EL
ENCUENTRO
Jorge Castañeda
Valcheta (RN)
Mi padre nació en Choele Choel a la orilla del Río
Negro acunado seguramente como tantos otros por los vientos incesantes de la
Patagonia. Era nieto de don Miguel
Castañeda que con su esposa Manuela Castro arribaron procedentes de Carmen de
Patagones en el año 1882 y fueron aparte de pioneros los progenitores de una de
las familias más grandes y tradicionales del Valle Medio.
Mi abuelo –al cual no llegué a conocer- se llamaba
Salvador y falleció prematuramente a causa de una neumonía que contrajo cuando
salió a recorrer los postes del telégrafo una mañana fría y lluviosa de
invierno. ¡Es duro vivir en el Sur! La
tierra no permite debilidades y el clima es tan hostil que no perdona a nadie.
Sin embargo es cierto que de esa forma se va curtiendo el carácter de sus
pobladores, que llegan a amarla profundamente y no la cambiarían nunca por
otros lugares.
Sé que un buen día mi padre después de cumplir con sus
obligaciones patrias prestando servicios como conscripto en el Ejército
Argentino en Río Gallegos, (conservo algunas viejas fotografías donde se lo ve
a cargo de una ametralladora,) una vez licenciado empezó a trabajar en Agua y
Energía como maestro albañil y por uno de esos azares de la vida lo destinaron
a la cuadrilla de picapedreros que estaban realizando las obras de riego de la
colonia Valcheta. Cuando hoy recorro las chacras y veo esos canales de riego no
puedo menos que emocionarme.
Según me cuentan trajo de sus pagos un caballo pangaré
gargantilla que era casi todo su capital. Y también lo recuerdo vagamente
pulsando una guitarra criolla adornada con una cinta argentina en el clavijero
desgranando algún estilo o alguna milonga.
Acá según me han contado y algunas cartas amarillentas
que guardo amorosamente lo confirman sé que se enamoró de la hija de un árabe
que había nacido en el paraje de Nahuel Niyeu y que luego al fallecer sus
padres la trajeron a Valcheta quedando al cuidado de su tío, don Jacinto
Direne, dado que su mamá y la de éste eran hermanas. Y es así como se casaron.
Lejos de mi querido valle de Valcheta, un día 23 de
Agosto nací yo, porque para la ocasión
mis padres se habían trasladado a la ciudad de Bahía Blanca.
Una vez de regreso en el terruño mi padre deja el
trabajo en Agua y Energía y comienza a tomar obras por su cuenta como albañil,
que era su oficio al que llegó a amar y ejercer con una pasión envidiable. Aún
quedan viviendas levantadas por sus manos. Mientras tanto mi madre cosía y
tejía para ayudar a la economía familiar.
Por razones de los estudios primarios cuando yo tenía
cinco años deciden radicarse en Bahía Blanca y hacia allí partimos en tren.
Llevaban muchas esperanzas y sueños.
En esa ciudad nació mi hermano Miguel Ángel que
falleció hace algunos años en Villa Regina.
En Bahía Blanca pasamos largos años volviendo
solamente a Valcheta para las vacaciones o para algún acontecimiento familiar
destacado.
Allí yo hice la escuela primaria en dos escuelas, la
secundaria y los comienzos de la carrera de letras en la Universidad del Sur,
hasta que en el año 1973 definitivamente la familia vuelve a afincarse en el
Sur, debido a que papá había tomado el trabajo de las obras de arte sobre la
Ruta Nacional Nº 23, en ese entonces toda de ripio; y también porque la
violencia política de aquellos años aciagos hacía estragos en bienes y
personas.
El regreso a la vida pueblerina me devolvió a mis
amigos y a los entretenimientos propios de aquellos años: confiterías, clubes,
funciones de cine, militancia política, mi trabajo en la Municipalidad y largas
guitarreadas en las peñas que estaban tanto de moda.
Durante algunos años supe trabajar en la
administración del “Supermercado Carlitos”. Entre otras responsabilidades era
el encargado de llevar el stock de las mercaderías almacenada en sus galpones y
también supervisar la tarea de carga y descarga de los transportes de aquella
época.
Entre los peones para esa dura tarea que ocupaba
Carlitos Mortada, el propietario del comercio,
era infaltable un verdadero personaje del pueblo: Leandro Kusich.
Changarín por hora, muy conversador, sabedor de todas las novedades y de un
ingenio muy particular.
Varias veces me confiaba entre pícaro y chimentero que
yo tenía una hermana que vivía en el Valle Medio y que era hija de mi padre.
–Vos preguntale- me decía y se alejaba sonriendo.
Un día intrigado le pregunté a mis padres y disiparon
toda duda diciéndome que eran mentiras y que no hiciera caso a esos comentarios
que no tenían ningún asidero y más por venir de alguien tan fabulador como era
Leandro.
Pasaron los años: me casé con Irma, mi compañera de
vida, tuve dos hijos y dos sobrinos hijos entrañables. Hoy hasta somos abuelos.
Un aciago día que siempre recuerdo con tristeza el
teléfono fijo con una llamada desde Buenos Aires me dio la infausta nueva:
había fallecido mi padre en un accidente, cuando un tren arrolló al auto en el
cual se desplazaba con un amigo. Una gran desesperación. Mamá estaba sola y
sola afrontó todo lo relativo a los trámites para trasladar su cuerpo hasta
Valcheta. Y yo sufrí la primera gran pérdida de mi vida.
Años después, enferma del corazón, también mi madre
estaba aprestada para el gran viaje. Una tarde me llama a su lecho y me dice
que me tiene que contar una confidencia. Que si algún día llamaba o se
comunicaba conmigo una señora diciendo que era hermana mía, que eso era cierto,
que la había tenido mi padre antes de conocerse con ella. La gran revelación me
hizo acordar de Leandro, que también había fallecido unos años antes.
Y así, con sus sueños y siempre extrañando a papá, una
mañana muy triste también mamá, la buena, fuerte y trabajadora de mi madre, nos
dijo adiós desde una sala del Hospital de Valcheta.
Con Miguel Ángel ahora sabíamos que teníamos una
hermana, pero ¿Cómo encontrarla?
Un día por esta maravilla de los correos electrónicos
recibo uno que era de una joven profesional radicada en el Sur y me dijo que su
madre, mi hermana, quería conocerme y no se animaba. Que ellos sus hijos –mis
sobrinos- estarían felices si nosotros nos juntábamos. Habían localizado mi
correo por mi blog. Yo muy emocionado le dije que eso era verdad y le conté la
parte que yo sabía y que también quería conocerla.
Así para una Fiesta de la Matra, Elvira Serra, mi
hermana, vino a casa y recuperamos los años perdidos con gran afecto y amistad
entre nuestras familias.
Cuando mi hermano ya estaba muy grave en Villa Regina,
con Elvira lo acompañamos hasta sus últimos momentos.
Mi hermana es muy buena cocinera, enfermera jubilada,
pintora de cuadros por vocación y una gran persona. En el balneario de Las
Grutas cuando nos juntamos parte de las dos familias somos como quince o más.
Me viene a visitar y visita a mis dos hijos que estudian en Bahía Blanca. Nos
queremos mucho.
Yo pienso que la vida tiene estas cosas: a veces nos
quita, pero también como en mi caso nos devuelve y con creces lo que nos ha
quitado.
Yo recuperé a mi hermana después de tantos años y
ambos hoy disfrutamos de este tiempo nuevo que Dios nos ha concedido. Y eso no
es poca cosa.