LOS
HERMANOS PILQUIMAN
Solamente el timorato puede
hablar con tanta soltura sobre las cosas que desconoce. Y solamente los políticos de turno creen que por visitar
raudamente algún paraje ante una emergencia conocen la penuria de la gente que
vive en la zona rural de la provincia de Río Negro, sobre todo en la meseta de
Somuncurá.
Hay que vivir en ella poblando
campos estériles donde solo se ve la pura piedra, el coirón achaparrado por el
viento y en épocas de invierno hasta los alambrados congelados por la helada.
Es dura la vida en la meseta
para los hombres que la habitan con su puñado de animales, invariablemente unos
pocos caprinos o yeguarizos, que es lo que esos campos olvidados de la mano de
Dios permiten. Su geografía austera donde nada se regala va templando el alma
de estos hombres y mujeres que tienen la osadía de poblarla y hacerla su lugar
en el mundo.
En pocas ocasiones bajan a los
centros o a los pueblos que a veces están a más de 150 kilómetros, por caminos
imposibles, casi siempre cortados donde reinan los cañadones, las piedras
estorban el paso de cualquier vehículo y las promesas de los funcionarios
sobrevuelan en el aire. Generalmente cuando tienen que comercializar el pelo de
chivo, vender algún animal para comprar los pocos vicios que serán su única
subsistencia durante meses o cuando están enfermos.
Leña tampoco hay, la tierra de
la meseta es mezquina hasta para eso. Y la temperatura en épocas de invierno
baja hasta los 20 grados bajo cero. Se congelan las manos, el combustible, el
agua para tomar y hasta el aliento de estos crianceros que siempre esperan
tiempos mejores.
¿Cómo se puede hacer para
conocer el sufrimiento de esta gente que está sola, impotente, olvidada y a la
intemperie de toda justicia? ¿Quién se hace cargo de tanta desidia, de tanta
negligencia, de tantas postergaciones?
La dieta cuando la situación
lo permite es algún costillar de carne de potro, unos pedazos de galletas
duras, el mate conversado en la intimidad del puesto y algunas tortas fritas de
varios días si se tiene la suerte de tener harina.
Tampoco hay ropa que pueda
abrigar tanto frío. Algunos pellones en los catres y la compañía de los perros que a veces son los
únicos compañeros fieles de la gente de campo. Pero lo más difícil de todo es
encontrar un poco de solidaridad que abriga más que muchas cobijas.
Los hermanos Pilquimán son
viejos pobladores de la meseta, conocidos por hospitalarios y por los turistas
que se acercan a su rancho para sacarse algunas fotos con ellos.
Saben de las penurias que trae
vivir en esas alturas de la meseta. Allí sí que las piedras hablan, las únicas
tal vez que como ellos resisten el clima hostil y el abandono que como una
espina de tunales se clava en la carne y en el alma.
Conocen su hábitat como la
palma de su mano. Eso han sido siempre: crianceros. Luchando contra la sequía,
contra las crecientes, contra las plagas que hacen desastres en sus pocos
animalitos, contra la indiferencia de los que podrían cambiar un poco las cosas
y no lo hacen.
Están ahítos de tantos
sufrimientos y todo lo viven con una resignación que es de admirar. Hablan muy
poco porque como otros habitantes de los parajes rurales tienen la dignidad de
soportar en silencio sus propios males.Por, uno se pregunta ¿de qué serviría quejarse? ¿Y quién como se
dice ahora les prestaría la oreja?
Dicen que la meseta es linda y
es cierto. Pero es una verdad a medias: la meseta también es dura y para
habitarla hay que encallecer los sentimientos y curtirse en los mil contratiempos
que la vida en la Patagonia presenta. Porque como decía Saint Exupéry: la
meseta “resiste el corazón de los hombres”.
¿Se puede hablar de justicia
cuando hay familias como los Pilquimán poblando algún lugar perdido en la
geografía rionegrina? ¿Hay algún programa que contemple tamaña ignominia? ¿Qué
estadística puede tabular la situación de estos provincianos que resisten a
puro coraje la osadía de vivir en los campos? ¿Qué leyes regulan tanto
abandono? ¿Qué inclusión les dará una mejor calidad de vida?
Como los hermanos Pilquimán y
Teófilo Pazos hay otros muchos más que soportan sus desventuras esperando
siempre un tiempo mejor. Son pobladores del infortunio y de la soledad.
Esperan con los ojos cansados
de ver tantos años malos, tantas encrucijadas, sabiendo que mañana será igual o
peor que hoy.
Tal vez algún día se haga
justicia con ellos. Tal vez algún día se reconozca su sacrificio. Y tal vez algún
día amanezca para ellos el sol de un mejor porvenir.
Jorge Castañeda
Valcheta