GARCIA MARQUEZ: EL OTOÑO
DEL ESCRITOR
Jorge
Castañeda
Escritor
– Valcheta
La obra de los
grandes escritores encierra un universo en sí mismo. Con sus claves, sus
entresijos, sus obsesiones, sus fantasmas, sus iteraciones. Así fue con
Cervantes, con Shakespeare, con Balzac, con Flaubert, con Proust, con Kafka, con Sábato, con Borges y con
cuántos otros.
La obra se puede
decir que es la extensión del escritor, como hombre, como ser humano y revela
el pensamiento más recóndito e íntimo, a veces inconsciente que se repliega en
las profundidades del alma pero que de alguna forma se hace universal y atañe a
casi todos los hombres. Porque de alguna forma la obra de un escritor es un
espejo (¡siempre Borges!) que nos revela e interpela. Por eso se puede afirmar que en algunos
momentos todos somos Ulises, Hamlet, el Quijote, Madame Bovary, Martín Fierro,
Gregorio Samsa, el duque de Bomarzo, doña Flor, la Maga, Oliveira, Traveler o
Talita.
No hay lector de
mi generación que no se haya conmovido
con los libros de Gabriel García Márquez y que no salga de ellos como decía el
genial Megafón de Marechal “con los ojos reventados de imágenes”.
Por eso reitero;
en algún momento hemos sido el viejo coronel esperando su pensión; el general
perdido en su propio laberinto de viejas batallas, recuerdos y utopías; el
padre Angarita levitando después de beber su taza de chocolate; Fermina Daza y
Florentino Ariza viviendo un amor en los tiempos del cólera o vaya Dios a saber en que otras circunstancias
parecidas.
Ese es el
milagro de la gran literatura, y el “realismo fantástico” del Gabo (por
llamarlo de alguna forma) goza de buena salud porque todavía muchos como él
creemos que “cuando Kafka dice que Gregorio Samsa despertó una mañana
convertido en un gigantesco insecto, no
parece que eso sea el símbolo de nada, y lo único que nos ha intrigado
siempre es qué clase de animal pudo
haber sido. Que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había
genios prisioneros dentro de las botellas. Que la burra de Balaán habló –como
dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiese grabado su voz y que
Josué derribó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y lo único
lamentable es que nadie hubiese transcrito su música de demolición. Y que el
licenciado Vidriera de Cervantes era en realidad de vidrio, como él lo creía en
su locura, y que el gigante Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las
catedrales de París”.
Es que el nuevo
continente parió escritores tan desaforados y mágicos como su misma geografía,
pero ninguno como el colombiano supo encontrarle su tono y su voz. Porque también
la gran literatura es la pequeña región donde uno vive, goza y sufre.
Cuando un libro
(alguien supo decir que al leer las primeras páginas sufrió un desmayo) nos
atrapa y nos invita a acercarnos a otros del mismo autor sin defraudarnos, sin
duda estamos ante verdaderas obras maestras de la literatura.
Y cuando los
personajes, lugares y situaciones que se encuentran en su trama se hacen
universales y reconocidos por su nombre en distintos lugares e idiomas y
repetidos hasta el hartazgo, ya ese autor debe despojarse y dejar su obra en el
regazo de los demás, porque pasa a ser un poco de todos o sea propiedad
cultural de la humanidad.
Por eso cuando
vemos en el titular una noticia que el copete dice: “crónica de una muerte
anunciada”, o cuando al referirse a una ciudad o un pueblo donde pasan cosas
sobrenaturales se escucha decir que es un macondo, o
cuando conocemos la zaga heroica y cotidiana de una familia cualquiera y
escuchamos compararla con la dinastía de los Buendía, sin ninguna duda que
estamos incorporando a nuestra realidad de todos los días el imaginario
narrativo de Gabriel García Márquez y eso lo hace un poco de todos, mérito que
solo tienen los grandes escritores.
¿Acaso no se han
escrito letras, estudios, tesis y hasta ballenatos en homenaje al Gabo y también canciones a su Macondo cómo éstas?:
“Entre el hielo
y los imanes/ Macondo es cualquier lugar/ con el galeón, con los clanes/ los
Buendía, los Iguarán. Cien años de las
estirpes/ cien años de soledad/ con el buen o de Angarita/ quién no quiere
levitar. Cuando llegan los gitanos/ es
tiempo para mercar/ de Úrsula son las alhajas/ de Arcadio poder soñar. Los instrumentos lo dicen/ el progreso lo
dirá/ hasta la tierra es redonda/ nadie lo puede negar. Mariposas amarillas/ por Macondo volarán/ a
Mauricio Babilonia/ sus vuelos anunciarán.
Las encías muy orondas/ de Melquíades sonreirán/ su dentadura postiza/
solo acusa novedad. García Márquez lo
supo/ Macondo es cualquier lugar/ Todos somos Buendía/ todos somos Iguarán”.
García Márquez
como otros grandes escritores siempre gozará de buena salud.