EL PAPA QUE SALIO DE MACONDO
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
Argentina, del latín argentum
“plata”, por el río impetuoso y ancho que dio su nombre al Virreinato,
aludiendo tal vez a que los españoles lo utilizaban para trasladar la plata
desde los profusos yacimientos de Potosí.
Región legendaria al sur del
Septentrión con ríos desmesurados cuya anchura marea como un mar, con desiertos
inmensurablesque nunca se agotan, con cataratas nunca vistas porojos de hombre
alguno, con ciudades perdidas refulgentes de oro y de piedras preciosas.
Macondo latoy extendido caído de toda cartografía.
Argentina, región de la
aurora, a la que puso crisma y nombre el poeta y sacerdote Martín del Barco
Centenera. Fundaciones en los confines, gallardetes, estandartes y arcabuces.
Frailes con paso de sotana, aventureros de toda laya, ganado cimarrón por
doquiera yregiones misteriosas donde se cuecen habas y legumbres.
Argentina, reino de la
abundancia y la desmesura, donde sus habitantes originarios “viajan del mito a
la realidad” y donde conviven los arcanos con la excelencia, la realidad con la
negación, el orden con la entropía, la ciudad con el páramo y los hombres y
mujeres de limpio corazón con timoratos de toda laya.
Argentina: un nombre y un
destino, una frustración y una esperanza, un credo y una farsa, un empeño moral
y la aleve usurpación de inicuos y
mendaces que la ponen de rodillas y que son piedra de escándalo para el mundo.
Argentina, Macondo al Sur de
todas las intenciones, magnífica con su cordillera de nieves eternas, con la
albura de sus glaciares, con el mar de arenas y gaviotas, con sus ríos
arteriales, el umbrío follaje de sus impenetrables, con el prodigio liminar de
su Patagonia ahíta de leyendas y de fantasías. Nueva arcadia nunca vencida,
huella primordial del hombre ascendente y puro, cuna de la humanidad.
Argentina, una patria en las
nacientes, una tierra bendecida donde se abren las esclusas de todas las
virtudes, un solar donde el viento apesebra y vela el sueño de sus hijos.
Argentina, un destino, el
umbral de tiempos mejores donde la Cruz del Sur que vislumbrara el Dante rige
con su derrotero de presagios augurales, una tierra de promisión para los
hombres y mujeres de buena voluntad, un romance consuetudinario y mágico que
viene de edades milenarias, un sueño entre visillos y una ecuación que no
encuentra todavía sus portentos.
Argentina, tierra de todo
beneficio donde fluye leche y miel, huerto deleitoso, pero también la madre de
hijos paridos para la incertidumbre, los desatinos, las controversias y los
desencuentros. Donde algunos levitan de santidad laica y otros estafan a
destajo.
Argentina de los unos y de los
otros, de ellos y de nosotros. Pero unívoca y entrañable. Sanguínea. Nuestra. Un
arrebato en los goznes de la historia. Un buen aire. Un cuerno de toda
abundancia y de riquezas pero mal distribuidas, con una cabeza de Goliat y un
cuerpo raquítico. Y con el interior más interior de todos los interiores.
Argentina tantas veces
pregonada con redoble de atabales y de tambores. Glosada por sus escritores y
poetas, puesta en pentagrama por sus músicos, pintada por sus artistas, pensada
por sus filósofos, educada por sus maestros, acrisolada por científicos y
médicos que alcanzaron la cima de su excelencia. Argentina señorial junto al
río color de ratón.
Argentina con sus grandes
valores deportivos, con sus mitos enaltecidos más allá de cualquier
cuestionamiento, con sus beatos camino a la santidad, con sus hombres y
mujeres, jóvenes y no tan jóvenes que cada día la construyen con el trabajo
cotidiano.
Porque Argentina es la Patria:
una construcción colectiva, un ensueño común, un destino de grandeza, un
sentimiento conjunto.
Argentina de los ubérrimos
ganados, de todos los climas y regiones; una tropilla de caballos al amanecer
según Jorge Luis Borges. Un destino, porque quién tiene un nombre tiene un
destino.
De estas regiones, de este
continente mágico, de esta urdimbre, de esta exuberancia, de este Macondo
sorprendente, de este fin del mundo salió un Papa para toda la cristiandad.
Como escribió García Márquez
en “Los funerales de la Mamá Grande un día “los bronces
cuarteados de Macondo se entreveraron con los profundos dobles de la Basílica
del Vaticano”.