Hace ya casi cuarenta años fallecía en mi ciudad natal de Bahía Blanca uno de los más grandes escritores y ensayistas que ha dado nuestro país: Ezequiel Martínez Estrada. Pobre y olvidado pasó sus últimos años recluido y enfermo en su casona de la Avenida Alen. Era tal vez la conciencia de la patria o como a él mismo le gustaba decir “un ídolo en desgracia”.
Siempre que visito Bahía Blanca y que paso por la que fue su casa no puedo menos que emocionarme al pensar que don Ezequiel vivió en ella el desencanto de haber sido una voz en el desierto. Y para el mayor de todos los oprobios “una voz profética”. Pero ya se sabe que los profetas pagan muy caro la osadía de decir las cosas que a nadie le gusta escuchar. Y menos en este país en decadencia. Y menos aún a los dueños del poder y sus aduladores.
Sufrió en carne propia todas las humillaciones imaginables por el solo pecado de decir su verdad, desde “las miserias de preparar las comidas por sí mismo y alimentar a los pájaros”, cosechar los vituperios de sus contemporáneos en el mundo de las letras, el encarnizamiento o lo que es peor del silencio de casi toda la prensa sobre su obra literaria, malvivir económicamente con el cobro de una jubilación miserable que completaba con algunas colaboraciones ocasionales en la revista “Cuadernos Americanos”, que le pagaba dos dólares y medio por cada página, hasta la “sanción artera” que le infligieron cuando lo rebajaron en el servicio en Correos y Telecomunicaciones, “donde se abrieron ante sí meses de pesadillas”.
En un reportaje que le concedió a Tomás Eloy Martínez tres meses antes de fallecer le dijo con voz destemplada que “desde hace años la Argentina está en manos de los usurpadores. A partir de 1930, hemos vivido con tres ruedas sobre los rieles y una cuarta en el aire. La cuarta rueda es el símbolo de aquellos períodos efímeros en que contamos con un gobierno supuestamente legítimo que era de inmediato derrocado”. Y con palabras más lapidarias que las del profeta Ezequiel apostrofó diciendo “¡Pobrecitos, pobrecita gente! Cuando tuvimos un gran hombre como Hipólito Yrigoyen o Juan Perón o era un incapaz o era un canalla”.
Y le dijo a su mujer: “Si tengo que hablar, Agustina, no debo mentir”.
En esa tarde de Bahía Blanca todavía resuenan las palabras del escritor relativas a esta tierra de los argentinos donde nada parece haber cambiado: “Estamos muertos de silencio. Todos en mi país saben tanto o más que yo, pero tienen la sagacidad de callarlo. En la conspiración está comprometido el ochenta por ciento de los argentinos. El único tonto fui yo, porque me atreví a revelar el secreto de nuestra desgracia”.
Y con una clarividencia y lucidez asombrosa desenmascara a “los tratadistas de Derecho que no han señalado con el dedo las usurpaciones políticas; los jueces que han abrazado la corrupción general como si fuera una cruzada patriótica y los profesores de literatura que cuando ven luchar a un hombre como yo, se le arrojan encima para que sus amos le ofrezcan un poco más de carne”.
Escribe Eloy Martínez que “por miedo, el viejo había renunciado a seguir leyendo los periódicos después del asesinato de John Kennedy, había aceptado la inmovilidad y el retiro como un signo místico de su indignación y no encontraba en la vida otro sentido que hablar en nombre de los ofendidos y de los humillados”.
Decepcionado –cuenta Eloy Martínez- “negó toda salida a las tragedias argentinas. Para encontrarla se debería conocer el mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a llorar”.
Murió Ezequiel Martínez Estrada un 3 de Noviembre de 1964 y al cementerio de Bahía Blanca “no lo siguieron sino unos pocos deudos y los caudalosos pájaros que siempre trae el verano. Los diarios fueron mezquinos al describir su talento y enconados al evocar su rebeldía”.
Pero ha quedado el fruto de su talento y entre su vasta obra tanto en prosa como en verso dos mojones del pensamiento nacional: “Radiografía de la pampa” y “La cabeza de Goliat”. Sería bueno volver a ellos para mirarnos en nuestro propio espejo e interpelarnos todos los argentinos por este bendito país que todavía no supimos conseguir.
