La obra de los
grandes escritores encierra un universo en sí mismo. Con sus claves, sus
entresijos, sus obsesiones, sus fantasmas, sus iteraciones. Así fue con
Cervantes, con Shakespeare, con Balzac, con Flaubert, con Proust, con Kafka, con Sábato, con Borges y con
cuántos otros.
La obra se puede
decir que es la extensión del escritor, como hombre, como ser humano y revela
el pensamiento más recóndito e íntimo, a veces inconsciente que se repliega en
las profundidades del alma pero que de alguna forma se hace universal y atañe a
casi todos los hombres. Porque de alguna forma la obra de un escritor es un
espejo (¡siempre Borges!) que nos revela e interpela. Por eso se puede afirmar que en algunos
momentos todos somos Ulises, Hamlet, el Quijote, Madame Bovary, Martín Fierro,
Gregorio Samsa, el duque de Bomarzo, doña Flor, la Maga, Oliveira, Traveler o
Talita.
No hay lector de
mi generación que no se haya conmovido
con los libros de Gabriel García Márquez y que no salga de ellos como decía el
genial Megafón de Marechal “con los ojos reventados de imágenes”.
Por eso reitero;
en algún momento hemos sido el viejo coronel esperando su pensión; el general
perdido en su propio laberinto de viejas batallas, recuerdos y utopías; el
padre Angarita levitando después de beber su taza de chocolate; Fermina Daza y
Florentino Ariza viviendo un amor en los tiempos del cólera o vaya Dios a saber en que otras circunstancias
parecidas.
Ese es el
milagro de la gran literatura, y el “realismo fantástico” del Gabo (por
llamarlo de alguna forma) goza de buena salud porque todavía muchos como él
creemos que “cuando Kafka dice que Gregorio Samsa despertó una mañana
convertido en un gigantesco insecto, no
parece que eso sea el símbolo de nada, y lo único que nos ha intrigado
siempre es qué clase de animal pudo
haber sido. Que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había
genios prisioneros dentro de las botellas. Que la burra de Balaán habló –como
dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiese grabado su voz y que
Josué derribó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y lo único
lamentable es que nadie hubiese transcrito su música de demolición. Y que el
licenciado Vidriera de Cervantes era en realidad de vidrio, como él lo creía en
su locura, y que el gigante Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las
catedrales de París”.
Es que el nuevo
continente parió escritores tan desaforados y mágicos como su misma geografía,
pero ninguno como el colombiano supo encontrarle su tono y su voz. Porque también
la gran literatura es la pequeña región donde uno vive, goza y sufre.
Cuando un libro
(alguien supo decir que al leer las primeras páginas sufrió un desmayo) nos
atrapa y nos invita a acercarnos a otros del mismo autor sin defraudarnos, sin
duda estamos ante verdaderas obras maestras de la literatura.
Y cuando los
personajes, lugares y situaciones que se encuentran en su trama se hacen
universales y reconocidos por su nombre en distintos lugares e idiomas y
repetidos hasta el hartazgo, ya ese autor debe despojarse y dejar su obra en el
regazo de los demás, porque pasa a ser un poco de todos o sea propiedad
cultural de la humanidad.
Por eso cuando
vemos en el titular una noticia que el copete dice: “crónica de una muerte
anunciada”, o cuando al referirse a una ciudad o un pueblo donde pasan cosas
sobrenaturales se escucha decir que es un macondo, o
cuando conocemos la zaga heroica y cotidiana de una familia cualquiera y
escuchamos compararla con la dinastía de los Buendía, sin ninguna duda que
estamos incorporando a nuestra realidad de todos los días el imaginario
narrativo de Gabriel García Márquez y eso lo hace un poco de todos, mérito que
solo tienen los grandes escritores.
