Ernesto
Porcel supo ser puestero toda su vida. Claro que sus vivencias son cosas que
muy pocos imaginan, porque no saben lo que es la vida en el campo. Ignoran
cuando el viento helado de la meseta sabe cortar impiadoso la piel de la cara y
de las manos. Y aunque sea con ventisca o nevada hay que salir a recorrer los
cuadros para ver la hacienda. Fijarse como están los alambrados, atender el
molino, ver si hay algún brote de sarna. Perseguir al zorro colorado o al puma
predador. Y en verano soportar el sol impiadoso que pareciera quebrantar hasta
la dureza de los basaltos. Es dura la vida en la meseta de Somuncurá, porque la
naturaleza no da tregua al hombre que debe medirse con ella en forma cotidiana.
En el campo hay que andar con cuidado. Eso se sabe.
Don
Ernesto es un hombre parco de palabras. Se toma su tiempo si tiene que
contestar. Eso se llama prudencia y no se enseña en la escuela. Viste bombacha,
pañuelo de cuello, una faja de color negro y alpargatas. Lleva siempre su
cuchillo, un eskiltuna, el preferido de los paisanos. Al lado del puesto
siempre atento está su compañero de tantos años: el caballo. Imprescindible
para las tareas camperas. Muchas veces de estos nobles animales depende la vida
en aquellas soledades de viento y de silencios. El caballo de la meseta es
especial: resistente, de largo aliento, aguantador y de tan acostumbrado que
está al ambiente hostil no pisa ni siquiera una sola espina de los tunales. Se
acostumbran al medio como se acostumbran los hombres y mujeres que viven arriba
en la meseta.
Don
Porcel supo asentar sus reales por una ponchada de años en el Puesto “Las
Cortaderas”, de la estancia “El Rincón”, del paraje Chipauquil arriba.
Una
casa de material de dos habitaciones: adentro, una cocina económica a leña, una
mesa, algunos asientos con cueros de ovejas, una lata vieja de galletitas llena
de tortas fritas sin levadura. Afuera, a la vera de la misma, un corral de
pirca y si uno es observador veráalgunos vestigios líticos como piedras de boleadoras, flechas, manos de
morteros, que cuentan la historia de un tiempo distinto. Un gran cañadónque cuando hay abundantes lluvias el agua
suele arrastrar todo lo que encuentra en su camino y que una vez supo hasta
desarraigar de cuajo el molino. Cuando el viento sopla fuerte y se
encajona–la mayoría de los días- se hace
cierto que las piedras hablan, ante lo cual el pajuerano se asusta, pero los
pobladores como don Porcel como si nada, porque están acostumbrados. Así es la
vida para sufridos productores que arriba de la mesada aguantan todos los
contratiempos. Sin quejarse. Sin contar a nadie sus padecimientos, porque
tienen una dignidad que poco se conoce en los escritorios de los que mandan. Y
aparte ¿A quién? Si saben que las soluciones no llegan, ni llegarán nunca y que
cuando algo llega, llega a destiempo y tarde. Porque para muchos técnicos y
políticos los hombres que viven en el campo son solamente una planilla o una
estadística. Y sin embargo son ellos los que producen toda fuente de riqueza.
Primero
en Chipauquil hay que pasar por el casco de la estancia donde Atilio
Quintriqueo y su esposa Gladys se desviven en atenciones y después pasar el
mallín, hacer unas leguas estribando la meseta, llegar al puesto “Paredes” y
luego de otro trayectover allá abajo
entre unos cerros chatos la casa de Don Ernesto Porcel.
Una
vez, una tarde con un cielo celeste y despejado del mes de Abril vi unos
pajaritos que aleteaban y volaban casi a ras del suelo. Yo le pregunté: -Y esos
pajaritos, don Porcel.Después de
tomarse su tiempo me contestó: -va nevar. Yo no entendía nada y le volví a
preguntar: -Qué pajaritos son esos, dado que no los conozco. Y don Ernesto me
dijo: -Va nevar porque son pájaros que anuncian la nieve. Yo me quedé
asombrado, pero antes de una hora el cielo se empezó a cubrir y salimos nevando
de “Las Cortaderas”. Tenía razón nomas don Ernesto Porcel.
Es
que saben leer en el mapa de la experiencia. Conocen la huella de los animales,
el estado del tiempo y tienen una sabiduría empírica que pocos se imaginan.
Hoy,
ya jubilado, vive avecinado en su casita de Valcheta. A veces le doy la mano y
charlo un rato con él.
Y
pienso ¡Qué deuda grande que tenemos los rionegrinos con estos hombres y
mujeres como don Ernesto Porcel!Lo
dieron todo a pesar de vivir casi sin nada. Los rigores de la vida en la Patagonia a veces se
cobran su precio con la gente de campo que siempre espera un tiempo mejor. Un
tiempo que los recompense de tantos esfuerzos, de tanto esperar la lluvia para
terminar con la sequía de los campos, de la lucha contra las plagas, de la
ceniza volcánica, de los bajos precios de la lana y del pelo de cabra.
Así
es la vida en el sur de la provincia de Río Negro para los productores que
viven arriba de la meseta: dura y sufrida como casi ninguna.
Por
eso hombres como don Ernesto Porcel son un ejemplo. No hay que buscarlos muy
lejos. Están cerca de nosotros y son nuestroscomprovincianos.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.