CASTAÑEDA
DESIGNADO EMBAJADOR INTERNACIONAL DE AIPEH
El escritor de Valcheta Jorge Castañeda ha sido
designado Embajador Internacional para la región patagónica de la International
Asociation of Hispanic Arts and Cultura (AIPEH) con sede en Orlando, Florida,
en los Estados Unidos y que preside la académica Palmira S. Urbiñas.
Esta institución cultural tiene entre sus propósitos
“desarrollar, divulgar y promover las artes y el talento artístico en todas sus
expresiones” uniendo de esta forma al talento de los creadores en el mundo
hispano. Entre sus actividades realiza premiaciones internacionales, concursos
artísticos, exposiciones, recitales y demás actividades afines.
Cuenta además con capítulos correspondientes en New
York, Puerto Rico, Miami, República Dominicana y Chicago.
Castañeda, que pertenece a varias instituciones
culturales de diferentes países del mundo expresa que es una gran
responsabilidad representar a AIPEH en esta vasta región que es la Patagonia,
donde también hay una gran capacidad creativa y verdaderos talentos en las más
variadas disciplinas de la actividad cultural que merecen ser promocionadas y
puestas en la vidriera de asociaciones internacionales como este caso de Arte y Cultura Hispánica.
“El
Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Saavedra, el glorioso Manco de Lepanto, es sin duda la más grande novela
de las letras castellanas y una indiscutida obra maestra.
Al leerla uno tiene la sensación que conjuga preciosidad y justeza de
estilo, una trama rica en aventuras, situaciones risueñas, un venero de
refranes y también verdaderos tratados sobre los más diversos temas,
entre otros aciertos que ha señalado la crítica a lo largo de los
siglos.
Pero realmente admira que mantenga intacta su vigencia y ese es el
milagro mayor de la buena literatura: no importa el tiempo y el
contexto: siempre tiene algo para decirnos. Y en cada relectura nuevas
luces se descubren en su texto.
Pero sin lugar a dudas en todo el libro campea un concepto de la
soberanía de las leyes y su sujeción a las mismas como también sobre el
verdadero sentido de la justicia. Ambos enfoques son hijos de la actitud
ética y de las preocupaciones del autor.
En ese sentido, Cervantes por boca de Don Quijote le dice al ventero:
“Sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden y
vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías; y si halláis
alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decirla, que yo
os prometo, por la orden de caballero que recibí, de haceros satisfecho y
pagado”. Ni más ni menos que un esclarecido concepto de la justicia.
Justicia práctica y a la vista de todos. Cotidiana y llena de sentido
común.
Cuando el “andante caballero de la triste figura” se refiere a las
letras debe entenderse a las leyes que rigen la vida humana en cualquier
comunidad. Lo aclara: “Hablo de las letras humanas, que es su fin poner
en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo que es suyo, y
entender y hacer que las buenas leyes se guarden”. Han pasado
quinientos años y sin embargo todavía se está buscando esa famosa
“justicia distributiva” que señalaba Cervantes y su advertencia de que
“las buenas leyes se guarden”, ante tantos desatinos que cometen
actualmente quienes deberían velar por ellas.
En sus concejos al escudero Sancho Panza cuando debe hacerse cargo de
la ínsula de Barataria, el sabio hidalgo le amonesta que “no hagas
muchas cosas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas, y,
sobre todo, que se guarden y se cumplan; que las pragmáticas que no se
guardan lo mismo es que si no lo fuesen; antes van a entender que el
príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor
para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se
ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio
las espantó, y con el tiempola despreciaron y se subieron sobre ella”.
Y también le supo aconsejar que “no te ciegue la pasión propia de la
causa ajena”. Y cuánta razón tenía para aconsejarle de esa manera.
Con maravillosa clarividencia razona que “la verdad, para impartir
con rectitud la justicia, debe ser buscada sin pausa y desentrañada de
las razones que ante el árbitro expongan las partes, sin que nada, ni
dádivas, promesas o lamentos influyan en la decisión que se tome para
cerrar la causa”.
