EL DESIERTO
Jorge Castañeda
Valcheta (RN)
Patagonia Argentina
Los taureg supieron trajinar el laberinto del desierto a su antojo. Con sus dromedarios soportaron el sol ardiente y la sed implacable. Dejaron las huellas de sus caballos que el viento y la arena desdibujaban con persistencia y tenacidad.
Solo el verde espejismo de los oasis les permitía descansar del trajín de sus vidas errantes donde los días y las noches se repetían iguales y recurrentes.
Las caravanas, el comercio de animales, la libertad de sus vidas nómades, las noches frías contrastando con el calor opresivo del sol calcinante, los dátiles, la leche de cabra, el filo cortante de sus dagas engastados sus mangos de piedras preciosas y sus hojas de fina filigrana.
El desierto fue el protagonista de estos pueblos. Su razón de ser. Su ámbito reservado. Con una cultura tan milenaria que se dice que allí se formó la placenta del mundo.
Pueblos y pueblos pasaron por sus arenas ardidas, señores ya de la guerra o del comercio, protegidos sus rostros y cuerpos por la túnica blanca como las raras nubes que pocas veces supieron traer agua.
Sólo la sed y la fatiga, la búsqueda del sol a desierto traviesa, la urgencia de vivir sin arraigo, sólo el desierto “inconmensurable y abierto” su lugar en el mundo, y el pie en el estribo partiendo siempre de ningún lugar hacia una nada de arena y sol.
Por eso tal vez la estirpe nueva de esos centauros supo elegir después de los barcos un paisaje similar, pero para echar raíces y formar familias.
Y cambiaron un desierto por otro, este nuestro y cercano que está aquí al alcance de la mano y también cerca de las estrellas: la región sur de Río Negro, en plena Patagonia.
Y como en aquel también trajinaron el nuestro para ejercer el viejo oficio que traían en su sangre: el comercio.
Con su castellano a destiempo, algunos con el Corán debajo del brazo, con sus comidas típicas, con su persistencia ante los obstáculos, con la obstinada paciencia de saber que todo se puede.
Cambiaron un desierto por otro. Tuvieron hijos, familias con apellidos orientales, y siempre el recuerdo de aquel desierto más grande que dejaron en Arabia.
Ese desierto que dejó las cicatrices de su ámbito en el alma de esos inmigrantes y el viento la música permanente que aquí no solo suele levantar la arenisca sino también las piedras.
Porque el desierto es la circunstancia de esos pueblos: su forma de ser, la matriz que los ha moldeado desde tiempos milenarios.
El desierto allá y el desierto acá ¿Importa algo?