¡OTRA QUE
BANDOLERO!
Jorge Castañeda
La
siguiente anécdota ocurrió hace ya unos noventa años y quedó plasmada en los
archivos de la misión salesiana.
Por
ese entonces la localidad de Valcheta era una población incipiente cuyos
habitantes al igual que todos los de la región del territorio rionegrino vivían
siempre bajo el peligro y la amenaza de los bandoleros, legendarios por sus
correrías.
Hombres
facinerosos y furibundos deambulaban por los dilatados desiertos patagónicos
viviendo de asaltos, ávidos de aventuras y de saqueos.
Por
eso los pocos habitantes afincados en el pintoresco valle de Valcheta estaban
bien armados. La Patagonia era por aquellos años virtualmente un verdadero
“far-west”, donde hasta los más pequeños pleitos se resolvían a balazos.
Uno
de los primeros colonos de Valcheta venido del sur de Italia fue don Nicodemo
Larrosa. A diferencia de otros, desde su llegada a la pequeña colonia agrícola
quiso echar raíces convirtiéndose en un paisano más: “se hizo amigo del mate,
del caballo, del perro ovejero, del asado y de los tehuelches. Tanto es así que
contrajo nupcias con doña María, la hija del cacique Sacamata que se encontraba
asentado en el lugar con su gente”.
Fue
uno de los vecinos más acaudalados y respetados, propietario de varias chacras
y un ejemplo de trabajo y de honradez.
Solía
contar con voz emocionada anécdotas de su vida de inmigrante. Recuerda que una
tarde “volvía arreando su puntita de ovejas para “las casas”, cuando a poca
distancia, divisó un jinete que se adelantaba hacia él. Era un hombre barbudo.
Tenía un sombrero negro, agujereado y abollado por mil y una partes. Vestía una
especie de chiripá también negro; pero totalmente hecho jirones. El caballo
flaco, cansino y sumido, denotaba que había andado mucho y que venía de muy
lejos. ¡Un bandolero! Fue lo primero que se le ocurrió a Larrosa, y
maquinalmente echó mano al trabuco que solía llevar siempre al cinto. ¡Cuál no
sería su terror, cuando se dio cuenta que no lo tenía! ¡Lo había olvidado ese
día! Entretanto, el bandido avanzaba confianzudamente. Larrosa lo hizo detener
a una distancia respetable. Y desde unos quince metros, acariciando
significativamente el cuchillo que llevaba le preguntó: “qué quería y quién
era”… El bandolero se detuvo mucho más alarmado que el chacarero. Pero cuando
escucho esa pronunciación netamente italiana, exclamó ante el asombro y la
alegría de don Nicodemo: “Dio sia Benedetto! ¿Dunque lei italiano? ¡O
Providenza Divina, grazie, grazie!”. Y taconeando su jamelgo enderezó hacia
Larrosa que aún no las tenía todas consigo, gritándole con un júbilo
indescriptible sus más afectuosas salutaciones en correcto idioma italiano.
¡Era el Padre Boido!! ¡Era el buen Padre Boido que llegaba por primera vez a
Valcheta, extenuado por el hambre, deshecho por los trajines de ocho días de
cabalgata! Cuando ya creía desfallecer y morir en el desierto patagónico, su
caballo olfateó el valle del arroyo Valcheta y allá lo llevó, donde estaba la
Providencia en la casa de don Nicodemo Larrosa”.
¿Era
un asaltante que llegaba? Sí: era el misionero de Don Bosco que venía a tomar
por asalto aquella población y conquistarla para Dios.
Historias
de vida y anécdotas de los inmigrantes
italianos en la Patagonia que como en otros lugares contribuyeron con su tesón
a forjarla y convertir los eriales en verdaderos vergeles.
Y
retazos de vida de los salesianos que aquí como lo soñara San Juan Bosco
encontraron su lugar en el mundo, como el Patirú Domingo Milanesio, el
Venerable enfermero santo Artémides Zatti, el padre “dotor” Evasio Garrone, el
Cardenal Cagliero y tantos otros.
Hombre
de gran bonhomía y querido por toda la comunidad don Nicodemo Larrosa falleció
cargado de años y dejó una de las familias tradicionales que todavía siguen
trabajando la tierra, como aquel inmigrante que un día lejano llegó lleno de
sueños a forjar la querida Patagonia.