“El
Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Saavedra, el glorioso Manco de Lepanto, es sin duda la más grande novela
de las letras castellanas y una indiscutida obra maestra.
Al leerla uno tiene la sensación que conjuga preciosidad y justeza de
estilo, una trama rica en aventuras, situaciones risueñas, un venero de
refranes y también verdaderos tratados sobre los más diversos temas,
entre otros aciertos que ha señalado la crítica a lo largo de los
siglos.
Pero realmente admira que mantenga intacta su vigencia y ese es el
milagro mayor de la buena literatura: no importa el tiempo y el
contexto: siempre tiene algo para decirnos. Y en cada relectura nuevas
luces se descubren en su texto.
Pero sin lugar a dudas en todo el libro campea un concepto de la
soberanía de las leyes y su sujeción a las mismas como también sobre el
verdadero sentido de la justicia. Ambos enfoques son hijos de la actitud
ética y de las preocupaciones del autor.
En ese sentido, Cervantes por boca de Don Quijote le dice al ventero:
“Sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden y
vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías; y si halláis
alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decirla, que yo
os prometo, por la orden de caballero que recibí, de haceros satisfecho y
pagado”. Ni más ni menos que un esclarecido concepto de la justicia.
Justicia práctica y a la vista de todos. Cotidiana y llena de sentido
común.
Cuando el “andante caballero de la triste figura” se refiere a las
letras debe entenderse a las leyes que rigen la vida humana en cualquier
comunidad. Lo aclara: “Hablo de las letras humanas, que es su fin poner
en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo que es suyo, y
entender y hacer que las buenas leyes se guarden”. Han pasado
quinientos años y sin embargo todavía se está buscando esa famosa
“justicia distributiva” que señalaba Cervantes y su advertencia de que
“las buenas leyes se guarden”, ante tantos desatinos que cometen
actualmente quienes deberían velar por ellas.
En sus concejos al escudero Sancho Panza cuando debe hacerse cargo de
la ínsula de Barataria, el sabio hidalgo le amonesta que “no hagas
muchas cosas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas, y,
sobre todo, que se guarden y se cumplan; que las pragmáticas que no se
guardan lo mismo es que si no lo fuesen; antes van a entender que el
príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor
para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se
ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio
las espantó, y con el tiempola despreciaron y se subieron sobre ella”.
Y también le supo aconsejar que “no te ciegue la pasión propia de la
causa ajena”. Y cuánta razón tenía para aconsejarle de esa manera.
Con maravillosa clarividencia razona que “la verdad, para impartir
con rectitud la justicia, debe ser buscada sin pausa y desentrañada de
las razones que ante el árbitro expongan las partes, sin que nada, ni
dádivas, promesas o lamentos influyan en la decisión que se tome para
cerrar la causa”.
En el capítulo XI de la primera parte el Quijote refiriéndose a la
edad de oro expresaba: “Dichosa edad y siglos dichosos que los antiguos
pusieron el nombre de dorados. No había la fraude, el engaño ni la
malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en
sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor
que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”.
Hay muchas otras sentencias a lo largo del Quijote que versan sobre
las leyes y la justicia. ¿Seguiremos ante tanto disparate que vemos
cometer hoy en día a los gobernantes y los magistrados, tan ufanos
aplicando la “ley del encaje” que denostaba el caballero, añorando la
edad de los “siglos dorados” como Miguel de Cervantes?
Esperemos que no, porque el apego a las leyes y el ejercicio de la
justicia son la base más sólida de cualquier democracia que se precie.