CERRO CORONA
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Gigante dormido en
la altitud de la meseta oteando la lejanía de las tardes patagónicas. Habrás
visto las jornadas fatigosas de los fiscaleros, las labores rudas de los
cuidadores de chivas, la paciencia serena del alambrador, del buscador de leña,
la soledad más sola de los puesteros, los cazadores de guanacos, los
avestruceros, la mirada curiosa de los pilquines, el paso furtivo del zorro
colorado, el trote arisco de los yeguarizos montaraces, el vuelo en altura de
los pájaros migrantes, las piedras calcinadas de los escoriales, la nevazón
inclemente y zaina, los corrales de pircas, los ranchitos como hilachas al
viento y al sol, las estrellas frías del Sur.
Habrás escuchado la
espesura del silencio, el balido lastimero de las ovejas, el soplido del viento
enloqueciendo los cañadones, el ladrido de los perros famélicos y audaces, el
rumor claro del agua en los vertederos, el derrumbe de las piedras, el relincho
arisco de las bestias, el tumulto de las aguas impetuosas de las crecientes, las
voces gastadas de los pobladores ahítos de pobrezas y desgracias.
Habrás hurgado la
profundidad en el círculo de la leña de piedra y los líquenes, descifrado el
mensaje de los petroglifos y las pinturas rupestres, seguido el rastro de la
piedra rodadora, desenterrado las viejas hachas ceremoniales de la raza vieja y
sentido la hendidura fatal de los tunales y sus espinas.
Habrás mirado pasar
las lunas recurrentes y el camino rutinario de los astros, oído caer la lluvia torrencial
después de los años de sequía, sentido el rocío matinal como una bendición
asperjado en tus laderas, habrás templado las distancias como el clavijero de
una guitarra y divisado a lo lejos la polvadera de los intrusos.
Cerro Corona,
imponente entre tanta planicie que se prolonga como una letanía hasta donde se
pierde la vista, promontorio aislado, otero perdido de otras edades milenarias
ahítas de vigilias y custodias, señor del Somuncurá donde las piedras hablan y
las plantas se achaparran, macizo que busca la altura desde la tierra pobre
para celebrarla como en los viejos ritos ancestrales, poblador solitario en la
vastedad infinita de la mesada.
¿Qué arcanos
misteriosos se cobijan en tu faldeo?
¿Qué sueños se adormecen en tu altura?
¿Qué majestad habita tu geología imponente? ¿Qué corona de jarillas adorna la cima de tu
testa? ¿Qué misterios subyacen en la
honda oquedad de tus piedras primordiales?
Sólo tu porte de
gigante sabe resistir al viento y regir
la latitud azulada de la meseta para protegerla del pajuerano que con aires
timoratos profana un ámbito que otrora fue sagrado.
Sólo tu entraña
sensible conjuga un mensaje de atención para que nadie trepe a tu altura sin comprender el
significado de la tierra y sus conjuntos y compre distancias con sus pesos
falaces.
¡Sólo tú sabes
resistir al forastero que ignora que tiene que descalzarse porque tierra
sagrada está hollando sin estar preparado!
No sabe que solo
los hombres de limpio corazón que te propician con buenas intenciones podrán escalarte
y hacer cima en tu altura majestuosa. Y eso para comprender allí que los hombres son apenas una
insignificancia, un accidente ante tanta grandiosidad, un breve segundo en la
historia de la humanidad.