ELOGIO DEL ALAMBRADO
Jorge
Castañeda
Escritor
– Valcheta
Si bien el alambrado al principio tuvo mala fama como
todos los inventos prácticos se impuso
para quedarse. La historia campera registra que el primer alambrado fue tendido
por Ricardo B Newton allá por el año 1844.
Domingo Faustino Sarmiento,
introductor de los gorriones, de la alfalfa, del tamarisco y hasta de las
primeras maestras protestantes entre otras minucias, era un vehemente defensor
del mismo llegando a decir en una de sus exageraciones que “antes del
alambrado, podría decirse: todo el país es camino”. ¿Tendría razón el
sanjuanino?
Y si de él hablamos a los
adversarios que se oponían a “cercar la pampa” les increpó: “lo que les
propongo viene del sentido común de los agricultores del mundo. ¡Cerquen, no
sean bárbaros!
Más mesurado en sus juicios, pero
igual de convencido, José Hernández, el autor de Martín Fierro, escribió hacia
1882 que “la modificación de mayor importancia introducida en la industria
rural ha sido la de los alambrados”.
Y Estanislao Zeballos embargado
ya en aquel entonces por un verdadero sentimiento patriótico supo afirmar que
“los alambrados argentinos son extraordinarios”
Hay alambrados y alambrados.
Están los de excelente confección que llegan hasta tener cinco hilos de
alambre. Una maravilla. Con buenos postes de ñandubay –árbol típico del litoral
argentino- que ha prestado un servicio fundamental en las zonas rurales. Pero
también están los de carapachay y hasta de álamo sulfatado. Y con varillas de
la mejor madera. Hay memoriosos que recuerdan los postes hechos con madera de
quebracho colorado –seguramente de algún rezago del ferrocarril- casi para toda
la vida. Sin duda que debe ser una exageración de la cultura popular aquellos
versos famosos del juego del truco: “Alambrado de siete hilos/ postes de
ñandubay/ un molino marca guanaco/ y una flor del Paraguay”. Pero no así el
famoso refrán que alude a que “lo pasaron como alambrado caído”.
Otros adminículos son
indispensables compañeros del alambrado: por ejemplo las torniquetas, también
llamadas “golondrinas” que sirven para tensar los alambres y hay que ser
baqueano para saberlas colocar, pues “se usa precisamente para accionar sobre
un cuadrante que ésta tiene sobre su lateral”, según Jorge Balbuena, escritor
de los pagos de Río Colorado. Las enigmáticas llaves “california” (estampadas o
forjadas) que supo glosar José Larralde en uno de sus poemas: “hace maneas,
california y sangra”.
Hay formas y formas de pasar
los alambres para que quede bien parado: por los agujeros de los postes o bien
agarrados a éstos por “maneas” como lo señalaba nuestro juglar campero.. O sea
un buen alambrado y en éste orden: “las varillas “maneadas”, los hilos de
alambre bien “tirantes” y los postes verticales”.
En parajes pedregosos como
los de la meseta de Somuncurá no es raro ver los postes afirmados por un
amontonamiento de rocas basálticas en su pie al ser muy
dificultoso poder clavarlos, por la dureza del terreno.
Una leyenda negra o no tanto
relacionada suele contar que a veces en lugares de litigio “los alambrados
caminan solos por las noches”. Pero también de esa forma se han cometido muchas
injusticias.
Hay refranes que también se
han referido a éste cerco de alambre y que advierten que el que “vuela lo
perdiz se descogota en el primer alambrado”. ¡Cuidado entonces!
Y también sus postes han sido
el lugar preferido por excelencia para anidar los horneros, sino que lo digan
estos versos: “Y sobre un poste del alambrado se vio el ranchito pintiparado”.
¡Y cuántas veces han servido como atalaya de los búhos y de las lechuzas!
¡Cosas de mandinga!
Un párrafo especial lo merece
sin duda el alambrador –oficio rural que se quiere perder como tantos otros-.
Sí, el esforzado alambrador patagónico que es un maestro en el arte difícil de
alambrar. Un artesano que conoce su oficio en forma empírica y que sabe por su
propia experiencia “que un alambrado nunca es igual a otro”.
Algunos dirán cosas de campo,
pero en las ciudades también hay cercos y alambradas, verbigracia: en los
estadios de fútbol, separando el campo de juego de la vehemencia de las hinchadas.
Es que también ha sacado carta de ciudadanía.
Y si hablamos del alambrado
no debemos obviar a las tranqueras, sus compañeras entrañables, pero ellas por
su profusión y abundancia merecen otra crónica.