Allá
y hace tiempo las piedras augures dieron nombre y bautizo a una de las mayores
mesetas del Sur: Somuncurá. “Un horizonte en movimiento”, un gigante de piedra
y de silencios que sobrecoge por su misterio, un espacio donde el hombre se
mide con la naturaleza más exigente. Donde las tropillas invisibles abrevan en
las lagunas mecidas por el viento irascible que baja de los cañadones, en los
cuales a veces el agua se enfurece y arrastra las piedras como si fueran
figuras de cotillón.
Somuncurá.
“Un secreto de remotas edades en acecho”. Un patrimonio primigenio que desde
los tiempos remotos como un ángel tutelar custodia los viejos saberesancestrales donde hombres y animales intuyen
la pertenencia a un ámbito de mágicos hechizos.
Somuncurá.
La proa primordial de un pasado que “habla” de edades pretéritas donde la
naturaleza y el hombre se medían en igualdad de condiciones. Donde la luna
camina por los pedreros del último confín de los confines, mientras la temible
“piedra rodadora” va dejando su huella de mal augurio en los arenales ardidos
por el sol canicular y redondo de los veranos.
Somuncurá.
Un laberinto de claves olvidadas en el fondo de los tiempos. Corrales de pircas
deshilachados y perdidos colgados los montes. Silencio sagrado de los
escoriales. Los últimos pilquineros. El domador de potros. La sangre de yegua.
Los puesteros. La chivada. El zorro colorado astuto y rapaz, los ojos fijos de
los matuastos mimetizados en el pedrerío de los escoriales. Al decir de Neruda
el lugar donde “la pata gris del Malo pisó estas pardas tierras”.
Somuncurá.
Donde los cerros escupen al timorato que quiere subirlos para faltarles el
respeto. Donde hay que descalzarse como Moisés en el Sinaí. Quitarse las
sandalias y ver las huellas con ojos de baqueano para apreciar el legado
superior quedejaron los antiguos. En
los petroglifos. En la piedra dueña de Yamnagoo,en los enterramientos rituales de Sierra
Apas. En las “pilas de monedas” tan sorprendentes como las verbenas en flor. En
las puertas de piedra. En las distancias que nunca se terminan donde se
desfonda el tiempo que conocemos nosotros. En la escala familiar que sube al
cielo como el humo propiciatorio en una columna que señala el latido de la vida
humana entre tanta inmensidad.
Somuncurá.
En la vertiente natural de “La
Gotera”, para aplacar la sed del viajero ahíto de saberes.
Pila bautismal en medio del desierto, oasis de pocos álamos colgados en los
cerros y donde en la oquedad de la gruta, en el techo –nave catedral lítica- desde
una curiosa cruz cae el agua milagrosa que purifica los cuerpos y reposa las
almas. Un Jordán al revés. Un frescor de hontanar, un río de agua diáfana para
vivificar los eriales interiores.
Somuncurá.
Un latido en la distancia. Un movimiento entre las piedras. Una cueva llamada
de “Curín” donde aún se escuchan los relinchos de la potrada y se teme el paso
de los bandoleros temibles y legendarios como el de Bailoretto, registrado para
siempre en la libreta de tapas negras entre la nómina de los vicios a comprar y
el recuento de los animales a su encargo.
Somuncurá.
Donde los pozos respiran entre las piedras cercanas a la laguna Azul. Su ciclo
de 36 horas aspirando y expulsando aire salmodia los misterios más recónditos
del más recóndito de los lugares del mundo. ¿Corrientes de agua subterránea?
¿Flujo y reflujo del mar en plena ámbito mesetario? ¿El pecho subterráneo de
Elengashel –el Gualicho de los tehuelches- midiendo el ritmo de todos los
mitos? Enigma que se suma a otros enigmas. Hebra imprescindible del hilo
salvador de Ariadna para no perderse entre tanto laberinto de coirón y leña de
piedra.
Somuncurá.
Donde los pájaros anuncian las nevadas con el rebate de sus alas inquietas(anuncian la nieve con una precisión
notable), donde los promontorios de piedra volcánica son mangrullos para
orientar a los perdidos. Donde la nieve se guarece a su propio arbitrio y su
manto níveo sepulta puestos, alambrados y animales igualando con su rasero
implacable y recurrente la vida de hombres y mujeres. Donde las estrellas están
tan cerca que se pueden tocar con las manos. Donde se puede hablar con el
silencio. Donde el mundo es distinto. Donde se alcanza la completa dimensión
que solo la naturaleza sabe llenar de bonanzas y lasitudes. Donde se puede
caminar en una soledad que sin embargo nos comunica con todo lo importante: el
sentir de la vida.
Somuncurá.
