16 de Junio, 2014
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CRÓNICAS |
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¡OTRA QUE
BANDOLERO!
Jorge Castañeda
La
siguiente anécdota ocurrió hace ya unos noventa años y quedó plasmada en los
archivos de la misión salesiana.
Por
ese entonces la localidad de Valcheta era una población incipiente cuyos
habitantes al igual que todos los de la región del territorio rionegrino vivían
siempre bajo el peligro y la amenaza de los bandoleros, legendarios por sus
correrías.
Hombres
facinerosos y furibundos deambulaban por los dilatados desiertos patagónicos
viviendo de asaltos, ávidos de aventuras y de saqueos.
Por
eso los pocos habitantes afincados en el pintoresco valle de Valcheta estaban
bien armados. La Patagonia era por aquellos años virtualmente un verdadero
“far-west”, donde hasta los más pequeños pleitos se resolvían a balazos.
Uno
de los primeros colonos de Valcheta venido del sur de Italia fue don Nicodemo
Larrosa. A diferencia de otros, desde su llegada a la pequeña colonia agrícola
quiso echar raíces convirtiéndose en un paisano más: “se hizo amigo del mate,
del caballo, del perro ovejero, del asado y de los tehuelches. Tanto es así que
contrajo nupcias con doña María, la hija del cacique Sacamata que se encontraba
asentado en el lugar con su gente”.
Fue
uno de los vecinos más acaudalados y respetados, propietario de varias chacras
y un ejemplo de trabajo y de honradez.
Solía
contar con voz emocionada anécdotas de su vida de inmigrante. Recuerda que una
tarde “volvía arreando su puntita de ovejas para “las casas”, cuando a poca
distancia, divisó un jinete que se adelantaba hacia él. Era un hombre barbudo.
Tenía un sombrero negro, agujereado y abollado por mil y una partes. Vestía una
especie de chiripá también negro; pero totalmente hecho jirones. El caballo
flaco, cansino y sumido, denotaba que había andado mucho y que venía de muy
lejos. ¡Un bandolero! Fue lo primero que se le ocurrió a Larrosa, y
maquinalmente echó mano al trabuco que solía llevar siempre al cinto. ¡Cuál no
sería su terror, cuando se dio cuenta que no lo tenía! ¡Lo había olvidado ese
día! Entretanto, el bandido avanzaba confianzudamente. Larrosa lo hizo detener
a una distancia respetable. Y desde unos quince metros, acariciando
significativamente el cuchillo que llevaba le preguntó: “qué quería y quién
era”… El bandolero se detuvo mucho más alarmado que el chacarero. Pero cuando
escucho esa pronunciación netamente italiana, exclamó ante el asombro y la
alegría de don Nicodemo: “Dio sia Benedetto! ¿Dunque lei italiano? ¡O
Providenza Divina, grazie, grazie!”. Y taconeando su jamelgo enderezó hacia
Larrosa que aún no las tenía todas consigo, gritándole con un júbilo
indescriptible sus más afectuosas salutaciones en correcto idioma italiano.
¡Era el Padre Boido!! ¡Era el buen Padre Boido que llegaba por primera vez a
Valcheta, extenuado por el hambre, deshecho por los trajines de ocho días de
cabalgata! Cuando ya creía desfallecer y morir en el desierto patagónico, su
caballo olfateó el valle del arroyo Valcheta y allá lo llevó, donde estaba la
Providencia en la casa de don Nicodemo Larrosa”.
¿Era
un asaltante que llegaba? Sí: era el misionero de Don Bosco que venía a tomar
por asalto aquella población y conquistarla para Dios.
Historias
de vida y anécdotas de los inmigrantes
italianos en la Patagonia que como en otros lugares contribuyeron con su tesón
a forjarla y convertir los eriales en verdaderos vergeles.
Y
retazos de vida de los salesianos que aquí como lo soñara San Juan Bosco
encontraron su lugar en el mundo, como el Patirú Domingo Milanesio, el
Venerable enfermero santo Artémides Zatti, el padre “dotor” Evasio Garrone, el
Cardenal Cagliero y tantos otros.
