LA SALAMANCA Y EL LABERINTO.
Por Jorge Castañeda (Argentina).
Publicada en Tiempo Nuevo Nº 207 -EE UU 19/04/2013
Colaboración del escritor argentino de la
austral localidad de Valcheta, Jorge Castañeda.
El tema del
laberinto en la cultura y el arte de los pueblos pre existentes de la Patagonia
ha sido ya estudiado con amplitud por varios investigadores.
Uno de los
indicios según el doctor Rodolfo Casamiquela es el “estilo de grecas”, es decir
guardas, que ilustran motivos geométricos rectilíneos, muchas veces de aspecto
ornamental. Muy características de este estilo son ciertas figuras de trazo
interminable, que nunca se cruza, y que recuerdan fácilmente a laberintos de
cierta clase, conocida por los especialistas como “caminos perdidos”.
Pero mucho
tiempo antes (tal vez un par de milenios) era conocido también el “estilo de
pisadas”, figuras grabadas, muy complicadas que según los estudiosos también
estaban emparentadas con los célebres laberintos clásicos, sobresaliendo
especialmente el de Creta con el temible Minotauro dispuesto a matar al intruso
que se atreva a merodear sus intricados vericuetos.
Se sabe que
en síntesis el laberinto en su más amplio sentido no es otra cosa que el camino
tortuoso que deben recorrer los espíritus de los difuntos para alcanzar el
destino final del “más allá”, el mundo de los muertos que les permitirá
reunirse con sus antepasados.
La dificultad
–escribe Casamiquela- “de tal camino simboliza simplemente la dificultad para
alcanzar ese paraíso, lo que no puede hacerse sin un grave riesgo: el de que
los portadores del espíritu en vida hayan sido justos en ella”.
Ese “camino
difícil” es reemplazado en otras culturas por un “paso difícil” de muchas
clases. Implica generalmente ese tránsito al otro mundo algo semejante a un
juicio y un “Supremo Juez” que suele ser un “Alto Dios” o figuras similares,
muchas veces una anciana tenida por infernal –castigadora- propietaria de una
barca (la barca de los muertos, el calehuche, etc.) porque son una especie de
“guardianes del “paso difícil”.
Entre los
tehuelches esa figura equivalente no era otra que “gualicho” palabra que
significaría “la que gira”, la “merodeadora” o la que “gira por afuera”,
indudablemente femenina.
Por eso los
investigadores afirman que los tatuajes entre los tehuelches (que son
verdaderos laberintos) están vinculados como un salvoconducto para no
extraviarse en el “camino perdido” y así poder acceder al paraíso, porque
quienes no tenían esa señal eran arrojados al mar.
Tanto el
tatuaje, como los estilos de grecas, los cantos ceremoniales e incluso los
giros en los guillatunes están sin duda relacionados con el laberinto, es decir
“el merodeo” para alcanzar el otro mundo donde habitan sus antepasados.
Por esto las
ofrendas con las prendas, el caballo, las pertenencias más queridas y aún las
mujeres del difunto eran sepultados en los chenques para acompañarlo en “ese trance difícil”,
rito comparable con otras culturas clásicas como la egipcia.
El
investigador estadounidense Schuster citado por Casamiquela “cree poder
demostrar que ciertos motivos del arte rupestre conocido como “de grecas”, o
sea de caminos perdidos o de figuras laberínticas incluyen en su diseño a
“tramas genealógicas”, asociando a los laberintos con los linajes, donde el
“espíritu guardián” no es otra cosa que un ancestro mítico.
Esa misma
idea laberíntica está presente en las sepulturas (chenques y pirámides) con una
“idea que es universal: en su fondo yace el cuerpo de un ser cuyo espíritu hubo
de remontar la espiral mítica representada por su mole, el “paso difícil” que
habría de llevarlo al Mas Allá”.
En el ameno
libro de Salatino Mazzulli, escritor e investigador del Valle Medio de Río
Negro, “Apuntes de un buscador de cosas”, encontré otra interesante idea del
laberinto pero esta vez asociada al mito de la salamanca del bajo del Gualicho,
célebre por la descripción de varios viajeros y por haber sido el hábitat del
legendario Bernabé Lucero, cuya leyenda lo ha asociado a ella, con todo su
misterio y embrujo.
Expresa
Mazzulli al hacer una excursión por la famosa salamanca que “fui munido de una madeja
de hilo bolsero, para ser extendido desde la boca de entrada, por todo el
recorrido que realizara adentro de la cueva, pues las versiones de la leyenda
nos daba que la salamanca era un complejo de salas, recovecos y galerías,
algunas tan estrechas que era necesario arrastrarse para poder pasar de un lado
al otro”.
¿Otra vez el
significado del laberinto, esta vez en la famosa salamanca del Gualicho? Era la
misma un “pasaje difícil”, donde los que no encontraban la salida “terminaban
por enloquecerse allí adentro?
¡Y cuántas
similitudes con el famoso laberinto de Creta!
Pero sin duda
el dato más llamativo de esta cuestión lo da el mismo Bernabé Lucero cuando
supo afirmar al ser preguntado por Tincho Medina que “cuando vas a entrar en la
cueva, te vas a encontrar con dos chivos peleando; tenés que pasar por entre
medio de ellos. Más adelante te vas a encontrar con dos toros peleando, y
también tenes que pasar entre medio de ellos, con decisión y coraje, che. Y por
último –expresaba Bernabé- te vas a encontrar con dos pumas peleando. Vos tenés
que encarar y pasar entre los dos animales, llegar a una “sala”, la cual es
atendida por unos tipos de aspecto raro que te van a preguntar cuál es tu deseo
de poder salamanquero. Y cuando salís de allí, ya salís con el poder”.
¡Sorprendente!
No solo aparece el “paso difícil” sino también los toros, clara equivalencia
con el clásico Minotauro, los chivos –animales expiatorios por excelencia-, los
pumas totémicos en varias estirpes y la “pasada” entre los animales, donde
encontrar la salida es un don solamente concedido a aquellos “hombres de
coraje”.
Solo resta
entonces encontrar nuevos indicios sobre el interesante tema del laberinto en
la cultura de los pueblos pre existentes, los cuales al decir de Manuel Scorza
“aún viajan del mito a la realidad”.