Planiza elevada y azul, vieja arcadia perdida, fortaleza olvidada donde
palpitan todos los misterios y donde los arcanos se develan para el que sabe
oír, para el que tiene oídos como decía el apóstol en la isla de Patmos. Porque
justamente Somuncurá es eso: piedra que habla, nodriza de la Patagonia, señora de los
vientos, madre de las vertientes.En la
ganga que cubre de toba las piedras insignes, en las tunas de espinas arteras,
en los arroyos incipientes que bajan a los vallecitos para regular la vida de
pueblos y de parajes, porque Somuncurá es un gigante dormido, una ciudadela no
herrumbrada por los años, un testigo de los tiempos, el umbiculis mundis que
tanto buscaron aventureros, estudiosos y viajeros.
Para
los hombres de limpio corazón, para los que buscan, para los que necesitan
encontrarse en las distancias y el silencio, para los que ansían “escuchar” la
meseta de Somuncurá es más que un accidente geográfico: Somuncurá es un
destino.
Misterios en la
gran meseta de Somuncurá. Claves perdidas en el tiempo. Panteón de dioses
caídos que cuentan una historia diferente. Las piedras augures, pitonisas, las
pilas de monedas, la Gotera,
la cueva de Curín, los “pozos que respiran”, los misteriosos petroglifos y
aguardando revestida de ganga la “piedra dueña” o la “vieja” dueña de la
meseta. Yamnagoo adentro. Ámbitos del Caín.
Homenajes,
rogativas, caza abundante. Grosuras de los animales que son cazados cuando
bajan a beber. Parapetos de piedras, Secretos arcanos. ¿Un umbiculis mundis en
plena Patagonia?
“A 50 o 60 leguas
–dice Rómulo Muñiz- al sudeste de Patagones hay un gran peñasco que es el duelo
de los guanacos: la primavera lo visitan y obsequian del mismo modo que el
anterior: pidiéndole licencia para matar guanacos sin cuyo requisito no se
atreverían a cazarlos”.
Las viejas
rogativas a la “diosa”: “Favoréceme, cacica,/ con tus guanacos, tus avestruces,
tus animales…”Plegarias de los
cazadores. Sobre ella leña menuda, hasta taparla, y el enterratorio de huesos
en cada parapeto, para propiciarla, para tener buena suerte, para que cace aún
el más torpe.
Así la vio el
sabio suizo George Claraz en su “Viaje al río Chubut”: “En la orilla occidental
de la pequeña laguna se ve un montón de madera seca. Los indios dicen que
debajo de él yace una piedra, que esa piedra es una “vieja” y que esa vieja es,
sin duda, una diosa. Ella es la dueña de estos campos y de los animales que viven
en ellos. Antes de llegar a dicho punto, cada uno arranca una rama seca, la
lleva consigo y la coloca en el montón como ofrenda. Se acercan al montón con
respeto, no cabalgan frene a él, sino que lo rodean en un semicírculo diciendo
una oración a la vieja”.
¿Cómo poder
explicar que nuestros pueblos preexistentes, como casi todos los pueblos del
mundo, incluidos nosotros, viajan del mito a la realidad? ¿Era la piedra dueña,
revestida de ganga o toba, la carne de ülüngássüm, la deidad tehuelche, auto
petrificada a su antojo (los huesos del propio y temible Gualicho) como
afirmara el profesor Rodolfo Casamiquela?
“El paraje más
conocido de la Patagonia
para cacerías –según el Perito Moreno- se encuentra al borde de una laguna
salada, fertilizada por un manantial dulce. Como una gran extensión no hay
bebedero tan bueno que todos los guanacos de los alrededores llegan a él y
cuando el día es caluroso una fila continua de esos animales se dirige hacia la
fuente. La abundancia de caza, la única fuente potable y la topografía del
terreno que le rodea, permite al indio menos diestro y peor montado encontrar
presas. En Yamnagoo es donde él está seguro de hallar alimentos y es así que
considera a ese sitio como sagrado. El pago del tributo a la mujer roca deriva
del sentimiento supersticioso que produce el miedo de no cazar nada”.
¿Por qué a los
antiguos les brillaban los ojos al hablar de Yamnagoo? ¿Con qué ritos perdidos
celebraban la caza en los parapetos de piedra cercanos a la laguna? ¿Eran
doscientos los amontonamientos semicirculares que viera el insigne
viajero?¿Por qué estaban orientados
hacia el este?
“Las piedras
–cita el Perito- que se encuentran cerca de la colina frente a la laguna son
otra prueba de que una idea religiosa domina al salvaje en aquel punto; son
semicírculos formados con grandes fragmentos de lava, con arco al este. Se
elevan solo a medio metro y algunos están ya destruidos; sobre las piedras han
amontonado una inmensa cantidad de cráneos, huesos largos y vértebras de los
animales muertos. Tres hileras de los primeros conducen hasta la fuente y en
una de ellas conté más de 200, arreglados uno junto a otros. Desde los más
remotos tiempos que recuerda el indio se practica esa costumbre, y debo decir
que es prueba de un agradecimiento al buen espíritu que le ha producido la
caza, la de dejar la cabeza del animal, pieza que mucho apetece al indígena”.
