CRONICA DE LA OTREDAD
Jorge Castañeda
Valcheta
A veces se hace difícil entender al otro. Lo vemos como un extraño. Y cuando no lo desdeñamos estamos prestos para la descalificación no solo injustificada sino también apresurada y a veces inoportuna.
El problema radica esencialmente en la intolerancia y en la falta de respeto y comprensión por las ideas, los gustos o las actitudes de nuestros semejantes.
Es también cierto que el sistema imperante nos ha impuesto un individualismo atroz y salvaje donde solamente nosotros somos los dueños de la verdad olvidando que en realidad “la verdad o la tienen todos o no la tiene ninguno”.
Parte de la cuestión es que nos hemos convertido en “adoradores de nuestra propia virtud” teniendo de nosotros mismos una opinión más alta de lo que en realidad somos y tendemos a considerar que todos los que no compartan nuestra forma de ver las cosas están equivocados.
Por eso hay en las relaciones cotidianas cierto desprecio al otro. No lo vemos como nuestro prójimo sin darnos cuenta que los mismos defectos y virtudes que él tiene también las tenemos nosotros.
En esta negación de la otredad, cuando hablamos, solamente nos escuchamos a nosotros mismos y atendemos a nuestras propias razones, sin siquiera elaborar mentalmente si lo que nos están diciendo es razonable o no, cortando toda forma posible de diálogo y entendimiento.
Subestimamos su forma de pensar, reprobamos sus gustos artísticos e intelectuales, criticamos sus actitudes ante determinadas circunstancias, descalificamos sus opiniones políticas y levantamos una muralla ante todo lo que nos parezca “distinto”.
Y con esa perspectiva acotada vamos de lo individual a lo general invalidando procesos históricos, sacando de contexto las acciones, cayendo en generalizaciones sin grandeza donde el mundo que nos rodea se hace sectario y sesgado.
Pareciera que tenemos miedo por los otros, tal vez porque no queremos reconocer que hay otras formas de concebir el mundo y más armónicas de vivir. Por eso cuestionamos a las otras personas e invalidamos los libros que leen, los gustos que tienen y en especial sus actitudes.
La otredad es un valor negación opuesto a la tolerancia, la comprensión o la solidaridad que ha hecho y sigue haciendo mucho daño a una sociedad organizada.
Es necesario cambiar íntimamente nuestras actitudes mezquinas para comenzar a transformar los límites de nuestra familia, de nuestra ciudad y de nuestro país, porque tal vez en estos momentos difíciles como decían los intelectuales de principios del siglo pasado solo “el acto cuenta” ante la caída de los valores morales que fueron los pilares básicos de nuestra sociedad.
Para eso es necesario cambiar el “yo” por el “nosotros” y comenzar a ver a los que nos rodean con ojos nuevos, porque la vida necesita de la relación y la relación de la comprensión y del entendimiento mutuo.
Un mundo mejor se construye cuando entendemos como decía Cervantes a través de su genial escudero Sancho Panza que “cada uno es como Dios lo hizo y a veces mucho peor”.
Y si nos ponemos en serio en el lugar del otro encontraremos la verdad evangélica de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.