En el capítulo XI de la primera parte el Quijote refiriéndose a la
edad de oro expresaba: “Dichosa edad y siglos dichosos que los antiguos
pusieron el nombre de dorados. No había la fraude, el engaño ni la
malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en
sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor
que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”.
Hay muchas otras sentencias a lo largo del Quijote que versan sobre
las leyes y la justicia. ¿Seguiremos ante tanto disparate que vemos
cometer hoy en día a los gobernantes y los magistrados, tan ufanos
aplicando la “ley del encaje” que denostaba el caballero, añorando la
edad de los “siglos dorados” como Miguel de Cervantes?
Esperemos que no, porque el apego a las leyes y el ejercicio de la
justicia son la base más sólida de cualquier democracia que se precie.
Ya
se encuentra en proceso de edición el próximo libro de Jorge Castañeda
titulado "El lirio de los Valles", que contiene unos setenta poemas
cristianos tomados de sucesos y personajes de la Biblia.
La ilustración de tapa es del artista argentino Pierino Gallucci, radicado en Piera, España.
Son
poemas que miran la vida desde una perspectiva cristiana y con cierto
misticismo tratan de acercar al lector a los valores evangélicos que
tanto han glosado diferentes poetas en la historia de la literatura.
Ernesto
Porcel supo ser puestero toda su vida. Claro que sus vivencias son cosas que
muy pocos imaginan, porque no saben lo que es la vida en el campo. Ignoran
cuando el viento helado de la meseta sabe cortar impiadoso la piel de la cara y
de las manos. Y aunque sea con ventisca o nevada hay que salir a recorrer los
cuadros para ver la hacienda. Fijarse como están los alambrados, atender el
molino, ver si hay algún brote de sarna. Perseguir al zorro colorado o al puma
predador. Y en verano soportar el sol impiadoso que pareciera quebrantar hasta
la dureza de los basaltos. Es dura la vida en la meseta de Somuncurá, porque la
naturaleza no da tregua al hombre que debe medirse con ella en forma cotidiana.
En el campo hay que andar con cuidado. Eso se sabe.
Don
Ernesto es un hombre parco de palabras. Se toma su tiempo si tiene que
contestar. Eso se llama prudencia y no se enseña en la escuela. Viste bombacha,
pañuelo de cuello, una faja de color negro y alpargatas. Lleva siempre su
cuchillo, un eskiltuna, el preferido de los paisanos. Al lado del puesto
siempre atento está su compañero de tantos años: el caballo. Imprescindible
para las tareas camperas. Muchas veces de estos nobles animales depende la vida
en aquellas soledades de viento y de silencios. El caballo de la meseta es
especial: resistente, de largo aliento, aguantador y de tan acostumbrado que
está al ambiente hostil no pisa ni siquiera una sola espina de los tunales. Se
acostumbran al medio como se acostumbran los hombres y mujeres que viven arriba
en la meseta.
Don
Porcel supo asentar sus reales por una ponchada de años en el Puesto “Las
Cortaderas”, de la estancia “El Rincón”, del paraje Chipauquil arriba.
Una
casa de material de dos habitaciones: adentro, una cocina económica a leña, una
mesa, algunos asientos con cueros de ovejas, una lata vieja de galletitas llena
de tortas fritas sin levadura. Afuera, a la vera de la misma, un corral de
pirca y si uno es observador veráalgunos vestigios líticos como piedras de boleadoras, flechas, manos de
morteros, que cuentan la historia de un tiempo distinto. Un gran cañadónque cuando hay abundantes lluvias el agua
suele arrastrar todo lo que encuentra en su camino y que una vez supo hasta
desarraigar de cuajo el molino. Cuando el viento sopla fuerte y se
encajona–la mayoría de los días- se hace
cierto que las piedras hablan, ante lo cual el pajuerano se asusta, pero los
pobladores como don Porcel como si nada, porque están acostumbrados. Así es la
vida para sufridos productores que arriba de la mesada aguantan todos los
contratiempos. Sin quejarse. Sin contar a nadie sus padecimientos, porque
tienen una dignidad que poco se conoce en los escritorios de los que mandan. Y
aparte ¿A quién? Si saben que las soluciones no llegan, ni llegarán nunca y que
cuando algo llega, llega a destiempo y tarde. Porque para muchos técnicos y
políticos los hombres que viven en el campo son solamente una planilla o una
estadística. Y sin embargo son ellos los que producen toda fuente de riqueza.
