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Las
banderas del gauchito Gil
Jorge Castañeda
Escritor - Valcheta
Yo soy el gauchito Gil
eco bravo de mi tierra,
por eso mi nombre encierra
un recuerdo varonil.
Es la llama de un candil
de la brava tradición
es roja su condición
como roja su bandera
es la conquista altanera
que rechaza la opresión.
Dicen que fui federal
y deben tener razón;
me rebeló la ocasión
al contemplar tanto mal,
la miseria sin igual,
la injusticia y la prebenda
saben dejar sus congojas
por eso las flores rojas
son perfume de una ofrenda.
Colgado de un algarrobo
yo soy el Curuzú Gil
buscaron mi muerte vil
más siempre fui un hombre probo.
Yo jamás viví del robo
y nunca usé malas artes.
Hoy estoy en todas partes
y sobre mi no hay disputas:
me recuerdan en las rutas
con banderas y estandartes.
No me halló la muerte urgente
ni mi vida quedó trunca
no me degollaron nunca
en el amor de mi gente.
Yo siempre estaré presente
al costado del camino
para darle al peregrino
sanidad y buena suerte.
Yo vengo a pialar la muerte
y a cumplir con mi destino.
En
todas las rutas del país. En especial de la lejana Patagonia. A la entrada de
pueblos y ciudades. La gente con su devoción. Su fe popular más allá de toda
razón. Su procesión profana al margen de todas las estructuras religiosas
oficiales.
Con
botellas de agua. Con flores rojas. Con banderas coloradas. Viejas costumbres
al abrigo que da la necesidad de creer. De tener suerte. De aliviar los
problemas y curar las enfermedades y las dolencias. De encontrar trabajo. De
arreglar los matrimonios y las desavenencias entre parejas.
Por
eso para todos los paisanos “la difunta es una santa”; San la Muerte impide que pase nada
malo; Isidro Velázquez sabe de tender la mano al necesitado; el Maruchito
rionegrino nos guarda en el viaje; la Santa Cruz se enciende en el corazón; Ceferino es
un santito antes que lo declare el fasto de la Iglesia; por eso la Telesita baila. Bazán
Frías, Bairoletto, la
Madre María, Pancho Sierra, Gilda y las banderas rojas del
gauchito Gil ondean al viento en todos los caminos de la Patria.
Las
distintas advocaciones de la
Virgen. Los santuarios populares. Los milagros. Los dones
evangélicos de sanidad. La fe que mueve montañas, esa fe a veces más chiquita
que un “grano de mostaza” al decir del evangelio.
Están
en la esfera del mito. Canonizados por el pueblo. Como símbolo o paradigma para
proyectar en ellos los deseos, el dolor, las incertidumbres y hasta la
esperanza.
Por
eso el gaucho correntino (Mercedes) Antonio Mamerto Gil Núñez. Con su banda.
Despojando
a los ricos para repartir entre los pobres. Con su poncho colorado como buen
federal. Porque muerto el Curuzú Gil colgado de un algarrobo cabeza abajo y
luego degollado nacería el mito multiplicado en devoción general y en el saludo
rutero con tres bocinazos en su honor.
Después
el culto, las placas, las banderas, las flores rojas de papel y la fe que hasta
cura las dolencias y los males, que deshace entuertos. Por eso los santuarios
que se cuidan como lugares sagrados y de alguna forma lo son: “un viaje del
mito a la realidad y viceversa” como solía decir el gran escritor peruano
Manuel Scorza.
Por
eso la devoción, los festivales chamameceros todos los ocho de Febrero, el
sacarse el sombrero con respeto sagrado. Y por eso la poesía popular y las
décimas que habrán de perdurar casi en paralelo a la religión oficial y el
canon de la Madre
Iglesia.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.