¿Acaso no se han
escrito letras, estudios, tesis y hasta ballenatos en homenaje al Gabo y también canciones a su Macondo cómo éstas?:
“Entre el hielo
y los imanes/ Macondo es cualquier lugar/ con el galeón, con los clanes/ los
Buendía, los Iguarán. Cien años de las
estirpes/ cien años de soledad/ con el buen o de Angarita/ quién no quiere
levitar. Cuando llegan los gitanos/ es
tiempo para mercar/ de Úrsula son las alhajas/ de Arcadio poder soñar. Los instrumentos lo dicen/ el progreso lo
dirá/ hasta la tierra es redonda/ nadie lo puede negar. Mariposas amarillas/ por Macondo volarán/ a
Mauricio Babilonia/ sus vuelos anunciarán.
Las encías muy orondas/ de Melquíades sonreirán/ su dentadura postiza/
solo acusa novedad. García Márquez lo
supo/ Macondo es cualquier lugar/ Todos somos Buendía/ todos somos Iguarán”.
García Márquez
como otros grandes escritores siempre gozará de buena salud.
El
Gualicho, soledades de piedra y distancia donde el cloruro de sodio enloquece
los ollares de las bestias y se enseñorea en una de las salinas más grandes del
país. Enorme planicie cuya depresión alcanza los 72 metros bajo el nivel del
mar. Hasta los pájaros carroñeros se arrutan irremediablemente y las huellas se
pierden en la espesura chata de la estepa.
Todo
es silencio y antes fue mar. Por eso los restos del delfín picudo de Cuvier y
del Carcharadón Megalodón. Lugar donde al decir del cacique Casimiro “quedan
los osamentas” de hombres y de bestias.
El
Gualicho, donde está la Puerta del Diablo y la temible Salamanca que evitaban
tehuelches y mapuches. Viejos ritos para reverenciar al Mal. Para tener suerte,
para poder pasar sin inconvenientes, para no morir de sed.
“Dicen
que una chica se metió al Bajo del Gualicho y se perdió. Ni rastro de ella
encontraron. Nada. Nada. Se perdió cuidando ovejas. Porque antes se cuidaban los
animales a pie. No había caballos. Cuando yo era chica no teníamos caballos.
Después mi padre tuvo capital, y los compró en Río Colorado. Llevó tejido,
sobrepuesto, matra y los cambió. Se perdió la chica. Después dicen que la
encontraron petrificada arriba de un banco de sal. Los que la vieron se
asustaron y escaparon. Fueron a avisar al padre y a la madre, pero cuando
regresaron a verla ya no estaba. Ni rastros hallaron. Dicen que nadie podía
llegar allí. Corría viento y llovía. ¡Un temporal! La chica no apareció más.
Tenía que ser el Gualicho. Eso contaron por ahí. Nosotros sabemos esto por la
conversación de la gente que contaba todo. Se llama bajo del Gualicho porque el
diablo vive allí”.
Historias,
contadas de los paisanos que veces en estas regiones caídas de toda cartografía
“viajan del mito a la realidad”.
“El
13 de Marzo de 1932, en la “Laguna del Pisadero”, se encontraba don Macedonio
Belizán, con un arreo de vacunos, con destino a Viedma; Pío, se acampaba a unos
300 metros del camino que lo conducía a la casa; en lugar de tomar el camino,
Pío salió en dirección a la Laguna del Bagual, en el caballo “El Manchado”.
Este animal apareció tres días después. Observando, Pío lo había cambiado por
un tostado, con este caballo siguió con rumbo al Gualicho Chico, dos o tres
leguas más adelante, dejó, regresando hacia atrás por el paso de la Laguna del
Bagual, rumbo a Mancha Blanca. El conocía bien este paraje; de ahí que los
rastreadores nos confiáramos pensando que estaba en lo seguro; fue todo lo
contrario; el chico siguió para la laguna del Monte, donde su rastro se
confundió con el de tantos animales que andaban por la zona. Ante la
imposibilidad de seguir solos, los familiares, amigos y yo, que anduve día y
noche, a la cabeza del rastreo, pedimos ayuda oficial para la búsqueda a larga
distancia; todo el andar fue inútil. Tuvimos que aceptar que se perdió en la
“Puerta del Diablo”.