¿Se equivocó
Moreno al mencionar 200 amontonamientos de piedras? ¿Qué recónditas claves se
han perdidoen el tiempo?
La vieja piedra,
la dueña, la diosa. Que la visitaranCasamiquela, Atilio Namuncurá, Gil Cayupán y otros.
Allí, revestida
de toba, de ganga, esperando olvidada las grosuras de los animales que le
ofrendaban antaño. En un rincón de la gran meseta. Ella, la “epéu kushé (vieja
ancestral) quieta en su sueño pétreo, añorando tal vez aquel tiempo mejorque ya nunca volverá.
Es fácil para los que me dicen que me tengo que venir a vivir al pueblo. Pobres. Nunca entenderán nada.
Claro, ellos son jóvenes y el campo mucho nos le gusta. Pero uno a estos años no está para cambiarse de querencia para irse a morir a un lugar extraño y ajeno, por más que tenga más comodidades o lujos y que allá todo sea distinto como ellos dicen con Internet, teléfonos celulares, televisión con cable, gas natural y todas esas yerbas.
Yo nací en estos lugares que algunos llaman perdidos de la mano de Dios. Aquí aprendí a jugar con la chivada, a cuidar hacienda, no digo a juntar leña porque en la meseta de Somuncurá no hay, ni tampoco ir a la escuela porque en aquellos tiempos ni hablar de esas cosas de pueblero. El cielo y las huellas del campo supieron ser mi cuaderno, el viento hacer a veces de maestro y el silencio de amigo permanente para matar las horas que a veces sobran en esos parajes olvidados.
Y con el tiempo aprendí el oficio duro de criancero. De perseguir al zorro colorado, de aguantar los inviernos crudos de la meseta con sus nevadas inclementes, de pelearle a la sequía sabiendo que es uno el que siempre pierde, de cuidar los pocos animales, de hacer la esquila a tijera para ahorrar algunos pesos y después de mantener malamente a los hijos que cuando crecen se van para el pueblo y jamás regresan al campo. Vamos quedando pocos y es una lástima ver tantos puestos despoblados y sin animales.
Para ellos es fácil pero yo no me iré nunca de mi campo. Es mi pedazo de tierra y tiene muchos recuerdos. La libertad de levantarme temprano y ensillar el caballo para recorrerlo, el aroma de las tortas fritas y del asado de capón dorándose en el fogón, la época de la parición que después se poblará de flores y de verdor, el ruido del agua en los cañadones cuando llueve, el cielo del Sur que en algunas noches se puede tocar con las manos, el ladrido de los perros cuando viene algún visitante, el viento que es como un compañero silencioso y alborotado, los pájaros que al amanecer se levantan con el día. Tantas cosas tiene mi campo que yo no lo cambio por nada.
Yo sabía que este año el invierno iba a presentarse bravo. Con muchos grados bajo cero y fuertes nevadas.
Ellos querían llevarme para el pueblo. Y yo no quise. Hoy la nieve en el puesto tiene casi un metro de altura y hace mucho frío.
Para colmo estoy tosiendo mucho y ni remedios tengo a mano salvo algunos pocos genioles. Es que a mis años tengo muchos achaques.
Pero pienso que hice bien. Para qué irme a morir a un lugar extraño donde nadie me conoce y yo no conozco a nadie. Acá murieron mis padres y acá habrán de quedar mis huesos.
Hay que ser muy hombre para poblar la meseta de Somuncurá, para hacer patria con un puñado de animales sorteando mil obstáculos y con la indiferencia de tantos rionegrinosque ni siquiera se acuerdan de estos parajes perdidos en el mapa y que después se indignan si algún extranjero compra las tierras.
Hay que ser bien rionegrino para quedarse en el campo trabajando a pérdida con unos pocos animales que ni siquiera en años buenospermiten mantener con cierta dignidad a la familia.
Hay que saber luchar contra el tiempo, contra las plagas, contra los bajos precios de la lana, contra el frío inclemente de los inviernos, contra los malos caminos siempre intransitables, contra la falta de oportunidades, contra la viveza de los oportunistas, contra los consejos torpes de lo que nada entienden. Hay que saber mucho de sacrificios y tener el alma bien templada como la tienen los hombres que habitan el ámbito del Somuncurá.
Este relato es un homenaje a esos sufridos pobladores de la meseta como los Pazos, los Pilquimán, los Carrigual, los Corrigual, y tantos otros que cada día saben sobreponerse a todos los infortunios y hacer patria con toda la entereza que la vida les da.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.