El
tema del laberinto en la cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia ha sido ya
estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno
de los indicios según el doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”,
es decir guardas, que ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de
aspecto ornamental. Muy características de este estilo son ciertas figuras de
trazo interminable, que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos
de cierta clase, conocida por los especialistas como “caminos perdidos.”
Pero
mucho tiempo antes (tal vez un par de milenios) era conocido también el “estilo
de pisadas”, figuras grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también
estaban emparentadas con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo
especialmente el de Creta con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso
que se atreva a merodear sus intricados vericuetos.
Se
sabe que en síntesis el laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que
el camino tortuoso que deben recorrer los espíritus de los difuntos para
alcanzar el destino final del “más allá”, el mundo de los muertos que les
permitirá reunirse con sus antepasados.
La
dificultad –escribe Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la
dificultad para alcanzar ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave
riesgo: el de que los portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella.”
Ese
“camino difícil” es reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de
muchas clases. Implica generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a
un juicio y un “Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares,
muchas veces una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una
barca (la barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de
“guardianes del “paso difícil”.
Entre
los tehuelches esa figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que
significaría “la que gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”,
indudablemente femenina.
Por
eso los investigadores afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son
verdaderos laberintos) están vinculados como un salvoconducto para no
extraviarse en el “camino perdido” y así poder acceder al paraíso, porque
quienes no tenían esa señal eran arrojados al mar.
Tanto
el tatuaje, como los estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los
giros en los guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir
“el merodeo” para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por
esto las ofrendas con las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y
aún las mujeres del difunto eran sepultados en los chenquespara acompañarlo en “ese trance difícil”,
rito comparable con otras culturas clásicas como la egipcia.
El
investigador estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder
demostrar que ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o
sea de caminos perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a
“tramas genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el
“espíritu guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa
misma idea laberíntica está presente en las sepulturas (chenques y pirámides)
con una “idea que es universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo
espíritu hubo de remontar la espiral mítica representada por su mole, el “paso
difícil” que habría de llevarlo al Mas Allá.”
En
el ameno libro de Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de
Río Negro, “Apuntes de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea
del laberinto pero esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del
Gualicho, célebre por la descripción de varios viajeros y por haber sido el
hábitat del legendario Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con
todo su misterio y embrujo.
Expresa
Mazzulli al hacer una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una
madeja de hilo bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo
el recorrido que realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la
leyenda nos daba que la salamanca era un complejo de salas, recovecos y
galerías, algunas tan estrechas que era necesario arrastrarse para poder pasar
de un lado al otro.”
¿Otra
vez el significado del laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho?
Era la misma un “pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida
“terminaban por enloquecerse allí adentro?
¡Y
cuántas similitudes con el famoso laberinto de Creta!
Pero
sin duda el dato más llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero
cuando supo afirmar al ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a
entrar en la cueva, te vas a encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar
por entre medio de ellos. Más adelante te vas a encontrar con dos toros
peleando, y también tenes que pasar entre medio de ellos, con decisión y
coraje, che. Y por último –expresaba Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas
peleando. Vos tenés que encarar y pasar entre los dos animales, llegar a una
“sala”, la cual es atendida por unos tipos de aspecto raro que te van a
preguntar cuál es tu deseo de poder salamanquero. Y cuando salís de allí, ya
salís con el poder.”
¡Sorprendente!
No solo aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia
con el clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los
pumas totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde
encontrar la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de coraje.”
Solo
resta entonces encontrar nuevos indicios sobre el interesante tema del
laberinto en la cultura de los pueblos pre existentes, los cuales al decir de
Manuel Scorza “aún viajan del mito a la realidad.”
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.