Los
estudiosos se preguntan al encontrarse allí “donde se juntan los caminos “en la
Patagonia profunda del Gualicho ¿Quién seguirá los pasos de Bernabé Lucero, el
salamanquero, para enfrentarse contra víboras y toros a cambio del don de tocar
la guitarra?
“Bernabé
Lucero conocía el Gualicho palmo a palmo; se fue encerrando en él, con su
lirismo, con su silencio, su música y los misterios de aquella morada del
diablo, al decir de las gentes. Algo sobrenatural se escondía sin lugar a dudas
en el alma de aquel huraño. Para los ignorantes de la supervivencia, son
brujerías. No para mí… desde un primer momento, presentí que un poderoso, como
rebelde espíritu mapuche había encarnado en esa vida, guiándolo por el secreto
de la música y el idioma de las soledades de piedra y arena. Pocas veces, o
ninguna, Bernabé hablo de su quehacer en las largas ausencias”.
Y
siguen las contadas en la prosa de los que dejaron testimonio del andar de
Bernabé en el Bajo más temible de todos los bajos.
“Bernabé
Lucero, sin escuela ni oficio, despertaba la admiración y el temor de quienes
lo escuchaban. Mariano Villalba fue uno de los que le pidió que le enseñara lo
que él había aprendido; Lucero le manifestó: -Yo te puedo transmitir lo mismo
que aprendí, pero tenés que venirte al cruce de los caminos una noche. Si sos
hombre de coraje… vas a aprender lo mismo que yo. Mariano Villalba, no fue”.
Dicen
que estaba desfalleciente debajo de unas plantas de molle en su Gualicho y que
repetía que los hombres como él debían morir de esa manera. Lo trajeron al
hospital de Valcheta y en ese momento se encontraba internado un nieto del
cacique Huenteleo. Lucero se acercó y le dijo: Vengo pa irme al chenque. Muchos
años después al lado de su sepultura creció una planta de molle, seguramente
para cobijar bajo su sombra la leyenda del salamanquero, que así debe morir.
“De
este modo –dice la escritora Josefina de Ballor- nos dejó el cantor más
misterioso del Gualicho, llevándose los secretos de sus noches, de sus ojos en
la lejanía y de su guitarra de embrujo, seguramente quedará la leyenda”. Y no
se equivocó.
Hoy
hay abundante bibliografía sobre Bernabé y el Gualicho: artículos, notas,
estudios, canciones, obras de teatro, guiones para un largometraje, pero sobre toda la magia incomparable de su leyenda que
persiste en cada viejo poblador que supo tratarlo y que está a la vuelta de la
esquina en cada rincón del pueblo de Valcheta.
El poema "Eclesiastes" del poeta y
escritor Jorge Castañeda de Valcheta ha recibido "Mención Especial"
del jurado en el "29 Certamen Literario del Inmigrante", organizado
por la Federación de Entidades del Bien Público" de la ciudad de Berisso
(Buenos Aires). El jurado estuvo integrado por los escritores Beatriz
Nuccetelli, Carlos Cazoria y Horacio Urbañski.
La Federación de Entidades de Bien Público dio a conocer los resultados
del 29º Certamen Literario del Inmigrante en adhesión a la 36º Fiesta homónima.
En Poesía el primer premio fue para *Sinónimos de nada*, de Raquel
Fernández, Villa Domínico. Avellaneda.
El 2º, *Nostalgia* de Raquel Piñero Mongielo, Funes, Santa Fe.
3º) *Abuelo* de Abel Schaler, Paraná, Entre Ríos.
MENCIONES: *Mis raíces* Emilce Zorzut, City Bell.
*Ecclesiastés*de Jorge Castañeda, Valcheta, Río Negro.
*¿Te acordás? Jorge Hermiaga,
Moreno.B.Aires.
*Añorándote* Raúl Mihdi, Berisso.