Primero
en Chipauquil hay que pasar por el casco de la estancia donde Atilio
Quintriqueo y su esposa Gladys se desviven en atenciones y después pasar el
mallín, hacer unas leguas estribando la meseta, llegar al puesto “Paredes” y
luego de otro trayectover allá abajo
entre unos cerros chatos la casa de Don Ernesto Porcel.
Una
vez, una tarde con un cielo celeste y despejado del mes de Abril vi unos
pajaritos que aleteaban y volaban casi a ras del suelo. Yo le pregunté: -Y esos
pajaritos, don Porcel.Después de
tomarse su tiempo me contestó: -va nevar. Yo no entendía nada y le volví a
preguntar: -Qué pajaritos son esos, dado que no los conozco. Y don Ernesto me
dijo: -Va nevar porque son pájaros que anuncian la nieve. Yo me quedé
asombrado, pero antes de una hora el cielo se empezó a cubrir y salimos nevando
de “Las Cortaderas”. Tenía razón nomas don Ernesto Porcel.
Es
que saben leer en el mapa de la experiencia. Conocen la huella de los animales,
el estado del tiempo y tienen una sabiduría empírica que pocos se imaginan.
Hoy,
ya jubilado, vive avecinado en su casita de Valcheta. A veces le doy la mano y
charlo un rato con él.
Y
pienso ¡Qué deuda grande que tenemos los rionegrinos con estos hombres y
mujeres como don Ernesto Porcel!Lo
dieron todo a pesar de vivir casi sin nada. Los rigores de la vida en la Patagonia a veces se
cobran su precio con la gente de campo que siempre espera un tiempo mejor. Un
tiempo que los recompense de tantos esfuerzos, de tanto esperar la lluvia para
terminar con la sequía de los campos, de la lucha contra las plagas, de la
ceniza volcánica, de los bajos precios de la lana y del pelo de cabra.
Así
es la vida en el sur de la provincia de Río Negro para los productores que
viven arriba de la meseta: dura y sufrida como casi ninguna.
Por
eso hombres como don Ernesto Porcel son un ejemplo. No hay que buscarlos muy
lejos. Están cerca de nosotros y son nuestroscomprovincianos.
Allá
y hace tiempo las piedras augures dieron nombre y bautizo a una de las mayores
mesetas del Sur: Somuncurá. “Un horizonte en movimiento”, un gigante de piedra
y de silencios que sobrecoge por su misterio, un espacio donde el hombre se
mide con la naturaleza más exigente. Donde las tropillas invisibles abrevan en
las lagunas mecidas por el viento irascible que baja de los cañadones, en los
cuales a veces el agua se enfurece y arrastra las piedras como si fueran
figuras de cotillón.
Somuncurá.
“Un secreto de remotas edades en acecho”. Un patrimonio primigenio que desde
los tiempos remotos como un ángel tutelar custodia los viejos saberesancestrales donde hombres y animales intuyen
la pertenencia a un ámbito de mágicos hechizos.
Somuncurá.
La proa primordial de un pasado que “habla” de edades pretéritas donde la
naturaleza y el hombre se medían en igualdad de condiciones. Donde la luna
camina por los pedreros del último confín de los confines, mientras la temible
“piedra rodadora” va dejando su huella de mal augurio en los arenales ardidos
por el sol canicular y redondo de los veranos.
Somuncurá.
Un laberinto de claves olvidadas en el fondo de los tiempos. Corrales de pircas
deshilachados y perdidos colgados los montes. Silencio sagrado de los
escoriales. Los últimos pilquineros. El domador de potros. La sangre de yegua.
Los puesteros. La chivada. El zorro colorado astuto y rapaz, los ojos fijos de
los matuastos mimetizados en el pedrerío de los escoriales. Al decir de Neruda
el lugar donde “la pata gris del Malo pisó estas pardas tierras”.
