TAL VEZ ALGUN DIA ARROYO LOS BERROS…
Los
pobladores del paraje Arroyo Los Berros, ubicado en la Línea Sur rionegrina en
las estribaciones de la meseta de Somuncurá, supieron conocer tiempos
infinitamente mejores.
Otra
era la historia del lugar cuando el agua de su pequeño arroyo regaba las
huertas y el pueblito era un vergel. Ya se sabe que desde siempre en la
historia de la humanidad el agua es vida. Corre por las acequias, riega los
sembrados, irriga las arboledas y transforma hasta los polvorientos eriales en
verdaderos oasis. Eso era la comunidad de Arroyo Los Berros. Un oasis en medio
del desierto patagónico.
Los
vecinos, pequeños productores laneros en su generalidad, vivían con cierta
holgura. Tenían buenos vehículos y hasta podían enviar a sus hijos a estudiar
en las ciudades.
Allí,
en uno de mis viajes por la zona, conocí a don Manuel Cayul, el lonco de
la comunidad mapuche de Los Berros.
Hombre cabal y preocupado siempre por la realidad de su lugar en el mundo. Me
sabía contar de los esfuerzos por una vida más digna y de los proyectos para
que el desarrollo y el progreso llegaran también a ese rincón perdido de la
Patagonia.
La
vida parecía transcurrir con menos urgencia que en las ciudades y siempre había
tiempo para el apretón de manos, para la hospitalidad de puertas abiertas donde
el mate y las tortas fritas alegraban el alma de los visitantes. Y casi siempre
algún cordero al asador mientras el rasgueo de la guitarra en las manos de
algún trovador local cuya voz enhebraba en décimas la vida tranquila del hombre
de campo y sus faenas.
Pero
la vida misma tiene sus cosas. Si bien el refrán dice que no hay mal que dure
cien años la buena fortuna tampoco dura para siempre. Así fue y será la
existencia de los hombres sobre la tierra.
Y
hay acontecimientos que ninguna fecha infausta recuerda pero que de un solo
golpe cambia para siempre la vida de pueblos y personas.
Por
decisiones siempre ajenas a los lugareños un buen día se comenzó la
construcción de un acueducto para llevar agua desde Los Berros hasta la ciudad
minera de Sierra Grande.
Nadie
consideró el perjuicio y el daño que dicha medida ocasionaría a los vecinos. Todos
sabían que se condenaría a muerte al paraje pero nadie dijo nada. Tal vez haya
sido sólo una razón numérica, pero ya se sabe que en estos tiempos impiadosos
solo prevalece en quienes toman las grandes decisiones un sentido
economicista y las razones de los
marginados y excluidos no cuentan para nada porque no dejan dividendos ni
votos.
Y
lo que era un oasis al perder el agua del cauce del arroyo que lo irrigaba dejó
de serlo. El arbolado perdió su verdor, las quintas quedaron ociosas y los
frutales a secarse.
Y
luego una de las sequías más prolongadas e impiadosas solo trajo aparejado
infortunios mayores.
Y
así muchos vecinos bajaron los brazos y los jóvenes se fueron del lugar. ¡Qué
difícil es vivir en estas regiones olvidadas de la mano de Dios! ¡Cuántos
contratiempos hay que soportar!
Pasados
los años Arroyo Los Berros nunca fue el mismo. Varios vecinos emigraron, don
Manuel Cayul partió para siempre como no queriendo ver tanta desazón.
En
estos días ha sido noticia debido a las intensas lluvias que asolaron el
paraje. Aislado, con viviendas derribadas y evacuados. La naturaleza también sabe
ser implacable y parece poner a prueba el carácter de su gente.
El
acueducto ha sufrido también las consecuencias del aluvión y ha quedado fuera
de servicio privando de agua a Sierra Grande.
¿Servirá
esta experiencia para que los políticos tomen decisiones acertadas y no vuelvan
a poner la bandera de remate a una localidad? ¿Para que comiencen a pensar en
grande?
Tal
vez algún día Arroyo Los Berros como muchos otros parajes patagónicos recupere
sus momentos de esplendor. Tal vez sea noticia por las cosas buenas que también
pasan. Tal vez algún día vengan tiempos mejores.
Jorge
Castañeda
Escritor
- Valcheta