*Raíces*. Rubén Fiorentino, Béccar, B.Aires.
*Francisco y los otros*, Adolfo Zabalza, Pergamino, B.Aires.
NARRATIVA: Primer premio: *No creo en espectros*, Cecilia Palazzo,
Berisso.
2º) *Las olas han de llevarme*, Raul Biglieri.
3º) *Zapatos azules*. Elida Cantarella, ambos de Pergamino. MENCIONES:
*Pasaporte a la libertad*, Luisa Cristóbal de Romero. Bialet Massé, Córdoba.
*El linyera de los palos*, Francisco Alfonso, Winifreda, La Pampa. *El
loco Emilio*, Guillermo Martínez Pass, Gonnet.
*La bigornia*, Rubén Butinof, La Plata.
*Me sucedió en Pamplona*, Alberto Martinena, Venado Tuerto, Santa Fe.
*Una magia diferente*, Jorge Fidel, Berisso.
*Lazos de cristal*, Raúl Fernández, Villa Adelina, San Isidro.
*Viejo amor* Raúl Campos Dalmau, Ushuaia, Tierra del Fuego y
*El Monte de los Olimpos*, Elizabet Duzdevich, Pergamino.
Jurados: Beatriz Nuccetelli, Carlos Cazorla y Horacio Urbañski.
El
Gran Bajo del Gualicho. La travesía horrible al decir del cacique Casimiro
donde solo quedaban las blancas osamentas de los atrevidos que se internaban en
ella. Jornadas bajo el sol ardido de los veranos y el cloruro de sodio
enloqueciendo a hombres y bestias. El lugar de la “casa del diablo”.
Gualicho,
el Alto Dios de los tehuelches, traducido como la “giradora” o
“circunvolucionadora”, porque al decir del Profesor Rodolfo Casamiquela la
figura era femenina. La casa del Gualicho, guarida temible de un Dios
irascible, el“Ulüngasüm” de los
tehuelches.Autor de las figuras
rupestres, del viento en los cañadones, de la sal de las sierras, “el que
secuestraba a los niños, el que poseía el poder de petrificar y auto
petrificarse a su antojo, gigantesco en su faz maligna, femenino claro, pétreo,
a él pertenecen los huesos petrificados envueltos en su carne (toba), que se
manifiesta en la muerte de sed en las travesías y por eso había que
propiciarlo”.
Es
el “epehuén geyú”, el allí es Gualicho, que observó el Perito Moreno y otros
viajeros. Así lo vio Claraz en el diario de su viaje al río Chubut cuando
escribió que “en el fondo del Bajo existe una capa de yeso y en ella muchas
conchas. Bajo tales capas sobresalientes los indios colocaban antes sus
ofrendas; pero ahora la capa ha caído. Sin embargo, ellos siguen ofrendando en
ese lugar. Lo denominan la “vivienda del Diablo”. Los indios tienen que pasar
allí la noche en toldos, maneando bien todos los caballos y tienen que llevar
agua para su uso. Llaman a este paradero “pelado”. Creen que el diablo es el
dueño de este bajo y que les hace toda clase de malas jugadas. Hace que pierdan
los caballos y se encuentren en apuros. Por eso ofrendan crines, para que los
caballos no se fatiguen, y trapos y jirones que arrancan de sus ponchos o
trajes, para que no les suceda nada malo. Introducen todo esto con el cuchillo
en las blandas capas de yeso e imploran al dueño del bajo para que les sea propicio”.
El
salesiano Pedro Bonacina contaba que partió del Fortín Castre para Valcheta y
que “a llegar a la mitad del camino me detuve a descansar en la Piedra del Gualicho. Bajé
de la mula y me puse a observar lo que había arriba de esas piedras: encontré una
caja de fósforos, un pañuelo de mano y un papel de cincuenta centavos, todo
dejado por los viajeros que han pasado por aquí”.