Hombre
de gran bonhomía y querido por toda la comunidad don Nicodemo Larrosa falleció
cargado de años y dejó una de las familias tradicionales que todavía siguen
trabajando la tierra, como aquel inmigrante que un día lejano llegó lleno de
sueños a forjar la querida Patagonia.
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13 de Febrero, 2014
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CRÓNICAS |
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Solía decir Carlos Di Fulvio “que al ver tanta pobreza el corazón le dolía”. Seguramente no se refería a la Región Sur de Río Negro, pero nuestro cantor local Rubén Tatano Lucero en uno de sus temas a la meseta de Somuncurá escribió que hay “unos ranchitos, hilachas del monte al viento y al sol. Si vieras Diosito la inmensa pobreza de aquellos paisanos que son del lugar”. ¿Cómo –me pregunto- el cronista, el poeta, el periodista, debe hacer para transmitir el infortunio del poblador rural de Río Negro? ¿De dónde sacar las palabras para reflejar la situación por la que atraviesan los hombres de campo? ¿Cómo se puede hacer para conmover el corazón de los políticos y de los técnicos? Los productores de la zona están cansados. Han comenzado a bajar los brazos. De majadas de tres mil ovejas hoy con mucha suerte quedan doscientas. Unas pocas chivas, algunos yeguarizos y donde se puede vacas. Pero no hay agua: las aguadas están secas, en las lagunas los torbellinos de tierra levantan nubes de polvo. Da lástima tanto penar. Las osamentas de los animales van jalonando los campos con una impotencia que parece a nadie le importa. Van para diez años de sequía y hace cuatro meses que no cae una sola gota de agua. Las plagas se enseñorean diezmando aún más los pocos animales que quedan. Y los camiones aguateros desfilan por los polvorientos caminos para tratar de salvar algo. Ese algo que es la subsistencia de una familia, la escuela de los chicos, las expectativas de una vida mejor. ¿Cómo explicarle a ese poblador que no se debe abandonar los campos? ¿Cómo decirle que hay que esperar tiempos mejores? ¿Cómo hacerle entender que se seguirán haciendo estudios para buscar agua? ¿Quién atiende sus reclamos? ¿Cómo decirles que para hacer un viaje al pueblo en combustible tienen que gastar el trabajo de dos meses? ¿Quién les explica de cepos cambiarios, del precio del dólar blue o de devaluaciones a quién tiene los bolsillos vacíos? A veces pareciera que la sequía que más duele es la otra. Esa que se enquista en los despachos de los ministerios y de las secretarías. La que ha secado los sentimientos del corazón de los hombres y mujeres, la que rige con la indiferencia, la postergación y el olvido. La que campea en los expedientes y en el rigor impositivo de los recaudadores. La que hace política barata con los subsidios, la que se instala cada cuatro años en las boletas electorales, la que viaja con las comitivas y exalta las promesas desmerecidas de siempre, la que vive en forma permanente llenando planillas y haciendo medulosos estudios que siempre terminan en nada. La esperanza del poblador rural está tan deteriorada como los caminos vecinales, donde una máquina no pasa ni por casualidad. Nadie puede venir a poner la oreja a los pobladores de la Línea Sur porque de eso ya están cansados. Cambian los nombres y recurrentemente vienen con buenos viáticos y mejor pitanza a escuchar lo que ya saben de memoria. Aparte, señores, de tomar contacto con la realidad, de analizar la problemática, de implementar programas que nunca han dado resultados, ya están todos hartos, pero como al hombre de campo le sobra prudencia escuchan las letanías y no dicen nada. Porque a las palabras en estas regiones perdidas de la mano de Dios se las lleva el viento. ¿Cómo afrontarán las clases los niños de la meseta? ¿Habrá precios cuidados para tanto abandono? ¿Importaran algo o serán un número más del ajuste educativo que cierra cargos y escuelas? ¿Cuándo entenderán, muchachos, que el problema no es una cuestión numérica o de matrícula sino de atender con cierta equidad y justicia a todos los ciudadanos por igual? ¿Adónde enviar a esos niños, aunque