LOS PUEBLOS ORIGINARIOS EN LA GRAN LITERATURA
Jorge Castañeda
Valcheta
Casi sin querer los pueblos originarios mapuches y
tehuelches han pasado a integrar la gran literatura destacando las plumas de
Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare que han recogido algunos
aspectos de estos pueblos en fragmentos de sus obras “El Ingenioso Hidalgo don
Quijote de la Mancha”
y “La Tempestad”,
pasando casi desapercibidos para los lectores corrientes.
En primer lugar el
glorioso “Manco de Lepanto” en el Capítulo VII del Quijote en el episodio del
“donoso y grande escrutinio” que hacen el Cura y el Barbero en el aposento de
la biblioteca del caballero para quemar los libros que tanto lo habían
desquiciado y donde hallaron “más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien
encuadernados y otros pequeños” muestra que Cervantes como él mismo lo afirma
tenía la costumbre de “leer hasta los papeles tirados en las calles”.
En esa selección
como un detalle lúdico se salvó del fuego La Galatea del propio autor del Quijote porque al
decir del Barbero “muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y se
que es más versado en desdichas que en versos”.
Pero lo realmente
llamativo es como entra en la lista el célebre poema “La Araucana” de Alonso de
Ercilla que narra las peripecias de los pueblos mapuches en la conquista de
Chile.
“Señor compadre,
que me place –respondió el Barbero-. Y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana, de don Alonso
de Ercilla; La Austríada,
de don Juan de Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrate, de Cristóbal de
Virués, poeta valenciano.
“Todos esos tres
juntos –Dijo el Cura- son los mejores que, en verso heroico, en lengua
castellana, están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia” y
ordena “guardarlos como las más ricas prendas de Poesía que tiene España”.
En cuanto a la
cita en “La Tempestad”
de William Shakespeare se puede apuntar lo escrito en el “Relato de su viaje
alrededor del Mundo” de Antonio Pigafetta, cronista de la expedición de
Hernando de Magallanes.
Dice en su ameno
relato al observar al gigante que bailaba y cantaba dándole el nombre de
“patagón” (tehuelche por cierto) que “parece que su religión se limita a adorar
al Diablo. Pretende que cuando uno de ellos está por espirar se aparecen de
diez a doce demonios que bailan y cantan a su derredor. Uno de ellos que hace
más ruido que los demás, es el jefe o gran diablo, que llaman Setebos, los
inferiores se llaman cheleule…Nuestro Capitán dio a este pueblo en nombre de
patagones”.
Como digresión
podemos decir que según los modernos historiadores el término no vendría por
tener los pies grandes, sino que haría alusión a una obre de teatro de moda en
las cortes europeas cuyo protagonista sería un gigante de nombre Pathagón.
El doctor Ernesto
Livon Grosman escribe al respecto en su libro “Geografías Imaginarias”, donde
se refiere al relato de viaje y la construcción del espacio patagónico que
“esta referencia al dios Setebos fue traducida por el escritor isabelino
Richard Eden quién incluyó una versión abreviada del relato de Pigafetta en The
History of Travayle de 1577”.
El “Cisne de
Avón” lee la referencia a Setebos en
Eden y lo incorpora a “La
Tempestad”, cuando Calibán dice, refiriéndose a América: ¡Oh,
Setebos! These be brave spirits indeed.”
En el relato de Pigafetta
esta primera inscripción del nombre de la zona, de los gigantes tehuelches y
sus dioses, se presenta enmarcado en el diario de viaje con la potencia de lo
testimonial. El uso que Shakespeare hace de la referencia a Setebos indica, en
cambio, un desplazamiento de lo particular a lo general, de los tehuelches a
una realidad continental.
Es así entonces
como los araucanos o mejor llamados mapuches y los patagones mejor llamados
tehuelches, entran en los años 1.500
a dos de las obras cumbre de la literatura universal.