Casamiquela
precisa que el sitio conocido como la Salamanca del Gualicho se ubica aproximadamente
en el deslinde de los lotes 5 y 6 de la Sección
I Colonia de San Antonio Oeste. El lugar queda a unos 60 km. al sur del paraje El
Solito, en el extremo oeste del salitral o Gran Bajo del Gualicho. Existen dos
grupos de pobladores más o menos cercanos que viven en la margen norte del bajo.
El primero, cerca de la laguna del zorro (doña Ana Gaviña y familiares), es
probablemente el más próximo (3 leguas), pero no nos pudo facilitar medios para
llegar hasta la piedra del Gualicho misma. El otro está integrado por la viuda
de Beltrán y por el señor Honorio Beltrán (este último fue el que nos acompañó
a caballo como baqueano). Desde la casa de Machado hasta la piedra del Gualicho
hay aproximadamente 4 leguas y en el recorrido se pasa junto al jagüel de Eldo
Gaviña, más o menos a mitad de camino”.
Macedonio
Belizán, un pionero de la zona de Valcheta le supo contar a la historiadora
Josefina de Ballor que “Yo trabajaba en jagüeles, por la laguna “La Escondida”, viniendo con
dos carros del Bajo del Gualicho, en una oportunidad a unos setenta metros del
camino, sobre mano derecha, observé una piedra blanca que brillaba igual que un
cristal. Estaba rodeada de paredones de piedras, con una puerta a la salida del
sol; nos bajamos los cuatro carreros que me acompañaban: Gaspar Mailín, Ignacio
Zárate, Juan Linares y yo. La piedra tenía un escrito, decía que todo el que
pasara, algo debía dejar, para poder seguir.
“Los
cuatro hombres rodeamos la misteriosa antigüedad. Había a su alrededor monedas,
cajas de fósforos, colas de caballos, géneros, botellas conteniendo líquido,
tabaco, cigarros, también prendas personales. Gaspar Mailín, incrédulo de lo
espiritual se rió; se tomó el atrevimiento de levantar las monedas y
guardárselas. Salimos del lugar, como a 500 metros desatamos los
animales para almorzar; sobre las 15, preparamos el regreso, atamos los
caballos… estos no dieron un paso adelante!Empacados, no hubo forma de que anduvieran. Nos tomó la noche; al otro
día tuvimos que hacer 25 km.
hasta “La Escondida”
en busca de agua; tomamos nosotros y le dimos a los animales; en un descuido
nuestro Mailín devolvió las monedas; pero, la verdad es que tuvimos tres días
de castigo, que no pudimos salir”.
La
temible Salamanca del Gran Bajo del Gualicho, esa que supo reconocer y merodear
Bernabé Lucero, “el salamanquero”, toda una leyenda de los pagos rionegrinos.
Si bien el alambrado al principio tuvo mala fama como
todos los inventos prácticos se impuso
para quedarse. La historia campera registra que el primer alambrado fue tendido
por Ricardo B Newton allá por el año 1844.
Domingo Faustino Sarmiento,
introductor de los gorriones, de la alfalfa, del tamarisco y hasta de las
primeras maestras protestantes entre otras minucias, era un vehemente defensor
del mismo llegando a decir en una de sus exageraciones que “antes del
alambrado, podría decirse: todo el país es camino”. ¿Tendría razón el
sanjuanino?
Y si de él hablamos a los
adversarios que se oponían a “cercar la pampa” les increpó: “lo que les
propongo viene del sentido común de los agricultores del mundo. ¡Cerquen, no
sean bárbaros!
Más mesurado en sus juicios, pero
igual de convencido, José Hernández, el autor de Martín Fierro, escribió hacia
1882 que “la modificación de mayor importancia introducida en la industria
rural ha sido la de los alambrados”.
Y Estanislao Zeballos embargado
ya en aquel entonces por un verdadero sentimiento patriótico supo afirmar que
“los alambrados argentinos son extraordinarios”
Hay alambrados y alambrados.
