LA OTRA ARGENTINA
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
(RN)
Aparte de la que reseñan los columnistas John Carlín y
Carlos Pierini en el diario El País de España, debemos señalar que también hay
otra Argentina, más allá de aquella de Diego Maradona y la que se exhibe en la
literatura no neutral que tanto solaza a la Presidenta Cristina
Fernández.
Los historiadores sostienen que el nombre de la República Argentina
deriva del río de la Plata,
porque se creía que éste “abría el camino más directo hacia la sierra del
Plata, supuesta, (y luego hallada en el Alto Perú)”.
Como es sabido, el término “Argentina” proviene del latín
“argentum” que significa plata.
Algunos aducen que la primera vez que se usó dicho vocablo fue
a principios del siglo XVII por el cronista Ruy Díaz de Guzmán, autor de una
historia que tituló “Del descubrimiento, población y conquista del río de la Plata”. Otros afirman que
dicha pretensión pareciera carecer de validez “dado que su uso en el título
sólo aparece en un período posterior y
no el original”.
Lo cierto es que fue aplicado por primera vez al territorio
actual en una especie de crónica rimada escrita por el arcediano Martín del
barco Centenera con el extenso título de “Argentina y conquista del río de la Plata, con otros acaecimientos
del los reinos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil”, publicada en la ciudad
de Lisboa en 1602.
Como ya es sabido el nombre de Argentina es consagrado en
forma definitiva en 1852 por el Congreso de Paraná y cuando se dicta la Constitución Nacional
para la Confederación
Argentina.
Hoy como bien lo señala la nota antes citada la realidad
cotidiana de la Argentina
visible en el ocaso de su decadencia nos interpela en las noticias de los
medios y nos hace repensar en otras épocas pretéritas cuando su augusto nombre
tenía significado de prosperidad y de grandeza.
La
Patria
que vislumbraron nuestros próceres, la fecunda que forjaron los hombres del 80,
la invisible para definirla conforme a Eduardo Mallea, escritor seguramente no
del agrado de la señora Presidenta, esa que “habitada por hombres y mujeres
jóvenes que viviendo en la zona subterránea donde se prepara toda fuente,
llevan de ella una idea de limpia grandeza y a quienes alguna vez rebeló la
indignidad de los que la engañan y trafican”.
Esa Argentina a la que le decimos junto con el poeta José
María Castiñeira de Dios “Yo te incito a romper las cadenas ocultas/ y a
exorcizar el maleficio,/ y a soltar las maneas,/ para que sean eternos los
laureles de gloria/ que otros hombres mejores/ nos legaron un día!”
Esa Argentina comparada por Mallea con un pueblito del
interior con su plaza, sus habitantes dormidos, su cementerio, su escuela, y
esa iglesia fundada por el padre Francisco de Paula Castañeda, tan abandonada
materialmente como espiritualmente por la “impiedad de sus fieles, sin caridad
y sin misericordia” representando una traición al fraile de la “santa furia” y
más que nada una traición a los fundadores de la nación.
Porque dice el insigne escritor y ensayista y vale la pena
citarlo que “aquel pueblecito argentino era un símbolo. Aquel pueblecito era el
símbolo de un terrible sopor, el reverso exterior de una realidad, el símbolo
de un sopor envuelto en el representar dada día más ruidoso de la apariencia,
del vocerío, los banquetes, la política, la farsa social, el boato farisaico;
aquel pueblecito, en el que estaba, entre otros males, corporizada una traición
a Castañeda, era el símbolo de la traición inferida a la dignidad severa,
consciente, constructiva, de nuestros hombres primeros, que no se parecen a los
actuales visibles, sino a los actuales invisibles, a la naturaleza de nuestro
hondo pueblo y no del superficial”.
“Aquel pueblecito era el símbolo de la emotividad
estancada, invertebrada”.
“Aquel pueblecito, en fin, era el símbolo del estado de
Lázaro antes de resucitar, esto es de un estado de muerte, pero de muerte
redimible”.
“Porque la parábola de nuestro país es la parábola de
Lázaro y del rico Epulón. El rico Epulón comía en su palacio, en cuyas
graderías de entrada se sentaba Lázaro el mendigo, con sus llagas comidas por
los perros, a la espera de las migajas del festín. Y al fin el rico y Lázaro
murieron y fueron iguales en la sepultura. Aunque no igualados en la eternidad
de sus destinos, porque el uno fue sepultado en el infierno y el otro llevado
al seno de Abraham. Entonces, en los tormentos, el rico pidió que le mandaran a
Lázaro para que echara agua en sus llagas y le refrescara la lengua. Y le
respondió Abraham: “Hijo, acuérdate que recibiste bienes durante toda tu vida,
y Lázaro, al contrario males; y ahora éste es consolado y tú atormentado, fuera
de que, entre nosotros y vosotros está de por medio un abismo insondable”.
“Así, los que conocen en nuestra tierra el sentido severo
de la vida, los que no dormitan, los que sufren por tener conciencia de cierta
pasión sacramental, los íntegros, los invisibles, los enfermos de honradez, los
que viven separados por un abismo insondable del rico Epulón, son la parte no
futura, sino ya salvada, de nuestro país, como Lázaro el mendigo”.
En esa otra Argentina invisible y subterránea vivieron
hombres desgarrados como Leopoldo Lugones, como el sanitarista Ramón Carrillo,
Leopoldo Marechal, Manuel Ugarte, Ezequiel Martínez Estrada, Raúl Scalabrini
Ortiz y el doctor René Favaloro entre otros ciudadanos ilustres y millones de
argentinos, jóvenes y ancianos de todos los oficios y profesiones que cada día
persisten con su trabajo cotidiano para tener un país que merezca ser vivido.
En estos días de impotencia y de frustraciones, de descalificaciones
desde las alturas del poder por pensar distinto, donde en forma cotidiana se
observa la decadencia que lastima y rebela, se hace necesario repensar los
destinos de la Nación
para recuperar aquel augurio primigenio que su nombre representa.
Más allá de Maradona y sus metáforas que podamos decir como
el poeta Castiñeira de Dios que “Ya en el aire se huele como un advenimiento/ y
la noche apesebra/ la navidad del día/ es que viene creciendo/ un río por
debajo de tu forma doliente/ y su luz ya desborda las esclusas del tiempo”.