RITUAL MORTUORIO DE
LOS MAPUCHES
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Antes de entrar en
el tema que nos interesa debemos comprender que para los mapuches los muertos
tienen un espectro, un alma o fantasma llamada “Alhuen” que permanece junto a
ellos hasta su disolución.
En base a ese
concepto –muy común a otras culturas- se solía realizar un ritual funerario
antes de sepultar el cadáver, que variaba según el rango que éste hubiese
tenido en su vida terrenal y que según algunos investigadores su práctica “era
para que los malos espíritus no pudieran llevarse el alma de los difuntos”.
Aída Kurteff
expresa que consistía en “realizar carreras a rienda suelta alrededor de la
persona fallecida, danzar y entonar ciertas salmodias en prueba de la más alta
distinción que podía brindársele al ser amado que dejaba esta vida”.
“El “aun” –continúa
diciendo- también tenía el propósito de espantar la sombra de los “calcú” que
merodeaban por los cementerios para apoderarse del “Alhuen”, el fantasma del
muerto, y poder utilizarlo en sus hechizos. Algunos hombres estaban a cargo de
cubrir de lajas y mantas el fondo de la huesa donde se apoyaría el cadáver, y
una vez colocado en su lugar, los deudos comían y bebían poniendo en la
sepultura parte de los víveres para que alma participara del ritual”.
“También se
sepultaban junto al muerto todas sus pertenencias más preciadas. Así como
vasijas con granos de cereal que sirvieran de alimento mientras no abandonase
los despojos”.
En el funeral
propiamente dicho se dispone la ubicación del cuerpo del difunto orientado
hacia el Este, mientras los hombres giran en círculo espantando los malos
espíritus, siguiendo dicha lógica, de Este a Norte, Oeste y Sur, como su
concepción cuaternaria lo indica.
Guevara sobre esto
escribió que “finalizada la comida comunitaria, los hombres suben a sus
caballos y comienzan a girar en círculos espantando a los espíritus que puedan
dañar al difunto, al sonido de las trutrucas, lo que indica que se dará inicio
al entierro trasladando los restos hasta el lugar de inhumación definitiva”.
Primitivamente eran
sepultados en ollas mortuorias de arcilla en las que se introducía el cadáver,
pero este material fu sustituido por la utilización de la madera.
Grebe como un dato
curioso afirma que “durante estos rituales, la comida y la bebida se la pasa a
los invitados siguiendo la misma lógica circular de su concepción cuaternaria”.
Dichas sepulturas
eran señaladas por grandes palos esculpidos muy toscamente llamados “chemamull”
que no eran otra cosa que una figura antropomórfica a veces hasta de cuerpo entero.
Casamiquela supo
observar que llama poderosamente la atención que las danzas circulares de
dichos ritos involucran “retrocesos parciales o involuciones, y que parecen
relacionarse con un camino invisible mucho más complicada que la traducida por
el simple círculo en torno del centro; pero es un camino de retrocesos o
circunvoluciones que representan como es sabido universalmente una forma de
laberinto”.
Se trataría acota
“de espíritus de antepasados que abandonaron el mundo terrenal por alguna forma
de laberinto (el paso difícil de tantos sistemas religiosos) por esa misma
danza habrían de retornar a aquel”.
Lo que indicaría
que más que para espantar los malos espíritus que acecharían al alma de los
muertos, sería mas adecuado pensar que las danzas se realizarían para guiarla
en su camino a la nueva morada; y las salmodias y cantos no serían otra cosa
que las canciones del propio linaje del fallecido, para hacerlo reposar si era
meritorio junto a sus antepasados.
Abonando esta
hipótesis –sostenía Casamiquela- no deberíamos sorprendernos al enterarnos que
la “barquera infernal de los mapuches” (al igual que en otras culturas),
“trempilcahue”, es traducido “la que gira, la circunvoluciona”. O sea la que
conduce al alma de los difuntos al mundo de los muertos.
Indudablemente que
la cultura de nuestros pueblos originarios es muy rica y diversa y cala en una
profundidad pocas veces advertida por los legos en la materia.