sean pocos? ¿Qué residencias escolares recibirán tanta inequidad, tanto oprobio? Saber estas cosas y no decirlas a veces es traición a la patria. Es mirar para otro lado y saberlas y no hacer nada es pecado de omisión, el más terrible de todos. Y ¡hay de aquellos que tienen responsabilidades y por no comprometerse asienten y callan! Pero deberán recodar los rostros de los hombres y mujeres del interior rionegrino porque los interpelaran para siempre, tal vez no les quiten el sueño ni les mermen sus abultados sueldos, pero tendrán una dignidad difícil de encontrar, que ellos no conocen ni por asomo. Hablan de compromiso político pero se olvidan que el mayor compromiso es con el prójimo, con la vida, con los valores y con la inocencia de la gente. No es el tiempo para los tibios y para los timoratos. El toro hay que agarrarlo por las astas. Hoy y ahora es el tiempo. Y con decisiones, porque se sabe: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Así, tan simple. Sin conferencias de prensa, sin bombos ni platillos. Lo de la sequía es lo de menos. Puede seguir sin llover. Pero lo que es realmente importante es tener funcionarios sensibles y ejecutivos, compatriotas solidarios, periodistas valientes que hablen de estas cosas, un pueblo fraterno y así la historia se podría escribir de otra manera. Jorge Castañeda Valcheta (RN)
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29 de Noviembre, 2010
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CRÓNICAS |
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LA OTRA ARGENTINA
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
(RN)
Aparte de la que reseñan los columnistas John Carlín y
Carlos Pierini en el diario El País de España, debemos señalar que también hay
otra Argentina, más allá de aquella de Diego Maradona y la que se exhibe en la
literatura no neutral que tanto solaza a la Presidenta Cristina
Fernández.
Los historiadores sostienen que el nombre de la República Argentina
deriva del río de la Plata,
porque se creía que éste “abría el camino más directo hacia la sierra del
Plata, supuesta, (y luego hallada en el Alto Perú)”.
Como es sabido, el término “Argentina” proviene del latín
“argentum” que significa plata.
Algunos aducen que la primera vez que se usó dicho vocablo fue
a principios del siglo XVII por el cronista Ruy Díaz de Guzmán, autor de una
historia que tituló “Del descubrimiento, población y conquista del río de la Plata”. Otros afirman que
dicha pretensión pareciera carecer de validez “dado que su uso en el título
sólo aparece en un período posterior y
no el original”.
Lo cierto es que fue aplicado por primera vez al territorio
actual en una especie de crónica rimada escrita por el arcediano Martín del
barco Centenera con el extenso título de “Argentina y conquista del río de la Plata, con otros acaecimientos
del los reinos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil”, publicada en la ciudad
de Lisboa en 1602.
Como ya es sabido el nombre de Argentina es consagrado en
forma definitiva en 1852 por el Congreso de Paraná y cuando se dicta la Constitución Nacional
para la Confederación
Argentina.
Hoy como bien lo señala la nota antes citada la realidad
cotidiana de la Argentina
visible en el ocaso de su decadencia nos interpela en las noticias de los
medios y nos hace repensar en otras épocas pretéritas cuando su augusto nombre
tenía significado de prosperidad y de grandeza.
La
Patria
que vislumbraron nuestros próceres, la fecunda que forjaron los hombres del 80,
la invisible para definirla conforme a Eduardo Mallea, escritor seguramente no
del agrado de la señora Presidenta, esa que “habitada por hombres y mujeres
jóvenes que viviendo en la zona subterránea donde se prepara toda fuente,
llevan de ella una idea de limpia grandeza y a quienes alguna vez rebeló la
indignidad de los que la engañan y trafican”.
Esa Argentina a la que le decimos junto con el poeta José
María Castiñeira de Dios “Yo te incito a romper las cadenas ocultas/ y a
exorcizar el maleficio,/ y a soltar las maneas,/ para que sean eternos los
laureles de gloria/ que otros hombres mejores/ nos legaron un día!”