Somuncurá.
Donde los cerros escupen al timorato que quiere subirlos para faltarles el
respeto. Donde hay que descalzarse como Moisés en el Sinaí. Quitarse las
sandalias y ver las huellas con ojos de baqueano para apreciar el legado
superior quedejaron los antiguos. En
los petroglifos. En la piedra dueña de Yamnagoo,en los enterramientos rituales de Sierra
Apas. En las “pilas de monedas” tan sorprendentes como las verbenas en flor. En
las puertas de piedra. En las distancias que nunca se terminan donde se
desfonda el tiempo que conocemos nosotros. En la escala familiar que sube al
cielo como el humo propiciatorio en una columna que señala el latido de la vida
humana entre tanta inmensidad.
Somuncurá.
En la vertiente natural de “La
Gotera”, para aplacar la sed del viajero ahíto de saberes.
Pila bautismal en medio del desierto, oasis de pocos álamos colgados en los
cerros y donde en la oquedad de la gruta, en el techo –nave catedral lítica- desde
una curiosa cruz cae el agua milagrosa que purifica los cuerpos y reposa las
almas. Un Jordán al revés. Un frescor de hontanar, un río de agua diáfana para
vivificar los eriales interiores.
Somuncurá.
Un latido en la distancia. Un movimiento entre las piedras. Una cueva llamada
de “Curín” donde aún se escuchan los relinchos de la potrada y se teme el paso
de los bandoleros temibles y legendarios como el de Bailoretto, registrado para
siempre en la libreta de tapas negras entre la nómina de los vicios a comprar y
el recuento de los animales a su encargo.
Somuncurá.
Donde los pozos respiran entre las piedras cercanas a la laguna Azul. Su ciclo
de 36 horas aspirando y expulsando aire salmodia los misterios más recónditos
del más recóndito de los lugares del mundo. ¿Corrientes de agua subterránea?
¿Flujo y reflujo del mar en plena ámbito mesetario? ¿El pecho subterráneo de
Elengashel –el Gualicho de los tehuelches- midiendo el ritmo de todos los
mitos? Enigma que se suma a otros enigmas. Hebra imprescindible del hilo
salvador de Ariadna para no perderse entre tanto laberinto de coirón y leña de
piedra.
Somuncurá.
Donde los pájaros anuncian las nevadas con el rebate de sus alas inquietas(anuncian la nieve con una precisión
notable), donde los promontorios de piedra volcánica son mangrullos para
orientar a los perdidos. Donde la nieve se guarece a su propio arbitrio y su
manto níveo sepulta puestos, alambrados y animales igualando con su rasero
implacable y recurrente la vida de hombres y mujeres. Donde las estrellas están
tan cerca que se pueden tocar con las manos. Donde se puede hablar con el
silencio. Donde el mundo es distinto. Donde se alcanza la completa dimensión
que solo la naturaleza sabe llenar de bonanzas y lasitudes. Donde se puede
caminar en una soledad que sin embargo nos comunica con todo lo importante: el
sentir de la vida.
Somuncurá.
Planiza elevada y azul, vieja arcadia perdida, fortaleza olvidada donde
palpitan todos los misterios y donde los arcanos se develan para el que sabe
oír, para el que tiene oídos como decía el apóstol en la isla de Patmos. Porque
justamente Somuncurá es eso: piedra que habla, nodriza de la Patagonia, señora de los
vientos, madre de las vertientes.En la
ganga que cubre de toba las piedras insignes, en las tunas de espinas arteras,
en los arroyos incipientes que bajan a los vallecitos para regular la vida de
pueblos y de parajes, porque Somuncurá es un gigante dormido, una ciudadela no
herrumbrada por los años, un testigo de los tiempos, el umbiculis mundis que
tanto buscaron aventureros, estudiosos y viajeros.
Para
los hombres de limpio corazón, para los que buscan, para los que necesitan
encontrarse en las distancias y el silencio, para los que ansían “escuchar” la
meseta de Somuncurá es más que un accidente geográfico: Somuncurá es un
destino.
Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.
Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.