Están los de excelente confección que llegan hasta tener cinco hilos de
alambre. Una maravilla. Con buenos postes de ñandubay –árbol típico del litoral
argentino- que ha prestado un servicio fundamental en las zonas rurales. Pero
también están los de carapachay y hasta de álamo sulfatado. Y con varillas de
la mejor madera. Hay memoriosos que recuerdan los postes hechos con madera de
quebracho colorado –seguramente de algún rezago del ferrocarril- casi para toda
la vida. Sin duda que debe ser una exageración de la cultura popular aquellos
versos famosos del juego del truco: “Alambrado de siete hilos/ postes de
ñandubay/ un molino marca guanaco/ y una flor del Paraguay”. Pero no así el
famoso refrán que alude a que “lo pasaron como alambrado caído”.
Otros adminículos son
indispensables compañeros del alambrado: por ejemplo las torniquetas, también
llamadas “golondrinas” que sirven para tensar los alambres y hay que ser
baqueano para saberlas colocar, pues “se usa precisamente para accionar sobre
un cuadrante que ésta tiene sobre su lateral”, según Jorge Balbuena, escritor
de los pagos de Río Colorado. Las enigmáticas llaves “california” (estampadas o
forjadas) que supo glosar José Larralde en uno de sus poemas: “hace maneas,
california y sangra”.
Hay formas y formas de pasar
los alambres para que quede bien parado: por los agujeros de los postes o bien
agarrados a éstos por “maneas” como lo señalaba nuestro juglar campero.. O sea
un buen alambrado y en éste orden: “las varillas “maneadas”, los hilos de
alambre bien “tirantes” y los postes verticales”.
En parajes pedregosos como
los de la meseta de Somuncurá no es raro ver los postes afirmados por un
amontonamiento de rocas basálticas en su pie al ser muy
dificultoso poder clavarlos, por la dureza del terreno.
Una leyenda negra o no tanto
relacionada suele contar que a veces en lugares de litigio “los alambrados
caminan solos por las noches”. Pero también de esa forma se han cometido muchas
injusticias.
Hay refranes que también se
han referido a éste cerco de alambre y que advierten que el que “vuela lo
perdiz se descogota en el primer alambrado”. ¡Cuidado entonces!
Y también sus postes han sido
el lugar preferido por excelencia para anidar los horneros, sino que lo digan
estos versos: “Y sobre un poste del alambrado se vio el ranchito pintiparado”.
¡Y cuántas veces han servido como atalaya de los búhos y de las lechuzas!
¡Cosas de mandinga!
Un párrafo especial lo merece
sin duda el alambrador –oficio rural que se quiere perder como tantos otros-.
Sí, el esforzado alambrador patagónico que es un maestro en el arte difícil de
alambrar. Un artesano que conoce su oficio en forma empírica y que sabe por su
propia experiencia “que un alambrado nunca es igual a otro”.
Algunos dirán cosas de campo,
pero en las ciudades también hay cercos y alambradas, verbigracia: en los
estadios de fútbol, separando el campo de juego de la vehemencia de las hinchadas.
Es que también ha sacado carta de ciudadanía.
Y si hablamos del alambrado
no debemos obviar a las tranqueras, sus compañeras entrañables, pero ellas por
su profusión y abundancia merecen otra crónica.
VALCHETA Y LAS
CRECIENTES: LA IMPORTANCIA DEL
TOPONIMO
Jorge Castañeda
Escritor - Valcheta
Es sabido que los integrantes de los pueblos preexistentes
cuando nombraban a algún paraje o accidente geográfico los hacían indicando sus
propiedades o características más sobresalientes.
De allí la importancia de saber interpretar nuestra
toponimia y leer en el nombre impuesto la síntesis que lo identifica con
precisión y justeza.
A diferencia de estos pueblos, los viajeros posteriores
bautizaron lugares de nuestra Patagonia con profusión de nombres y apelativos.