Esa Argentina comparada por Mallea con un pueblito del
interior con su plaza, sus habitantes dormidos, su cementerio, su escuela, y
esa iglesia fundada por el padre Francisco de Paula Castañeda, tan abandonada
materialmente como espiritualmente por la “impiedad de sus fieles, sin caridad
y sin misericordia” representando una traición al fraile de la “santa furia” y
más que nada una traición a los fundadores de la nación.
Porque dice el insigne escritor y ensayista y vale la pena
citarlo que “aquel pueblecito argentino era un símbolo. Aquel pueblecito era el
símbolo de un terrible sopor, el reverso exterior de una realidad, el símbolo
de un sopor envuelto en el representar dada día más ruidoso de la apariencia,
del vocerío, los banquetes, la política, la farsa social, el boato farisaico;
aquel pueblecito, en el que estaba, entre otros males, corporizada una traición
a Castañeda, era el símbolo de la traición inferida a la dignidad severa,
consciente, constructiva, de nuestros hombres primeros, que no se parecen a los
actuales visibles, sino a los actuales invisibles, a la naturaleza de nuestro
hondo pueblo y no del superficial”.
“Aquel pueblecito era el símbolo de la emotividad
estancada, invertebrada”.
“Aquel pueblecito, en fin, era el símbolo del estado de
Lázaro antes de resucitar, esto es de un estado de muerte, pero de muerte
redimible”.
“Porque la parábola de nuestro país es la parábola de
Lázaro y del rico Epulón. El rico Epulón comía en su palacio, en cuyas
graderías de entrada se sentaba Lázaro el mendigo, con sus llagas comidas por
los perros, a la espera de las migajas del festín. Y al fin el rico y Lázaro
murieron y fueron iguales en la sepultura. Aunque no igualados en la eternidad
de sus destinos, porque el uno fue sepultado en el infierno y el otro llevado
al seno de Abraham. Entonces, en los tormentos, el rico pidió que le mandaran a
Lázaro para que echara agua en sus llagas y le refrescara la lengua. Y le
respondió Abraham: “Hijo, acuérdate que recibiste bienes durante toda tu vida,
y Lázaro, al contrario males; y ahora éste es consolado y tú atormentado, fuera
de que, entre nosotros y vosotros está de por medio un abismo insondable”.
“Así, los que conocen en nuestra tierra el sentido severo
de la vida, los que no dormitan, los que sufren por tener conciencia de cierta
pasión sacramental, los íntegros, los invisibles, los enfermos de honradez, los
que viven separados por un abismo insondable del rico Epulón, son la parte no
futura, sino ya salvada, de nuestro país, como Lázaro el mendigo”.
En esa otra Argentina invisible y subterránea vivieron
hombres desgarrados como Leopoldo Lugones, como el sanitarista Ramón Carrillo,
Leopoldo Marechal, Manuel Ugarte, Ezequiel Martínez Estrada, Raúl Scalabrini
Ortiz y el doctor René Favaloro entre otros ciudadanos ilustres y millones de
argentinos, jóvenes y ancianos de todos los oficios y profesiones que cada día
persisten con su trabajo cotidiano para tener un país que merezca ser vivido.
En estos días de impotencia y de frustraciones, de descalificaciones
desde las alturas del poder por pensar distinto, donde en forma cotidiana se
observa la decadencia que lastima y rebela, se hace necesario repensar los
destinos de la Nación
para recuperar aquel augurio primigenio que su nombre representa.
Más allá de Maradona y sus metáforas que podamos decir como
el poeta Castiñeira de Dios que “Ya en el aire se huele como un advenimiento/ y
la noche apesebra/ la navidad del día/ es que viene creciendo/ un río por
debajo de tu forma doliente/ y su luz ya desborda las esclusas del tiempo”.
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SOBRE MÍ |
Jorge Castañeda
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.
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AL MARGEN |
Jorge Alberto Castañeda |
Escritor y periodista de Valcheta, localidad ubicada en la Patagonia Argentina |
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