marzo, aniversario de su nacimiento, Miguel de Montaigne, desde
hace ya tiempo fatigado de la servidumbre de la Corte del Parlamento y de
las cargas públicas, pero sintiéndose aún alerta, viene a descansar en el seno
de las doctas Vírgenes de la paz y la seguridad”.
“Había establecido en ella su “abadía de Thelema”, similar
a la que se construyera Rabelais cuarenta años antes. Fue el rincón preferido,
prohibido “a la comunidad conyugal, filial y civil”, donde escribió los
capítulos de sus geniales ensayos”.
Era una gran pieza semicircular en el segundo piso de una
torre de esquina, con la mesa de trabajo en el centro y un millar de libros a
su alrededor.
Nietzche, el mayor de los desventurados, escribiendo sobre
el espíritu libre en su libro “Más allá del bien y del mal” dijo que “todo
hombre selecto aspira instintivamente a tener un castillo y un escondite
propios donde quedar redimido de la multitud, de los muchos, de la mayoría;
donde tener derecho a olvidar”.
Continúa expresando que “puesto que él es una excepción de
ella, la regla hombre; a excepción únicamente que un instinto aún más fuerte lo
empuje derechamente hacia esa regla, como hombre de conocimiento en el sentido
grande y excepcional de la expresión”.
Entre los grandes recluidos podemos mencionar a Marcel
Proust, el que después de frecuentar los salones y la vida social parisina se
aísla no precisamente en un castillo sino en una habitación con cortinas
veladas a la luz natural y sus paredes revestidas de corcho para atenuar los
sonidos del mundo exterior.
Más cercana a nuestros días es harto conocida y fatigosa la
reclusión forzada de Salinger. Al igual que el protagonista de su famosa novela
se encuentra hambriento de una intimidad que antes no había conocido y en su
aparente cinismo, desprecia el mundo y evita tener amigos, tal vez porque
intuye que al amor produce dolor.
A pesar del suceso editorial de su novela “El guardián
entre el centeno”, Salinger “se desilusiona del mundo literario y abandona
Manhattan comprándose una casa en New Hampshire en la que vive recluido hasta
su muerte, dando una sola entrevista en 1980”.
Algunos afirman que no es ningún mérito que los escritores
se recluyan en la soledad de sus castillos altos e inexpugnables oponiendo como
paradigma a los que “pasean por el parque disfrutando del aire fresco, toman
café en una soleada terraza, llevan unos pantalones manchados a la tintorería,
discuten con la santa en el rellano de la escalera, se emborrachan hasta perder
el tino en un bar de mala muerte o tocan en la puerta de sórdidos burdeles con
la intención de reencontrar sus amores perdidos”.Y yendo aún más lejos consideran que“pobres de los escritores que se deciden a
cruzar el puente que sortea la profunda fosa y giran la llave que activa la
inamovible cerradura, porque antes habrán arrojado su humildad a los
insaciables cocodrilos y éstos habrán acabado con cualquier atisbo de vida
literaria”.
Indudablemente no ha sido así con Montaigne, ni con Proust,
Salinger y muchos otros que dieron sus mejores obras aislados del mundo tras
las piedras de sus amurallados castillos.
Cada uno de ellos bien podría decir con Holden: “Estoy
solo/ mirando desde la ventana/ las calles abajo/ sobre un manto silencioso/ de
nieve recién caída. He construido los muros/ de una fortaleza profunda y
poderosa/ que nadie puede penetrar”.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.