Escribe Cipriano Arbe en su interesante crónica “Vodudahue
82, un viaje al mito” que cuando tehuelches y mapuches nombraban algo “era
porque tenían una relación distinta con su medio, lo respetaban más, y no se
apropiaban de montañas, ríos y valles. Designaban los lugares nombrando una
característica que les era peculiar; resumían en un nombre la particularidad
que, para nosotros es cuestión de mera cartografía. Ni siquiera distinguían las
corrientes continuas de los ríos sino que, con el nombre, indicaban
emplazamientos. Lo más cercano sería decir que su toponimia era fotográfica,
encerraban en ella una idea del lugar según lo que lo caracterizara”.
En el caso particular de Valcheta es un topónimo tehuelche septentrional
que significa “lugar donde el agua se colma” haciendo alusión a las célebres
crecidas aluvionales del arroyo, donde desemboca el agua pluvial de los
cañadones de la meseta de Somuncurá y de los parajes de Chipauquil y
Chanquín.Precisamente este último topónimo
que designa a éste último en lengua mapuche significa “isla”, “bifurcación u
horqueta”, refiriéndose exactamente a que queda de esa forma cuando hay
crecientes excepcionales.
Volviendo a Valcheta el significado es más que válido dado
que los aluviones son recurrentes en el tiempo y cuando suceden el agua se
desborda de cauce e inundan gran parte del valle y sobre todo a la altura pueblo.
Ese fenómeno lo observó Musters al pasar por allí con los
tehuelches meridionales en 1870: “Ese río está sujeto a grandes crecientes,
como lo demostraban la maleza y la broza que colgaban de los arbustos y
matorrales en todo el valle, dejados allí evidentemente por la inundación
primaveral”.
Harrington escribe kukbürschanitën o bülchanetën aljkach. O
sea “el río se está llenando”. Y George Claraz en su vocabulariokelelé-apatapschlec, traducido: “el gran
diluvio” y “salir, reventar, inundar”.
O sea que para tehuelches y mapuches, grandes conocedores
de parajes y lugares, no era desconocido que al arroyo Valcheta en determinadas
épocas se desbordara inundando con sus aguas todo el famoso “paradero”.
De allí la importancia de los topónimos para asimilar las
características más sobresalientes de cada lugar y de las contingencias
climáticas.
Los pobladores recuerdan algunas crecidas extraordinarias
del arroyo, entre ellas la del año 1966 (ciento ochenta milímetros en dos
horas) que se desbordó incontrolable anegando varias cuadras de la localidad y
entrando a la mayoría de casas y comercios, pero con la particularidad que fue
solamente con la lluvia caídaen
Valcheta pueblo.
Al ser canalizado el cauce del arroyo ya las posteriores
fueron de menores consecuencias, sin embargo ésta última demostró que las
crecientes son recurrentes y que siempre hay que prestar atención a la
toponimia, recordandoque Valcheta es
precisamente“el lugar donde el agua se
colma”.
El general Perón y Jorge Luís Borges, dos de las personalidades más
influyentes en la Argentina del pasado siglo XX, a pesar de sus
posiciones políticas antagónicas, compartieron algunas facetas comunes
como el hábito por la lectura de buenos libros y el ingenio para acuñar
frases que luego harían historia.
De las de Borges mucho se ha escrito, pero de las dichas por Perón, si
bien muchas se han incorporado a la vida cotidiana de los argentinos,
hay otras que son prácticamente desconocidas.
Entre los más famosos dichos del general, están los aplicadas a la
militancia política práctica, como aquel en que refiriéndose a la
calidad del material humano con el que debe trabajar un conductor, dijo
que “la bosta también sirve para construir”. O ante el armado de una
lista electoral al pedírsele el desplazamiento de alguno integrante,
supo decir que “si se comienzan a sacar a los malos, no quedaba
ninguno”.
Cuando en una oportunidad le preguntaron sobre el valor, respondió que
“El hombre normal tiene miedo. El valor no es otra cosa que el triunfo
de la vergüenza sobre el miedo”.
Contaba Enrique Pavón Pereyra que cuando un viejo gorila recién
afeitado le dijo que después de haberlo combatido siempre, ahora se
había hecho peronista; a lo que Perón contesto: “Es un error. Está bien
eso de no ser más gorila, pero está mal eso de hacerse peronista, si
hasta yo mismo he dejado de serlo”.
Como un dato casi desconocido reveló que “A veces escribo con el
seudónimo de Descartes para devolverle la gentileza, porque el famoso
filósofo francés firmaba con el seudónimo de “astrónomo Perón”.
Al igual que Borges, muchas veces las frases pronunciadas no eran
propias sino de otra cosecha, como aquella de “todo en su medida y
armoniosamente” que tomó del frontispicio de un templo griego y otras
muchas extraídas del Martín Fierro (lo sabía de memoria y le hacía caso
en todos sus consejos), de las Vidas Paralelas de Plutarco (dijo que “no
escribió historias sino hombres”) o del Arte de la Guerra de Von
Clausewitz.
Es célebre la respuesta a la joven periodista que lo importunaba en una
conferencia de prensa y ante su evidente disgusto ésta le confesó que
peronista, quedando la respuesta del general para la posteridad: “Pues
si usted es peronista, entonces lo disimula muy bien”.
Cuando se tuvo que definir a sí mismo expresó que “en principio acepto
como verdad cuanto me dicen; pero cuando descubro que alguien me ha
mentido, ya no le creo aunque me diga la verdad”. Tomada seguramente de
Kant: “No me duele que me hayas mentido, sino el no poderte creer
jamás”.
Su fino ingenio le llevó a acuñar algunas geniales como aquella en que
definió a Felipe de Edimburgo: “Este Mountbatten (que son de origen
alemán), es ciertamente un príncipe consuerte”. A Harry Truman como “un
vendedor del bazar Bignoli, pero barato”. De De Gaulle supo decir que
era “la altura de Francia”. Sobre Kennedy expresó que “andaba tan lejos
de Dios que Dios no pudo asirle de la mano para salvarlo” y de Wiston
Churchill que “perdió todas las batallas”.
Aludiendo al famoso olvido del embajador Braden dijo que “no olvidó el
sombrero, sino la cabeza. De Augusto Vandor expresó que “era una esfinge
sin enigma”. De Raúl Matera que era “neuroperonista” y que “fue
mariscal sin hacer el servicio militar”. De Rogelio Coria que “más
aceite da un ladrillo” y con respecto a Raimundo Ongaro se preguntó:
“¿Para qué quiere verme? Si él conversa directamente con Dios.
Scalabrini Ortiz “ejerció la primera magistratura moral de la Nación”.
En cambio Isaac Rojas “era un pedazo de carne con ojos”. El general
Velazco “primero era mi amigo; luego era todo lo demás”. A su parecer
cuando estaba en Puerta de Hierro Osiris Villegas “vino, vio y no
entró”. Ava Gardner, a quién conoció personalmente y que le llamaba
excelencia, era “el animal más bello del mundo”. Bemberg, según su
juicio “hizo su fortuna traficando con cerveza, lo mismo que Al Capone”.
El Opus Dei era “algo así como la catolización del dólar” y Enrique
Santos Discéplo “el único poeta mayor de Buenos Aires”.
Sobre Arnald Toynbee señaló que era “el antes y después de Polibio, con
el brío interior de Michelet en sus resurrecciones, y el temple de
Gibbon en el manejo maestro de los materiales históricos”.
Muchas otras frases quedan seguramente en el tintero. En sus último
años después de haber alcanzado los mayores honores en la República
expresó que “el triunfo no me excita, porque he alcanzado una etapa en
mi existencia en que puedo hacer propia la actitud de un filósofo
estoico: “he llegado a soportar la victoria”. Estoy en un punto de mi
vida en que ni el triunfo me exalta demasiado, ni la derrota alcanza a
deprimirme”.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.